Artículo dirigido para la Revista de Feria del 2015 de Conquista, población en la que inicié mi ejercicio profesional en el año 1979.
En la revista de feria del año 1983 participé con un artículo titulado “Sobre sanidad local…” en el que hacia un análisis de la situación sanitaria de la población de Conquista tras cerca de cuatro años como médico titular en la misma. En él exponía los cambios positivos conseguidos (reforma y dotación de material del consultorio, apertura de una oficina de farmacia, regulación automática de la cloración del agua, etc.) así como las deficiencias aún por solventar entre las que se encontraba la necesidad de un “sistema de recogida de basuras y control en el vertido de las mismas”, como vemos todo ello muy básico y primordial, ya que las condiciones en las que desarrolle mi actividad profesional en esta localidad, desde noviembre del 1979 a Septiembre de 1983, puede decirse que fueron muy pobres en los aspectos materiales aunque inmensamente ricas en lo humano. Todas las carencias y angustias surgidas de las mismas así como por mi propia inexperiencia fueron compensadas por el afecto y la “entrega incondicional” que los “conquisteños” me ofrecieron, lo que hizo no solo llevadera una situación de por sí bastante estresante (escasos medios, aislamiento geográfico y profesional, servicio ininterrumpido las veinticuatro horas del día los siete días de la semana, inexperiencia, etc.) sino que se convirtió en un crisol de donde salió el médico en el que me convertí. Por todo ello guardo un grato recuerdo y agradecimiento de aquellas personas que se convirtieron en mis primeros pacientes y en los primeros casos a los que tuve que enfrentarme y solucionar como buenamente pude.
Aunque con los recuerdos ocurre igual que con las joyas que son
difíciles distinguir las verdaderas de las falsas, éstos son algunos de los que
conservo.
Mi primer día de consulta al
terminar cerca de las cuatro de la tarde salí a la puerta de la casa del médico
a despejarme un poco y allí estaba Alfonso (diagnosticado de esquizofrenia), con su mirada perdida en el
infinito para preguntarme si me iba a quedar en el pueblo. Le respondí que si
las consultas iban a durar lo mismo que ese día me marcharía. Al día siguiente
al finalizar la consulta y salir, estaba esperándome con una sonrisa para
afirmar con gesto alegre: “Se queda, pues hoy ha terminado antes”. Le confirmé
que efectivamente me quedaba. Recuerdo a su madre con ojos pequeños y
brillantes siempre preocupada por su hijo y las dificultades por las que ambos
pasaban para acudir a la cita del Psiquiatra en Córdoba, saliendo de madrugada
en el coche de línea y cuando llegaban, la consulta que era a primera hora y de
tipo “ambulatorio”, ya había finalizado teniendo que hacer noche en Córdoba y
regresar al día siguiente a su casa. Todo un calvario para una anciana y su
hijo enfermo mental.
Una
abuelita dulce y encantadora, lamento no recordar su nombre, que vivía frente
al cuartel de la Guardia Civil, fue la receptora de mi primera inyección intravenosa
como tratamiento de un cólico biliar. Salió perfectamente, mejoró el dolor,
ella quedó encantada y yo lleno de satisfacción al superar la prueba sin que se
notara mi bisoñez.
Recuerdo a “Fafa” siempre de un lado para otro arrastrando su pie torcido
y deformado; a Isabelita embutida en su bata y pidiéndome la receta de los
sobres para “hacer refresco para comer”.
A Rosario viuda de guerra y con una hija (Artura) deficiente mental que
a pesar de vivir en la más extrema pobreza me obligaba a aceptarle las 25
pesetas que me daba cada vez que iba a consulta. Con el tiempo aprendí que
suelen ser más generosos quienes menos tienen.
La
primera persona cuya muerte tuve que certificar fue la de Francisco Santiago que
vivía en el Barrio de la Estación, afectado de tetraplejia que lo mantenía
inmovilizado y con quien mantuve una breve pero intensa relación. En nuestras
largas charlas, admiraba la entereza ante su enfermedad. Tenía una familia
encantadora con algunos de sus hijos aún pequeños. Me quedé con ellos en su
casa la noche de su defunción.
Mi
primer levantamiento de cadáver se produjo una fría noche en la que encontraron
a Agustín en medio de la dehesa después de varios días desaparecido. Lo
recuerdo siempre triste, cansado y solitario. Fue un hecho lamentable con el
que aprendí las carencias e incompetencia de los aspectos judiciales y forenses
en nuestro país.
Un
éxito diagnostico que me produjo quebraderos de cabeza fue cuando diagnostique y comunique varios casos de triquinosis en una familia que había consumido
alimentos elaborados con animales cazados furtivamente y sin pasar los
controles sanitarios correspondientes. Desde la Dirección Provincial de Salud
me “riñeron” por no haberlos declarado de forma urgente, cosa que ignoraba; y
el veterinario titular por haberlos declarado, lo que le suponía la obligación
de buscar restos de alimentos y hacer los análisis correspondientes, es decir,
tenía que hacer su trabajo, algo que, al parecer, le molestaba. Una actuación que podía haber sido objeto de un brillante artículo en una revista científica solo sirvió para recibir reproches. Cosas de la inexperiencia y de la falta de ambición.
Puedo decir que al menos salve una vida,
cuando en la madrugada de navidad me despertaron unos golpes en la puerta y
gritos. Al abrir me encontré con Antonio que sangraba a chorros por la muñeca
como consecuencia de un corte que le había seccionado la arteria radial. Tras
unos momentos de duda al no saber qué hacer, se me ocurrió usar el manguito del
tensiómetro como instrumento hemostático comprimiendo el antebrazo cortando la hemorragia. Durante el traslado, que
duraba dos horas, cuando el dolor se intensificaba por la isquemia, lo que
ocurría cada 15-20 minutos, desinflaba el manguito durante unos segundos evitando
daños permanente por isquemia prolongada que podría haber supuesto la pérdida
de la mano. Había que suplir con ingenio la escasez de medios. Esa noche
viajamos en el taxi hacia el hospital cuatro antonios: el chofer, el herido,
su padre y el médico, todos nos
llamábamos Antonio. Aunque el anecdotario sería interminable lo dejo aquí para
no cansar a los lectores.
Los avances en el Sistema Sanitario español en aquellos años
fueron transcendentes al coincidir la transición democrática en nuestro país
con la Declaración de Alma-Ata celebrada en 1978 en la que participaron los
representantes de la Organización Mundial de la Salud de 134 países y donde se
declaró la salud como un “derecho fundamental del ser humano”. Curiosamente en
1983 el eslogan del Día Mundial de la Salud (7 de abril) fue “Salud
para todos en el año 2000: ¡La cuenta atrás ha comenzado!”, el hecho de
que la cuenta atrás se suponía había comenzado cinco años antes junto a que entre
los firmantes de la histórica Declaración estaban los delegados del Haiti de
Bébé Doc, de la Uganda de Idi Amin, de la República Centroafricana de Bocassa,
por mencionar solo algunos representantes de regímenes criminales que
“consideraban que Salud para Todos en el 2000 era un objetivo realista”,
parecía una broma de mal gusto cuando sus poblaciones morían a consecuencia de la
represión y el hambre, haciendo poco creíble su realización en la práctica. Una
declaración mas de buenas intenciones a las que tan acostumbrados estamos como
ocurre con las medidas para frenar el cambio climático y tantas otras.
Pasados 32 años de aquella Declaración y 15 de la fecha en la que se
suponía una mejora drástica en las condiciones de salud de la población mundial
e incluso algunos optimistas predecían la eliminación de la mayoría de los
canceres, así como de las enfermedades cardiovasculares, los datos nos muestran
que nos dirigimos por el camino equivocado pues no solo no hemos mejorado la
salud de los llamados países del tercer mundo sino que en los desarrollados
como el nuestro, la implantación de políticas austericidas por los diferentes
gobiernos de turno a las ordenes de los poderes económicos están provocando un
deterioro acelerado de las mejoras en salud alcanzadas. Como ejemplo tenemos algunos datos demoledores
acerca de la realidad social española e internacional: Dos millones y medio de
niños en riesgo de pobreza (Cáritas), es decir, 3 de cada 10 niños, mientras
los programas de apoyo a las familias representan en España el 1% del PIB, en
comparación con el 2% de la media de la UE. La pobreza, especialmente la
pobreza infantil, es un determinante clave de la salud poblacional.
En 2013, el Instituto de
Medicina (IOM) de EE.UU. publicó un informe “Salud en EE.UU. una perspectiva
internacional: Vidas más cortas, peor salud”. El informe estudia los
factores de mortalidad, comprobando que se sustentan en el sistema político:
la pobreza, la desigualdad de rentas, la baja condición social, el estrés o la
epigenética (factores sobre el genoma que están influenciados por factores
ambientales y que se transmiten de generación en generación), es decir
todo lo que hoy se está agravando en los países afectados por las políticas
neoliberales. De acuerdo con la OMS (Organización Mundial de la Salud) para
2030 habrá un incremento en la incidencia del cáncer del 55%, a lo que tenemos
que añadir las enfermedades infecciosas como el SIDA, el rebrote de la
tuberculosis o el Ébola, las cardiovasculares a pesar de todos los esfuerzos en
“prevenir” los famosos “factores de riesgo”. En definitiva un negro panorama
que nada tiene que ver con las perspectivas optimistas que celebrábamos hace 32
años.
Me
parece de justicia terminar estos recuerdos manifestando mi agradecimiento a
todas las personas que hicieron de “conejillos de india” en el laboratorio en
que Conquista se convirtió para que se plantasen los cimientos de mi formación
médica, y de manera explícita al que entonces era su alcalde José Redondo,
siempre dispuesto a escuchar mis sugerencias e intentar ayudarme en su
implantación (teléfono en la casa y consulta del médico, estufas en la consulta
y sala de espera, etc.), a su hermano Juan y su esposa, mis vecinos siempre
dispuestos a ayudarnos, a Juan “Camarita”, a Martiniano, a Alfonso de la Caja
de Ahorros, A Tomas de la Cámara agraria, a Agustín y Vicenta, su mujer, por el
enorme cariño que le tenían a mi hijo Antonio, el único de los tres 100% conquisteño,
a Pedro el cartero, a Pepín el sacristán, al Sr. Vigorra, secretario del
Ayuntamiento que con ocasión de un intento de pagarme por una atención recibida
y ante mi negativa me dijo unas palabras proféticas: “Usted se irá de aquí con
muchos amigos pero con poco dinero”. Efectivamente, para mi alegría, así fue.
Entre éstos y con los que he seguido manteniendo
contacto se encuentran Juan Gutiérrez, con quien compartí largas disquisiciones
filosóficas y a quien agradezco sus reseñas sobre mí en los escritos sobre
Conquista y que me haya permitido participar con este artículo, Sebastián
Cortés que fue alcalde cundo yo me marché y con quien mantengo una estrecha
amistad, Eugenio Pizarro, eternamente joven, con un recuerdo entrañable para
Josefa, su madre y Francisca, su hermana por el cariño que le tenían a toda mi
familia. Sin olvidar a los amigos que venían en vacaciones por encontrarse
fuera y que me abrían una ventana al mundo como Coli, su hermana Miky y el
bueno de Félix ; Manuela y Daniel cuyo hijo Jero, con sus episodios de amigdalitis
pultácea nos preocupaba a sus abuelos y a mí, hoy convertido en un gran músico
y cantante. A todos ellos y al resto de las casi 600 personas con las que conviví
durante cerca de cuatro años, muchas gracias. A los actuales habitantes y/o
visitantes les deseo que lo pasen bien y sean felices durante las fiestas y lo
continúen siendo cuando terminen.
Córdoba
25 de julio de 2015
Antonio
Pintor Álvarez (Médico jubilado)