Dice el obispo de Córdoba, según titular de prensa, que “las
cofradías son un dique contra el laicismo”. Y posiblemente tenga razón.
Sin embargo el problema de estas declaraciones no es lo que
se dice sino lo que se insinúa para que se “sobreentienda”.
De manera que cuando habla de “…dique
contra el laicismo” está lanzando el metamensaje
de que el laicismo es algo “malo” a
lo que es necesario poner freno y para ello cuenta con las cofradías, dechado de virtudes y bondades de su modelo de sociedad, dispuestas para
frenar esa peligrosa y malvada deriva
social.
Es lamentable que una persona de tal relevancia social,
cuyas opiniones son seguidas y aceptadas de buena fe por muchos ciudadanos,
haga comentarios de este tipo que, aparte de faltar a la verdad, producen
malestar, recelo y pueden generar odio contra quienes defienden la laicidad.
Pues sus seguidores como fieles corderos, según su propio lenguaje, siguen a su
pastor sin rechistar.
Desconocemos las fuentes en las que se basa para llegar a
esas conclusiones tan equivocadas sobre la laicidad y el laicismo, por ello
resulta necesario exponer, aunque sea brevemente, ideas que sirvan de
información y clarifique los conceptos sobre estos términos a las personas que haya
podido confundir con sus declaraciones.
Porque ¿de qué estamos hablando cuando nos referimos al
laicismo?
El laicismo se refiere al movimiento histórico que reivindica
la laicidad.
¿Y qué es la laicidad?
La laicidad es un principio que establece la separación, no exclusión ni persecución, entre la sociedad civil y la religiosa.
Y que se fundamenta sobre los siguientes tres pilares:
1.- La libertad de conciencia, lo que
significa que la religión es libre, aunque solo compromete a los creyentes, y
el ateísmo es, igualmente, libre pero solo compromete a los no creyentes.
2.- La igualdad de derechos, que impide todo privilegio público tanto de la
religión como del ateísmo. Con ello nos encontramos ante un
valor ético consistente en “la igualdad ciudadana en el ámbito de lo
público”, con lo que se intenta garantizar “el
derecho a la diferencia sin diferencia de derechos”.
3.- La Universalidad de la acción pública,
es decir, sin discriminación de ningún tipo, al aplicar los derechos por parte
del Estado a sus ciudadanos.
No encuentro mejores palabras para definir la laicidad de
manera sintética y brillante que las del filósofo francés André Comte-Sponville
en su Diccionario Filosófico:
“La laicidad nos permite vivir juntos, a
pesar de nuestras diferencias de opinión y de creencia. Por eso es buena. Por eso es necesaria. No es lo contrario de la religión. Es,
indisociablemente, lo contrario del clericalismo (que querría someter el Estado
a la Iglesia) y del totalitarismo (que pretendería someter las Iglesias al
Estado)”.
Evidentemente el señor obispo y “sus cofradías” no comparten estos principios, sino que como
seguidores de una doctrina excluyente, consideran que las únicas creencias
respetables y dignas de ser tenidas en cuenta son las suyas. Por ello resulta
chocante, a raíz del resultado electoral en Andalucía y su satisfacción por los
mismos, las declaraciones respecto a la libertad religiosa, afirmando que “no se
puede estar atacando la libertad religiosa impunemente”. De donde podemos
deducir que tiene una idea muy “sui
generis” de lo que significa “libertad
religiosa”, o quizás que no tiene ni idea. Y por supuesto lo más importante
es que no están dispuestos a renunciar a ninguno de los privilegios que la
dictadura nacional-católica le concedió y que la democracia criptoconfesional
le ha seguido manteniendo.
Privilegios como equiparar a un obispo, que es un cargo de
una organización no estatal, con un fedatario público como corresponde a un
notario, “privilegio” que aprovecharon para apropiarse de una inmensa cantidad
de inmuebles en todo el país, entre ellos la Mezquita-Catedral de Córdoba.
De ahí sus temores de que la sociedad camine en la dirección
que se propugna desde el laicismo, es decir, libertad de conciencia que incluye
una auténtica libertad religiosa, separación Iglesia-Estado y ausencia de privilegios. Como podemos
ver, tiene mucho que perder, pero no porque lo que se propone desde la laicidad
sea ninguna maldad, injusta o indeseable sino porque se trata, como corresponde
a una sociedad democrática, de acabar con los abusivos privilegios que su organización tiene en nuestro país.
En definitiva una muestra más en sintonía con el tipo de declaraciones
con las que suele prodigarse como cuando calificó de “aquelarre químico” a la
fecundación in vitro, del plan de la UNESCO
“… para hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual”, la
incompatibilidad de ser ecologista y defender el derecho a abortar y un largo
etcétera.
Si el obispo y sus seguidores fuesen coherentes con lo que
predican siguiendo la máxima de su dios Jesucristo, deberían “amar al prójimo como a sí mismo”. Aunque
seguramente eso sea pedir demasiado, sería suficiente, de acuerdo con el
principio laicista de libertad de conciencia, “tolerar y respetar al que piensa
diferente”.