En la pandemia causada por el coronavirus el número de
personas fallecidas a causa de la enfermedad ha sido uno de los elementos más
utilizados por la oposición política para atacar al gobierno de España. La
manipulación que desde distintos medios se ha estado haciendo para trasladar el
mantra de que el gobierno mentía acerca de estas cifras ha sido descarada y
carente de justificación pues no parece que en principio haya ningún
responsable de estas muertes que no sea el coronavirus, sin embargo al sembrar
la duda acerca del rigor en las cifras puede verse el intento de transmitir la
idea de culpabilidad de las muertes hacia el gobierno, creando un estado de
desconfianza en la población hacia las informaciones oficiales.
En un momento con más dudas que certezas ante la terrible
enfermedad que nos asola, en el que seguir las recomendaciones que nos dan desde
el ministerio es la mejor y única herramienta que disponemos en la lucha contra
esta enfermedad, la oposición se dedica a cuestionarla y sembrar el escepticismo.
Es lamentable, además de un craso error, que los intereses partidistas de
quienes representan la derecha se haya impuesto a la sensatez y protección de
la salud de los españoles. El papel de la oposición política de nuestro país en
esta crisis sanitaria no solo no ha aportado ninguna ayuda a quienes se han visto en la responsabilidad
de enfrentarse al grave problema sanitario causado por la epidemia sino que se
ha convertido en un problema añadido. Instalada en un discurso negativo ante
todo, incapaces de aportar soluciones, siendo su única preocupación desde que
se inició la crisis el acoso y derribo del gobierno, con tal descaro que
incluso han llevado a la practica el dicho marxista ¡de Groucho!: “Estos son
mis principios, pero si no le gustan tengo otros”. Así hemos podido ver cómo, a
posteriori, reprochaba al gobierno no haber implantado antes el estado de
alarma, siendo fácil comprobar en las hemerotecas las declaraciones y conductas
que en esos momentos protagonizaban figuras destacadas de la política y medios
afines a la derecha, que instalados en la normalidad e incapaces de ver el
peligro, como nos ocurría a todos, acusaban al gobierno de alarmismo ante una
infección que no suponía riesgo alguno. No quiero pensar la que hubiesen
montado si en esos momentos en los que el número de infectados era mínimo y aún
no se había producido ninguna muerte, se hubiesen tomado las medidas que se vio
obligado a instaurar semanas después ante la evidencia y la gravedad de los
acontecimientos que se avecinaban. Como muy bien le dijo el ministro Salvador Illa
a la diputada del Partido Popular, si en un momento en que había 416 casos nuevos
y 95 fallecidos se niegan a apoyar el estado de alarma quien se va a creer que
con 17 casos y ningún fallecido lo iban a hacer. Es pura hipocresía.
Es fundamental para comprender los datos que se aportan
sobre la muerte producida por la infección del Covid-19 tener claros dos
conceptos:
-
Tasa de Mortalidad: se calcula poniendo el número de muertes causadas por
el virus en el numerador, y el número de personas que viven en el territorio al
que nos estemos refiriendo en el denominador (continente, país, comunidad,
provincia, etc.). La dificultad de conocer con exactitud esta tasa estriba en
la necesidad de saber quiénes de los fallecidos lo han sido a causa de la
infección, para lo cual tendríamos que ser capaces de diagnosticar correctamente
a todos los infectados, algo que ha sido y sigue siendo imposible.
-
Tasa
de Letalidad: en este cálculo el numerador de la tasa sigue siendo el número de
fallecidos, pero el denominador es el número de contagiados (diagnosticados) y
no habitantes. Este dato nos aporta información sobre la agresividad del agente
infeccioso y la capacidad de respuesta del sistema sanitario ante la
enfermedad. Está influido por la extensión diagnóstica que se realice. El
problema es que no conocemos el número real de infectados, de manera que si la
capacidad diagnostica se limita a los pacientes que acuden al hospital, que
lógicamente son los más graves, y dejamos fuera los leves o asintomáticos que
se quedan en el domicilio, como ha ocurrido en nuestro país al inicio de la
epidemia, obtendremos una alta letalidad que no se corresponde con la real.
Si escuchamos lo que de manera clara e insistentemente el
director del sistema de emergencias Fernando Simón y el propio ministro de
sanidad nos vienen diciendo desde que empezó la pandemia sobre los datos acerca
de los fallecidos, no hay lugar para la duda salvo en mentes retorcidas.
Siempre han mantenido que las cifras, obtenidas a través de las comunidades
autónomas, hacían referencia a lo que de “manera
consensuada” y en aras de homogeneidad en los datos a nivel europeo se
consideraba “muerte por coronavirus”,
consistente en “aquella persona fallecida
con una prueba PCR positiva”. Es obvio y también lo han explicado que con
esta sistemática quedaban fuera las personas fallecidas por Covid-19 que no
hubiesen tenido acceso a la correspondiente prueba, por lo que las cifras
aportadas por los distintos países estaban influidas, entre otras cosas, con el
número de test realizados. En definitiva que los datos informan de lo que significan,
es decir, personas fallecidas por coronavirus con una PCR positiva, y sirven
para tener una idea desde la perspectiva epidemiológica del estado de la
enfermedad. Para aproximarnos a la mortalidad real necesitamos tener en cuenta,
además de los anteriores, otros indicadores como el registro de monitorización de mortalidad (MoMo) que nos informa de
la mortalidad global de los últimos años, con lo que podemos comparar la
ocurrida en meses similares de años anteriores con la actual y ver la diferencia
que sería un indicador indirecto de la posible mortalidad añadida por el virus.
De manera que la información está delante de nuestras narices, es pública y
solo se necesita preocuparse en estudiarla y sacar las conclusiones. Algo que
va más allá de las capacidades de algunos que se llaman periodistas,
comunicadores televisivos o radiofónicos y por supuesto de los gurús de las
redes. La falta de entendimiento de estos mensajes claros por parte de los
políticos de la derecha y sus voceros tiene otro matiz, no se trata tanto de
que no se enteren, que es posible, sino que su objetivo es poner en evidencia la
gestión del gobierno, aunque para ello tengan que recurrir a la mentira, puesto
que, por desgracia, mentir es una manera sencilla para alcanzar el poder dada
la credibilidad que poseen quienes ocupan una alta posición entre los que desde
su afinidad política conforman el “nosotros”. No es casualidad que sea en la política
donde se encuentra más representada la personalidad mentirosa y manipuladora por
antonomasia, el psicópata.
Las pruebas que los investigadores están aportando
indican que somos proclives a creernos determinadas mentiras aun cuando existan
pruebas patentes de que no son verdad. Nuestra tendencia a engañar y nuestra
vulnerabilidad a ser engañados, resultan preocupantes en una época de expansión
de las redes sociales en la que la capacidad de la sociedad para discriminar
entre verdades y mentiras nunca había estado tan amenazada.
En un momento en que la amenaza de pandemias es real
y cada vez más probable, cuando necesitamos buscar las causas, conocer la
verdad y estar más unidos que nunca como colectividad mundial para hacer frente
a un enemigo común, pues todos vamos en la misma nave, en nuestro país nos
dedicamos a usar los muertos como elemento para la disputa del poder político.
Recordemos las clarividentes palabras del premio Nobel
doctor Joshua Lederberg: “El microbio que ayer se llevó la vida de un
niño en un recóndito continente puede llegar al nuestro hoy y sembrar una
pandemia mundial mañana”. Espero y deseo que nos hagan reflexionar y se
fomente la unión entre las personas honradas y comprometidas de este mundo por
el bien de todos. Algo muy necesario ante las actuaciones tan mezquinas y
aberrantes como acudir a un juzgado para achacar la muerte de las victimas del
coronavirus al médico que con su honestidad, sabiduría y bien hacer nos ha ido
sacando de la epidemia en nuestro país, el doctor Fernando Simón, a quien en
lugar de reconocer su inmenso servicio a la patria se intenta destruir su
prestigio científico. ¡Qué país!