El sábado 23 de marzo se celebró en Córdoba una Jornada
organizada por Europa Laica que llevaba el título genérico de “Laicismo y
Democracia” y que ha sido un éxito total en tanto asistencia como a la calidad
de las ponencias expuestas en la misma.
Resulta paradigmático que tras más de cuarenta años de
democracia en nuestro país sea necesario que una organización como Europa Laica
nos recuerde la necesidad de la laicidad como un pilar imprescindible a la hora
de construir un Estado Democrático.
Más aún que lo sea una mesa redonda que con el título “El Laicismo y la Izquierda política”,
en la que se pretendía que cada uno de los partidos invitados hiciese un
análisis crítico de las prácticas laicistas de sus representantes. En ella
junto a un representante de Europa Laica estaban invitados los tres partidos más
representativos institucionalmente que se autocalifican de “izquierda” (PSOE,
Izquierda Unida y Podemos), incluso uno de ellos, PSOE, se apropia el término
mediante el eslogan “Somos la izquierda”. Precisamente el único que pese a
haber confirmado su presencia faltó a la cita. A los partidos de la derecha
española no tenía mucho sentido contar con ellos dado el carácter
manifiestamente clerical del Partido Popular, heredero del nacional-catolicismo
franquista, cuyos miembros se transmutaron en demócratas como mecanismo de
supervivencia política pero no de convicción. En cuanto a Ciudadanos, recuerda
a Groucho Marx: “Damas y caballeros,
estos son mis principios. Si no les gustan tengo otros”.
Las razones de esta necesidad están en el desconocimiento,
cuando no tergiversación intencionada, del significado de los términos y
objetivos relacionados con la laicidad.
Es frecuente encontrarnos con la opinión de que la laicidad
se reduce a estar en contra de lo religioso en general y de la iglesia, en
nuestro caso la católica, en particular. Esta opinión procede de los cuarenta
años de dictadura franquista, en la que existió un régimen teocrático, no
olvidemos que el caudillo Franco según la narrativa de la época llegó a la
jefatura del Estado por la gracia de Dios, y no por un golpe de estado contra
un gobierno elegido democráticamente y que provocó una guerra civil. Durante
este periodo de nuestra historia la simbiosis Iglesia-Estado alcanzó tal
intensidad que resultaba difícil discernir donde terminaba uno y empezaba otra,
por lo que cualquier oposición o crítica al primero se interpretaba, por
extensión, a la iglesia y viceversa.
Esta situación se ha seguido de otros más de cuarenta años
en democracia en la que las instituciones y los representantes políticos, de
todos los colores, han soslayado esta cuestión de manera que hemos vivido,
estamos aun viviendo, en un estado definido como aconfesional en la
Constitución, pero que en la realidad es “criptoconfesional”, cuando no
completamente confesional, ya que los tentáculos de la iglesia católica siguen
penetrando en todos los ámbitos de la sociedad, Estado incluido.
Por ello se impone la necesidad de realizar una labor
pedagógica al respecto, aclarando conceptos y objetivos.
Aunque en otros idiomas, como el francés, laicidad y
laicismo se utilizan indistintamente por entender que son sinónimos, en nuestra
lengua castellana, tan rica en matices, resulta conveniente hacer una
distinción:
-
Entendemos por laicidad un principio que
establece la separación entre la sociedad civil y la religiosa. Se trataría de
establecer un régimen social de convivencia, en el que las instituciones
políticas están legitimadas por la soberanía popular y no por elementos
religiosos. Con ello se pretende un orden político que esté al servicio de los
ciudadanos, en su condición de tales y no de sus identidades étnicas,
nacionales, religiosas, etc.
Aplicada al Estado, la “Laicidad del
Estado”, hace referencia a la condición de emancipación, es decir, de la
liberación de la subordinación o dependencia del Estado de las organizaciones
religiosas. Si consideramos, y deseamos, que el Estado no debe inmiscuirse en
las conciencias de las personas, la laicidad es un requisito y una garantía de
que se cumpla.
En este sentido la laicidad implica dos
cuestiones básicas:
1ª.- La distinción de dos ámbitos:
A) Lo Público, de los derechos comunes y de
los Bienes y Servicios Públicos.
B) El Privado, de la libertad de conciencia
y albedrio, dentro de las leyes.
2ª.- Los derechos fundamentales son de los
individuos, no de las ideas abstractas, ni de las colectividades o de las
organizaciones que las representan.
En lo referente a “Laicidad y Democracia”, si bien es cierto que “Estado
democrático” lleva implícita la necesidad de laicidad como principio esencial,
la laicidad por sí misma no garantiza la democracia, como podemos observar en
algunos regímenes, tanto del pasado como actuales.
Por otro lado los tres pilares sobre los
que descansa la laicidad son:
1.- La libertad de conciencia, lo que
significa que la religión es libre pero solo compromete a los creyentes, y el
ateísmo es, igualmente, libre pero solo compromete a los ateos.
2.- La igualdad de derechos, que impide
todo privilegio público de la religión o del ateísmo. Con ello nos encontramos
un valor ético consistente en “la igualdad ciudadana en el ámbito de lo
público”, con lo que se intenta garantizar “el
derecho a la diferencia sin diferencia de derechos”.
3.- La Universalidad de la acción pública,
es decir, sin discriminación de ningún tipo.
Si la laicidad, como principio, designa la
situación ideal de emancipación mutua de las instituciones religiosas y el
Estado, el laicismo evoca el movimiento histórico de reivindicación de
esta emancipación laica, en el que se recogen el cuerpo de ideas que conforman
el pensamiento y las actuaciones orientadas a la consecución y defensa del
Estado Laico, de la laicidad de sus instituciones y de la actuación consecuente
de los cargos públicos en el ejercicio de sus funciones.
Ello supone un posicionamiento político de
exigencia al Estado democrático del cumplimiento de la laicidad,
posicionamiento en el que se deberían situar todos los representantes políticos
que se postulen como demócratas al margen de sus creencias religiosas o no, lo
contrario sería mantener posturas “criptoconfesionales”, abiertamente
confesionales o peor aún teocráticas, todas ellas alejadas de la democracia.
El otro término que nos queda por aclarar
es el de “laicista”, que hace referencia, o bien, a las personas
partidarias del principio de la laicidad y del laicismo como movimiento para
conseguirla, o al modelo de organización, en el que se aplican los principios
de la laicidad en su estructura u organización.
Como dice A. Comte-Sponville en su Diccionario Filosófico: “El laicismo (la laicidad) nos permite vivir
juntos, a pesar de nuestras diferencias de opinión y de creencia. Por eso es
bueno. Por eso es necesario. No es lo contrario de la religión. Es,
indisociablemente, lo contrario del clericalismo (que querría someter el Estado
a la Iglesia) y del totalitarismo (que pretendería someter las Iglesias al
Estado)”.
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