En
la madrugada del viernes 13 de marzo de 1964, hace hoy 51 años, la joven Kitty
Genovese de 38 años de edad, fue brutalmente asesinada cerca de su casa en el
condado de Queens, Nueva York, cuando volvía de hacer el turno de noche en
el bar en el que trabajaba de encargada.
En
una primera agresión fue apuñalada por la espalda y en el abdomen por Winston
Moseley. Ella gritó en el silencio de la noche: “¡Ay Dios mío! ¡Me han clavado
un cuchillo! ¡Socorro! ¡Socorro, por favor! Se encendieron las luces de las
ventanas en los apartamentos próximos. Alguien gritó: “Deje en paz a esa
chica”. El agresor salió corriendo del lugar y las luces se volvieron a apagar,
sin que nadie acudiera en ayuda de Kitty. Minutos después Moseley regresó y la
siguió apuñalando y ella volvió a gritar pidiendo ayuda y de nuevo se
encendieron las luces y de nuevo el agresor huyó. Se volvieron a apagar las
luces y el asesino regresó para terminar lo que había empezado treinta y cinco
minutos antes, a las tres y cuarto de la madrugada.
Treinta
y ocho personas habían presenciado el asesinato y solo una llamó a la policía
cuando la víctima ya había muerto. Nadie bajó a ayudarla.
Las circunstancias del
crimen y la aparente reacción (o más bien la falta de ella) de sus vecinos
aparecieron en un artículo de prensa dos semanas después provocando un
escándalo en toda la nación, pues aún flotaba en el ambiente las terribles
imágenes del holocausto y la pasividad del pueblo alemán ante el mismo.
Dos jóvenes psicólogos
sociales, John Darley y Bibb Latané, decidieron investigar sobre la conducta
humana solidaria e idearon una serie de experimentos para estudiar las
condiciones en que el ser humano pasa
por alto la demanda de auxilio de sus congéneres, así como las condiciones en
que se impone la compasión. Su trabajo, denominado “Experimento del Espectador
Apático”, se convirtió en uno de los experimentos clásicos de la psicología
social y sus resultados se conocen como “Efecto
espectador” o «Síndrome
Genovese».
Se aportaron dos razones
para explicar el “Efecto del espectador apático”:
Primero, la difusión de la responsabilidad. Esto
ocurre cuando la gente piensa que otra persona va a intervenir y, como resultado,
se siente menos responsable. En los experimentos de Darley y Latané, detectaron lo siguiente:
- El número, de manera que, cuantas más personas participaban menor era la probabilidad de que interviniesen para ayudar. Siendo alrededor del 30% los que pedían ayuda cuando había al menos cuatro participantes y del 85% cuando el sujeto estaba solo.
- El tiempo en reaccionar, de manera que cuando pasaban tres minutos de que se produjese el suceso, las probabilidades de prestar ayuda por parte de los presentes disminuían.
- La “Etiqueta Social”, es decir, los modales o código de conducta que delimita las expectativas para el comportamiento social de acuerdo con las normas contemporáneas convencionales dentro de una sociedad, la clase social o grupo, refuerza la difusión de la responsabilidad con tanta intensidad que la anula incluso en situaciones de vida o muerte. Y todo por “miedo al ridículo” o a la “exclusión del grupo", evidenciando una falta de confianza en uno mismo.
- El número, de manera que, cuantas más personas participaban menor era la probabilidad de que interviniesen para ayudar. Siendo alrededor del 30% los que pedían ayuda cuando había al menos cuatro participantes y del 85% cuando el sujeto estaba solo.
- El tiempo en reaccionar, de manera que cuando pasaban tres minutos de que se produjese el suceso, las probabilidades de prestar ayuda por parte de los presentes disminuían.
- La “Etiqueta Social”, es decir, los modales o código de conducta que delimita las expectativas para el comportamiento social de acuerdo con las normas contemporáneas convencionales dentro de una sociedad, la clase social o grupo, refuerza la difusión de la responsabilidad con tanta intensidad que la anula incluso en situaciones de vida o muerte. Y todo por “miedo al ridículo” o a la “exclusión del grupo", evidenciando una falta de confianza en uno mismo.
Segundo, la ignorancia pluralista. Esto se
refiere a la mentalidad de que ya que nadie está reaccionando ante la
emergencia mi ayuda personal no es necesaria. Observar la falta de acción de
los demás dará lugar a la idea de que la emergencia no es tan grave en
comparación con la percepción cuando uno está solo. Nos contagiamos inmovilismo
unos a otros. Aquí seguramente también interviene la “Etiqueta Social” para no
actuar y la autoexplicación que nos damos es una racionalización para
justificar nuestra conducta.
En definitiva estos resultados vienen a confirmar de manera científica lo que la sabiduría popular en nuestro entorno ya sabía y que aparece recogido en refranes como: "Mientras mas gatos mas ratones" o "Unos por otros la casa sin barrer"
En definitiva estos resultados vienen a confirmar de manera científica lo que la sabiduría popular en nuestro entorno ya sabía y que aparece recogido en refranes como: "Mientras mas gatos mas ratones" o "Unos por otros la casa sin barrer"
Como resultado de sus
experimentos Darley y Latané elaboraron las cinco fases de la conducta
solidaria ante una situación de emergencia:
- 1.- “Es preciso que quien puede
prestar auxilio se dé cuenta de lo que está
sucediendo”.
- 2.- “Es preciso entender
que el suceso requiere intervención”, esto no siempre es fácil en
la vida real, dadas las ambigüedades que las situaciones pueden plantear y
la fuerza de la etiqueta social, ante el temor de malinterpretar la
necesidad de ayuda y hacer el ridículo ante los demás.
- 3.- “Es preciso asumir
la responsabilidad personal”.
Aquí necesitamos tener confianza en nosotros para evitar la dilución de la
responsabilidad.
- 4.- “Es preciso decidir
qué acción emprender”.
- 5.- “Es preciso actuar
en consecuencia”
Quisiera resaltar el
descubrimiento de la importancia que tiene en nuestra conducta la “etiqueta
social”. Al ser modales o códigos de conducta que favorecen la cohesión de los
grupos y por tanto su capacidad de supervivencia, deben sustentarse
en una base biológica mediante el desarrollo de circuitos neurales que la
favorezcan, al implicar una ventaja evolutiva. Además de ser reforzada
culturalmente, de ahí su fuerza como motivador de conducta.
Como sabemos la evolución
por selección natural no es ni buena ni mala desde el punto de vista de la moral, sino que solo explica hechos. Por
tanto esa “predisposición” a cerrar filas en pro del grupo puede ser positiva o
negativa desde un punto de vista ético, dependiendo de los valores y principios
que tengan el grupo o la sociedad en ese momento.
Si hoy tenemos una
situación de emergencia social en lo referente a valores y principios es la
CORRUPCIÓN en “TODAS” nuestras instituciones, como reflejo de una sociedad
corrupta que entre “TODOS”, unos mas que otros, sostenemos. Hemos presenciado y seguimos
haciéndolo escándalos que van desde la monarquía, la iglesia, el gobierno, los
partidos políticos, los sindicatos, los tribunales de justicia, el ejercito,
las empresas, etc. Como diría un castizo “aquí no se salva ni Dios”. Y todo
ello ocurre con la permisividad de “la ciudadanía”, porque forma parte de la “etiqueta
social real” aunque no de la “etiqueta social formal”, de manera
que todas las instituciones mencionadas, así como los ciudadanos,
de manera pública expresaran su rechazo a la corrupción pero en la práctica
seguirán sin hacer nada para evitarla, y practicándola cada uno al nivel que
las circunstancias le permitan. Rechazo verbal pero no visceral. Sencillamente
porque se trata solo de un rechazo formal, de acuerdo con las “normas sociales”
de lo que se da en llamar lo “políticamente correcto”, pero no existe, al menos
de momento, un rechazo emocional, que nos provoque repugnancia tanto los actos
de corrupción como las personas que los cometen, especialmente si ocupan
posiciones de relevancia social.
Si aplicamos los
conocimientos adquiridos con los experimentos mencionados y sus cinco fases, lo
primero a tener en cuenta es un diagnostico correcto de la situación, que al
contrario de lo que nos cuentan no se trata de “casos aislados” o “manzanas
podridas”. El problema no es solo disposicional, o sea de las personas, sino
sistémico y situacional, son los “mimbres y el cesto” los que están podridos, además de las manzanas.
Por supuesto que estamos
ante una situación que requiere nuestra intervención y de manera urgente y para
ello tenemos “TODOS” que asumir nuestra responsabilidad tanto en lo que está
ocurriendo como a la hora de poner remedio. Tenemos que intervenir en,
al menos, dos escenarios, uno sobre
nosotros mismos. Haciendo un ejercicio de autoconciencia y reflexión sobre
nuestro modo de vida e intentar descubrir que cambios tendríamos que hacer para
convertirnos en mejores personas, que aspiran a una sociedad solidaria en un
planeta limpio y lleno de vida. Un ejercicio que debe ser estructural y
permanente; y por otra parte como ciudadanos debemos participar en la política
de nuestra ciudad, comunidad y país, apoyando a aquellas personas y colectivos
de cualquier tipo que defiendan “de verdad” la defensa de lo público con
honestidad y honradez, evitando que grupos y/o personas cuyos hechos, al
contrario que sus palabras, nos muestran que no están por el tipo de mundo al
que nos hemos referido anteriormente y siguen instalados en la corrupción,
utilizando lo público para beneficio propio o de su grupo.
Coyunturalmente
tenemos la oportunidad de actuar en los procesos electorales como los que están
previstos próximamente. Ahora corresponde a cada uno realizar sus propios
análisis para encajar las diferentes piezas del puzle en el escenario político
actual y actuar en consecuencia. Si el rechazo a la corrupción no fuera simple
retórica en nuestro país, Partido Popular, PSOE y CiU, hoy serian cadáveres
políticos sin ningún apoyo por parte de los votantes. Esperemos a ver los resultados.
Córdoba 13 de marzo de
2015