“Que
pueda inquietaros toda cosa llamada habitual”
Bertolt Brecht
Hemos comenzado el año con un “grave conflicto” que algunos
de manera irónica han catalogado como “la mayor crisis democrática en los
últimos cuarenta años”. Me refiero a la polémica suscitada en algunas ciudades
acerca de la cabalgata de los reyes magos.
Resulta llamativo en este asunto cómo los hechos origen de
la polémica (trajes en Madrid, magas en Valencia, suspensión por lluvia en
Córdoba…) han sido soslayados rápidamente, probablemente debido a su banalidad
y fácil justificación por parte de los afectados, siendo sustituidos, a modo de
“profecía autocumplida”, por la supuesta
“intencionalidad” de las autoridades municipales en “eliminar las tradiciones
religiosas”, de manera que en el vocerío propagado se ha olvidado “el hecho
causal” para centrarse en el prejuicio de “la intencionalidad supuesta” como objetivo a criticar, algo similar al “dolor
del miembro fantasma” que sigue atormentando al sujeto a pesar de que el
miembro origen del mismo ya no exista por haberle sido amputado. Esta permuta
mental ha permitido que se produzcan airadas protestas por parte de una ruidosa
parte de la población encabezada por significativos políticos de la derecha más
clerical, en las que todos han utilizado el mantra de “jugar con la ilusión de
los niños” y la “sagrada tradición”.
Ante estos hechos quisiera resaltar, al menos en el caso de
nuestra ciudad-Córdoba- lo poco que les ha importado a los “airados protestantes”
la salud y seguridad de quienes participaban como protagonistas en el desfile,
entre los que se incluían a numerosos niños que tras el chaparrón caído
quedaron empapados. Sería oportuno preguntarles a estos irritados padres si les
hubiera parecido correcto que los organizadores hubiesen autorizado la
continuidad del desfile una vez finalizada la lluvia con las ropas mojadas y
con la seguridad de las carrozas mermada, según dicen los técnicos, en el caso
de que fueran sus hijos los que iban en ellas. Estoy seguro que la respuesta
sería negativa, por mucha ilusión contrariada que ello ocasione a los demás.
En cuanto a la supuesta “ilusión de los niños” por este tipo
de desfiles, desconozco si se ha hecho algún tipo de estudio que demuestre tal
aseveración, pues no sería la primera vez que algo que nos parece
intuitivamente correcto descubramos que no lo es tanto. La infancia es una
etapa muy compleja de la condición humana y desgraciadamente hasta fechas
recientes no ha sido considerada de interés su estudio e investigación, la
hemos dado por tan sentada que no hemos reparado en ella. Nos estamos llevando
muchas sorpresas con lo que psicólogos del desarrollo y neurocientíficos están
descubriendo, como que en las primeras etapas de la vida no solo aprenden más,
sino que imaginan más, se preocupan más y experimentan más de lo que nunca
habríamos sospechado, incluso llegando a afirmar que en ciertos aspectos, los
niños pequeños son más inteligentes, más imaginativos, mas afectuosos e incluso
más conscientes que los adultos. Algo obvio si consideramos al niño, no como un
adulto deficiente, sino como una etapa del desarrollo del ser humano diferente
al adulto en capacidades y necesidades. Es la etapa de I+D del desarrollo del
individuo.
Existe la posibilidad de que estemos potenciando un mito, lo felices que son los niños asistiendo a
estos actos, basado en otro mito, el
de los reyes magos de oriente.
Por otra parte deberíamos valorar lo adecuado que pudiera ser
para un desarrollo mental equilibrado y saludable de los niños la utilización
por parte de los adultos, en especial los padres, de una mentira, aunque sea
piadosa, apoyada en el argumento de la tradición. Una consecuencia inmediata de
tal actitud, pudiera ser, el destronamiento de los padres como elementos de
referencia donde buscar respuestas correctas y modelos de integridad, al menos
para algunos niños, cuando descubren la mentira, además de inocularse en su
personalidad la disonancia cognitiva del “haz lo que yo diga, pero no lo que yo
haga”.
En mi opinión, a falta de estudios, en lo referente al mito de la ilusión, es fácil observar que durante los primeros años de la vida del niño, hasta los 2-3 años, este tipo de espectáculos tienen más probabilidad, dadas las aglomeraciones, de provocarles miedo y malestar que placer; y a partir de los 6-7 años han averiguado “motu proprio” o por sus compañeros de juego y de estudios la verdad del asunto, quedando una franja etaria en la que es posible en familias muy “tradicionales” y niños “poco curiosos” la creencia en el mito, dándome la impresión que “los padres quieren creer que sus hijos se lo creen y éstos simulan creérselo para no defraudarlos en su ilusión”, algo parecido a la anécdota-chiste siguiente:
Maestro de escuela examinando a un joven alumno.
-
Maestro: ¿Qué son los rayos catódicos?
-
Alumno: Isabel y Fernando
El maestro, bastante socarrón, intenta que el alumno
descubra su error acorralándolo con otra pregunta.
-
Maestro: ¿Y quiénes eran los reyes católicos?
-
Alumno: Melchor, Gaspar y Baltasar
El maestro, no se desanima y continúa en su empeño.
-
Maestro: ¿Y quiénes son los reyes magos?
-
Alumno: Susurrándole al oído del maestro: ¡Pero
todavía no se ha enterado usted que los reyes magos son los padres!
El otro aspecto de la polémica, la tradición, es más grave
si cabe. El biólogo evolutivo Richard Dawkins, escribió una carta a su hija de
10 años en la que le explicaba las “buenas y malas razones para creer” Entre
las “buenas” le señalaba los conocimientos científicos que se basan en las
evidencias que aporta la observación directa por nuestros sentidos o las
pruebas que los demuestran mediante la experimentación propia o ajena. Entre
las “malas” le advertía de la tradición, la autoridad y la
revelación, como argumentos para aceptar una creencia, precisamente las
“herramientas” utilizadas por las religiones para justificar sus creencias.
La tradición es la
transmisión de creencias de los abuelos a los padres, de los padres a los
hijos, y así sucesivamente, o mediante libros que se siguen leyendo durante
siglos. Muchas cosas
que los adultos les dicen son ciertas y se basan en evidencias, o, por lo menos
en el sentido común. Pero si les dicen algo que sea falso, estúpido o incluso
maligno, ¿cómo pueden evitar que el niño se lo crea también? ¿Y qué harán esos
niños cuando lleguen a adultos? Pues seguro que contárselo a los niños de la
siguiente generación. Y así, en cuanto la gente ha empezado a creerse una cosa
-aunque sea completamente falsa y nunca existan razones para creérsela-, se
puede seguir creyendo para siempre. Por ello me parece poco ético por
parte de los adultos que se transmitan a los niños “creencias” sin haberlas
pasado previamente por el filtro de los conocimientos científicos o, al menos,
por el sentido común, ya que el cerebro del niño es una “máquina de aprender” y
absorbe a modo de esponja toda la información que le llega, incluyendo mensajes
tradicionales acerca de las personas y realidad de su entorno, su lenguaje,
etc. siendo habitual que tiendan a creer todo lo que los adultos les dicen, sea
cierto o falso, tengan razón o no, y como dice Dawkins, “el problema con la tradición
es que, por muy antigua que sea una historia, es igual de cierta o de falsa que
cuando se inventó la idea original. Si te inventas una historia que no es
verdad, no se hará más verdadera porque se trasmita durante siglos, por muchos
siglos que sean” y no podemos esperar que el niño seleccione la información
correcta y útil, como las palabras del idioma y descarte la información falsa
o
estúpida,
como creer en brujas, en diablos, en reyes magos y en vírgenes inmortales. Los estudios de neurociencia nos dicen que la zona del cerebro que
se ocupa de lo que piensan o creen otras personas (situada en la unión
Temporo-Parietal derecha -RTPj- ) se desarrolla tardía y lentamente, por lo que
los niños no son capaces de comprender hasta alrededor de los cinco años la
posibilidad de creencias falsas en los demás.
Como ejemplo del disparate de algunas
tradiciones tenemos una concreta como la de María, la madre de Jesús, que
para los católicos era tan especial que no murió, sino que fue elevada al cielo
con su cuerpo físico, este cuento se inventó 600 años después de su muerte y se
convirtió en creencia oficial de la iglesia católica (dogma de fe) en 1950 por
el Papa Pio XII, el cual utilizó la revelación y su autoridad (las otras dos
malas razones) para justificarlo. En cambio otras tradiciones, también
cristianas, discrepan y afirman que María murió como cualquier otra persona. De
manera que nos encontramos con la paradoja de que, según la tradición, María
está viva y en los cielos en la católica Irlanda del Sur y muerta en la
protestante Irlanda del Norte. Situaciones como ésta son bastante frecuentes en
las religiones, como creer en uno o varios dioses, en el cielo, en que Jesús no
tuvo un padre humano, en que las oraciones son atendidas, en que el vino se
transforma en sangre..., ninguna de estas creencias está respaldada por pruebas
auténticas. Sin embargo, millones de personas las creen, posiblemente porque se
les dijo que las creyeran cuando todavía eran suficientemente pequeñas como
para creerse cualquier cosa.
Lo
paradójico es que todos afirman estar convencidos de tener razón, de que la
suya es la verdadera y los otros están equivocados, hasta el extremo de estar
dispuestos a matar y morir por ellas, algo que choca con el más elemental sentido
común, que como sabemos “es el menos común de los sentidos”, de manera que
cuando alguien nos diga que una cosa es verdad, sería conveniente aplicar una
buena dosis de escepticismo y preguntarle por las pruebas que posee, y si no
las puede aportar, deberíamos pensárnoslo dos veces antes de creer una sola
palabra de lo que nos diga.
Córdoba 21
de enero de 2016