En
agosto de 1971 el profesor de psicología en la Universidad de Standford Philip
Zimbardo realizó lo que se conoce como el Experimento de la Prisión de Standfor
(EPS) cuyo objetivo era evaluar la medida en que las características externas de un entorno institucional podían
imponerse a la disposición interna
de quienes vivían en ese entorno, es decir, una disposición buena, o lo que es
lo mismo, buenas personas, se enfrentaban a una situación malvada.
Para su
realización se adaptaron los sótanos de la facultad de psicología para simular
una cárcel en la que tras un sorteo un grupo de estudiantes previamente
seleccionados por no presentar ningún problema de salud harían de presos y otro
de carceleros. El ensayo se diseñó para una duración de dos semanas, no
obstante hubo que suspenderlo a los seis días por los efectos tan rápidos y
dramáticos que la situación produjo en los participantes. Resumiendo, un grupo
de jóvenes estudiantes sanos e inteligentes formando parte de un experimento, a los que de forma
azarosa se les adjudica el papel de
“guardianes de prisión”, sacan su lado salvaje y maltratan de tal forma a los
compañeros que les tocó hacer el papel de “presos” que obliga a los
investigadores a suspenderlo a los seis días.
Con
esta investigación se puso de manifiesto la importancia de la situación (el
contexto) en nuestra conducta. Estos resultados obtenidos de manera
experimental en un “laboratorio” han sido confirmados en situaciones de la vida
real en múltiples circunstancia, siendo el caso más reciente de los conocidos
lo ocurrido en la prisión iraquí de Abu Ghraib, donde militares de reconocida
buena conducta en su trayectoria profesional infligieron castigos y
humillaciones denigrantes a los presos, algo difícil de explicar si no tomamos
en consideración la situación en que se produjo y el funcionamiento del sistema
penitenciario militar de EEUU y nos fijamos sólo, como es lo habitual, en la
personalidad de los autores.
Aunque
con el EPS se puso en evidencia la fuerza que sobre la disposición o
personalidad tienen variables externas como la situación o contexto dentro de
un tipo de sistema a la hora de inducir “conductas
malvadas”, también puede servirnos a la hora de analizar y explicar los
factores que favorecen “conductas
corruptas” donde su influencia seguramente es mayor al conllevar beneficios
personales y tratarse de una “maldad de guante blanco” que hace más fácil la
racionalización como mecanismo autojustificador.
Estos
estudios demuestran el frecuente error de atribución que sitúa en las
cualidades interiores de la persona la principal fuente de sus actos y nos
propone que demos más importancia de la que solemos darle a los procesos situacionales y sistémicos a la hora de explicar conductas aberrantes e
inesperados cambios de personalidad.
La
conducta humana siempre está sujeta a fuerzas
situacionales que se engloban dentro de otro contexto macroscópico más
amplio que suele ser un sistema de
poder diseñado para sustentarse a sí mismo.
Como
decíamos los análisis que habitualmente se hacen a la hora de explicar
conductas reprobables se centran en la persona como único agente causal, dando
lugar a las famosas “manzanas
podridas” con las que suelen concluir las explicaciones y, lo que es
peor, las investigaciones, minimizando o pasando por alto el impacto de las
variables situacionales y los factores sistémicos que conforman la conducta y
transforman a las personas.
Podemos
decir que los “sistemas corruptos” crean “situaciones corruptas” que llevan a
“conductas corruptas”, haciendo posible que “buenas personas” se conviertan en
“manzanas podridas”.
Con
este planteamiento no pretendo en modo alguno eludir la responsabilidad y
culpabilidad de quienes cometen fechorías o actos de corrupción sino ampliar el
punto de vista causal a la hora de realizar un diagnóstico para que en la
aplicación del tratamiento o soluciones no se nos queden atrás factores
relevantes que debemos tener en cuenta y sobre los que hemos de actuar si
queremos una “cura radical” del mal de la corrupción en nuestra sociedad en
general y en el sistema político en particular y no quedarnos en la “cura
paliativa y sintomática” de eliminar la “manzana podrida” sin actuar sobre el
“cesto” (situación) o los “mimbres” (sistema) o mejor aun sobre los “hacedores de cestos podridos” como
son los centros del poder económico y financiero.
El
Sistema político y social en el que nos encontramos en nuestro país podemos
etiquetarlo de corrupto sin paliativos, solo tenemos que ver los resultados de
las recientes elecciones municipales y autonómicas en las que políticos con
demostradas responsabilidades, al menos a nivel político, en casos de
corrupción han vuelto a obtener un importante apoyo electoral e incluso ser el
más votado en muchos casos. Ejemplo paradigmático lo tenemos en la ciudad de
Madrid, un municipio podrido por la corrupción con altos cargos del Partido
Popular encarcelados y cuya “responsable política” de todo ello consigue la
mayoría; algo similar ocurre con el PP en Valencia cuyo subdelegado del
gobierno acaba de ser detenido y encarcelado y Baleares cuyo presidente, del
PP, está en prisión. En Andalucía es el
PSOE el que protagoniza la corrupción con los ERES y los cursos de formación y
vuelve a ganar las elecciones en la Comunidad, etc. En Córdoba, donde el
alcalde del PP, José A. Nieto, sancionado por el Banco de España por su
participación en Cajasur por infracciones muy graves y a pesar de no haber sido
capaz de superar la condición que se autoimpuso para volverse a presentar, que era disminuir
el número de parados en la ciudad, no cumple su palabra, se presenta y obtiene
la mayoría. Es evidente que la mentira y la corrupción en nuestro país no les pasan
factura a los políticos, y cuando lo hace es tibiamente.
La cara
positiva, la tibieza de que hablaba, es que el Partido Popular, donde la
corrupción llega hasta la médula del propio partido ha perdido votos con
respecto a las anteriores elecciones de manera que las mayorías son simples y no absolutas, por lo que
probablemente pierdan el gobierno en Ciudades y Comunidades que hoy están bajo
su dominio, salvo que alguna operación de transfuguismo, nada improbable en
nuestro entorno, o la intransigencia y el desencuentro de la izquierda lo impida.
En
nuestra sociedad es obvio que, al igual que la pobreza y el hambre, la
corrupción no provoca el rechazo por parte de la mayoría de los ciudadanos, siendo
algo que se rechaza en el plano teórico, al no estar bien vista desde el
hipócrita código moral que practicamos, pero en realidad no nos afecta
emocionalmente y digerimos con bastante facilidad ver cómo millones de personas
mueren de hambre o viven en extrema pobreza en un mundo de superabundancia, o apoyar
partidos, grupos o personas altamente sospechosas o de probadas prácticas
corruptas, sea en la política, los negocios, las instituciones, los “amigos”,
etc. Estamos afectados por una “ceguera ética” que nos lleva a la defensa del
sistema y su código moral por lo que acabamos siendo muy “moralistas” pero
“poco éticos”.
Necesitamos
apostar por una sociedad donde la ética sustituya a la “moralina” pro-sistema, lo
que implica la necesidad de ser “anti-sistema”, y en consecuencia tener que
hacer un esfuerzo pedagógico importante dado las connotaciones negativas que el
término suscita gracias a los medios de “des-información”
convertidos en voceros de las elites corruptas del sistema que les paga y defienden.
La
buena noticia de los experimentos y acontecimientos históricos nos la da el
porcentaje de personas que, aunque minoritario, suelen rebelarse ante
situaciones injustas e indignas poniendo de manifiesto que, a pesar de su
importancia, no somos esclavos del poder de las fuerzas situacionales.
Podemos
aprender de ellos y diseñar métodos para resistirnos y oponernos de manera que
puedan servirnos para formar a los ciudadanos y posibilitar que esta minoría
crezca.
Un buen
comienzo sería aplicarnos una cura de humildad y, basándonos en los
descubrimientos científicos que nos muestran que la mayoría de las personas
pueden ser sometidas por las fuerzas situacionales, rechazar la vieja ilusión de la invulnerabilidad personal expresada como
¿Ellos? Si; ¿Yo? ¡Ni hablar!
Aunque
las diferencias individuales son loables y afortunadamente no todos los que se
dedican a la política lo hacen buscando su beneficio personal los datos nos
dicen que ante unas fuerzas situacionales poderosas las diferencias desgraciadamente
se reducen. Por desgracia esas fuerzas hoy apuntan y favorecen las conductas
corruptas.
Philip Zimbardo en su libro “El efecto Lucifer”
realiza una exhaustiva revisión del experimento y los acontecimientos históricos
relacionados con el mismo y nos ofrece un decálogo para resistir influencias no
deseadas, que expongo brevemente:
- Aceptemos el dicho de que “errar es humano”
y seamos capaces de reconocer nuestros errores, primero ante nosotros mismos y
después ante los demás, como forma necesaria para corregirlos.
-
Debemos estar atentos, especialmente ante situaciones nuevas, para evitar
actuar tontamente por falta de atención y utilicemos un “pensamiento crítico”
exigiendo a nuestros interlocutores que las afirmaciones se sustenten con
pruebas.
-
Asumamos la responsabilidad de nuestras decisiones y nuestros actos. La obediencia a la autoridad será menos
ciega en la medida en que seamos conscientes de que la dilución de la
responsabilidad no hace más que disfrazar nuestra complicidad personal en la
realización de actos dudosos, con ello reduciremos nuestra conformidad con
normas antisociales como las que se están aplicando en nuestro país. A modo de
guía que nos oriente, imaginemos un futuro en el que nuestros actos de hoy se
sometan a juicio y no se acepte el pretexto de que “nos limitábamos a seguir
órdenes” o de que “todo el mundo lo hacía”.
-
Reafirmemos nuestra identidad individual no permitiendo que nadie nos desindividúe, nos categorize o nos
encasille convirtiéndonos en un objeto. Actuemos para cambiar toda situación
social que fomente el anonimato como forma de diluir la responsabilidad o
utilice estereotipos negativos.
-
Respeto a la autoridad justa pero rebelarse ante la injusta. No a la obediencia
ciega a la autoridad ni aunque ésta sea “divina”. Como dijo Howard Zinn:
“Históricamente las cosas más terribles (guerras, genocidios, esclavitud) resultaron
no de la desobediencia, sino de la obediencia”.
- El
atractivo de ser aceptado en un grupo social al que se desea pertenecer hace
que algunas personas sean capaces de cualquier cosa para ser aceptadas,
llegando aún más lejos para evitar ser rechazadas. Las presiones para que
“actúen en equipo”, a veces sacrificando su ética personal en bien del grupo
son muy poderosas y debemos tenerlas en cuenta para valorar su idoneidad.
- Estar
atento a las formulaciones o manera de
enmarcar una cuestión, que suele tener más influencia que cualquier
argumentación persuasiva que se pueda dar en torno a ella.
-
Equilibrar la perspectiva del tiempo, pues cuando no tenemos en cuenta nuestros
compromisos pasados y nuestras responsabilidades futuras es fácil caer en las
tentaciones situacionales.
- No
sacrificar libertades personales o civiles por la ilusión de seguridad. Estar
alerta cuando desde las instancias del poder se nos promete la seguridad
personal y nacional al precio de un sacrificio colectivo de las leyes, la
intimidad y las libertades, suele ser la puerta al fascismo incluso en
sociedades en principio democráticas. “Ley mordaza” y sus posibles
consecuencias.
- “Podemos
y debemos oponernos a sistemas injustos” La historia está plagada de actos
individuales de heroísmo contra poderosos sistemas injustos que acabaron
derrumbándose.
Considero
este decálogo como base sobre la que construir un pensamiento crítico, que
empezando por uno mismo e intentando generalizarlo hasta el sistema educativo,
si ello fuera posible, nos sirva de herramienta para construir un dique de
protección a la riada de desinformación y deformación intelectual que los
medios actuales, con la TV a la cabeza, hacen y podamos construir una sociedad
de ciudadanos libres que hayan recuperado la capacidad y el disfrute de pensar
por ellos mismos frente a la situación actual de alienación y aceptación
acrítica de lo que les llega a través de los centros de poder.