Domingo 24 de septiembre, en los informativos de TV aparecen
personas de diferentes países unidos en un esfuerzo común: intentar sacar con
vida a las personas atrapadas bajo los escombros de un edificio desplomado
durante el terremoto en Méjico. Un desastre natural crea un entorno en el que
sacamos lo mejor de la condición humana. Es un ejemplo del circuito cerebral de
la empatía funcionando a tope.
Podemos definir la empatía como “la capacidad de reconocer
lo que otra persona piensa o siente y reaccionar con una emoción adecuada”. Cuando
la empatía se produce, suspendemos nuestro enfoque de atención único, centrado
exclusivamente en nuestra mente, y adoptamos un enfoque de atención doble que
tiene en cuenta la mente del otro. Ahí estaban los voluntarios poniéndose en el
lugar de las victimas e intentando salvarlas.
Por la noche el periodista Jordi Évole entrevista al
Presidente de Cataluña y a continuación Ana Pastor lo hace a la Ministra de
Sanidad, ambos posicionados en criterios enfrentados ante la convocatoria del
Referéndum en Cataluña. Aquí el circuito de empatía brilla por su ausencia. No
aparece por parte de los entrevistados el más mínimo atisbo de entendimiento.
Todo lo contrario, ambos instalados en “su verdad” y centrados en un enfoque de
atención único, no solo son incapaces de tener en cuenta al otro para poder
acercarse e intentar resolver el
conflicto, sino que ponen en marcha el dispositivo cerebral más efectivo para
generar odio: “Nosotros-Ellos”. Este
mecanismo, instalado en las regiones más arcaicas de nuestro cerebro, útil para
la supervivencia de nuestros antepasados en una época remota de su evolución,
en la actualidad es una fuente de problemas si no conseguimos ponerlo bajo
control de regiones cerebrales evolutivamente más recientes, como la Corteza
Prefrontal. Su capacidad para anular la empatía y sacar lo peor del ser humano
al deshumanizar, despersonalizar y en definitiva cosificar al “ellos”, nos pone
en el disparadero para cometer cualquier atrocidad.
Paradójicamente un
desastre natural nos une para ayudarnos sin reparar en esfuerzos y sacrificios
y unas normas elaboradas por supuestos seres “inteligentes” y “racionales” nos
enfrentan a unos contra otros.
En mi opinión, los integrantes de ambos gobiernos (catalán y
español), dada su incapacidad para solucionar un conflicto político y social
con debates, negociaciones y acuerdos que se supone es su trabajo, no solo se
comportan como unos incompetentes sino que son un peligro para las personas a
las que gobiernan, al exaltar los sentimientos encontrados de los ciudadanos y poner
la razón al servicio de la emoción llevándonos a un escenario de “todos pierden”, en lugar de someter los
sentimientos a la razón para hacernos pensar y desear estar unidos . Y todo ello,
según dicen, ¡en defensa de “la democracia, la libertad y la justicia”!
Por otra parte resulta evidente la enorme hipocresía de los
actores, ahora enfrentados, pero almas siamesas durante todo el periodo
democrático, tanto en las políticas neoliberales como en la epidemia de
corrupción de sus partidos.
Aunque reconozca el mal-hacer de ambos gobiernos en esta
confrontación por la fractura social que han provocado, me parece oportuno señalar un matiz diferencial.
Tertulianos, politólogos y portavoces de partidos en sus
argumentos en contra del referéndum nos cuentan las condiciones en las que se
intenta llevar a cabo y la falta de garantías democráticas del mismo, o sea, el
“cómo”. Sin embargo, salvo raras excepciones, se suele obviar el “por qué”, ya que ello les
obligaría a reconocer que no están dispuestos a permitir que los ciudadanos de
cualquier territorio puedan decidir libremente si desean seguir perteneciendo o
no al reino de España, de ahí la prohibición, la falta de acuerdos y “al más
cómo, menos por qué” en sus explicaciones. Siendo éste el debate que se
necesita poner sobre la mesa sin ambigüedades.
Ambos gobiernos se acusan de ser transgresores de la
legalidad, en un caso de la Constitución y en el otro de Derechos
fundamentales.
En neuropsicología podemos distinguir dos tipos de
transgresiones: “Transgresiones morales” (actos que violan los Derechos
Humanos) y “Transgresiones convencionales” (actos que violan normas o
convenciones sociales). Para distinguir entre ambas se utilizan test en los que
se valora la “maldad” de una acción y si ésta seguiría siendo incorrecta de no
existir ninguna regla que la prohibiera.
En el caso de las transgresiones morales sigue estando mal
aunque la ley lo permita y en las convencionales desaparece la transgresión al
cambiar la norma. Por ejemplo, moralmente no está bien dañar a otra persona,
aunque la ley lo permita. La percepción de estas diferencias depende del
desarrollo y actividad de una región cerebral (ángulo parieto-temporal derecho),
que se produce a partir de los cuatro años. Si no funciona bien esta región nos
encontraremos con una mente que, al ser incapaz de tener en cuenta el contexto,
solo razona basándose en reglas y en consecuencia no encontrará diferencias
entre ambas transgresiones. Existen mecanismos ambientales que pueden atenuar
el adecuado funcionamiento de esta área.
Si hacemos un
ejercicio de simplificación del conflicto catalán y nos limitamos al derecho
fundamental de libertad de expresión, vemos una importante diferencia entre los que piden realizar
un referéndum, que pueden estar transgrediendo
normas convencionales, por el contexto en que pretenden ejercer ese derecho, solucionable
con el debate necesario indicado anteriormente y llegado el caso cambiar la
norma, y quienes tienen como misión obstaculizarlo, y que en su intento, por
muy respaldado por la legalidad vigente que esté, utilizan medios que pueden estar transgrediendo lo
ético y los derechos humanos.