El sistema inmunitario tiene dos caras o funciones relevantes. Por un lado, el aspecto positivo, se ocupa de protegernos de visitantes incómodos y peligrosos, como virus y bacterias, y por otro, en ocasiones, se comporta traicioneramente y nos ataca en lugar de defendernos. Esto último es lo que ocurre en las denominadas enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple, la diabetes tipo I y la artritis reumatoide.
Otra enfermedad que suele incluirse en este grupo es la psoriasis, que forma una extraña pareja con
la vitamina D, pues ambas a pesar de tener una larga trayectoria común, ya que
de manera empírica las personas afectadas de psoriasis sabían que mejoraban
cuando iban a lugares de playa a tomar el sol, aún son mal comprendidas.
Desde el año 1980 se conoce que la vitamina D3, además de su importante función para regular el calcio y el fósforo,
tiene una actividad inmunorreguladora y un papel relevante en la respuesta
inmunitaria ante agentes infecciosos mediante la producción de dos proteínas con
efectos antimicrobianos, la defensina y la catelicidina,
descubiertas en 2004. Una de ellas, la catelicidina, demostró que tenía
capacidad de destruir bacterias diversas, entre ellas el Mycobacterium tuberculosis, lo que explicaba la
eficacia de la helioterapia en el tratamiento de esa enfermedad.
Otra de las funciones de la vitamina D puesta de manifiesto en varios
estudios, es la propiedad antiinflamatoria.
Los estudios epidemiológicos acerca de la relación entre el sol y las
enfermedades autoinmunes muestran que estas patologías son menos comunes en las
regiones cercanas al ecuador, donde la luz solar con capacidad para producir
vitamina D dura todo el año.
En el caso de la esclerosis múltiple, la relación entre la exposición al
sol y la enfermedad, está bien establecida.
De manera que quienes viven en el poco soleado norte de América o de Europa
tienen cinco veces más posibilidades de padecerla que quienes lo hacen en el
luminoso trópico. Recientemente se ha implicado en el origen de esta enfermedad al virus de la mononucleosis, que se considera un factor necesario aunque no
suficiente para padecerla. La infección vírica tiene que acompañarse de otras condiciones,
como tener una predisposición genética y bajos niveles de vitamina D para padecerla. El déficit de vitamina D causaría un fallo en el sistema inmunológico provocando la agresión en el sistema nervioso causando la enfermedad. De ahí, la observación de que un factor protector ante esta enfermedad es haber vivido en lugares soleados
durante los primeros diez años de la vida.
Situación similar ocurre en la diabetes tipo I en la que, junto a
la predisposición genética, la deficiencia de esta vitamina favorece el daño a
las células productoras de insulina en el páncreas. Un estudio realizado en
Finlandia, donde apenas luce el sol, por la doctora Elina Hyppönen en más de 12.000 niños y con un seguimiento de más
de 30 años, comprobó que los niños que recibieron 2.000 UI diarias durante el
primer año de vida redujeron en casi un 80% el riesgo de desarrollar la
enfermedad.
Otra de las enfermedades autoinmunes relacionadas con la vitamina D es la Artritis
reumatoide. En este caso el sistema inmunológico ataca el revestimiento
de las articulaciones produciendo una inflamación de la sinovia, causando
dolor, hinchazón y rigidez de las articulaciones a las que puede llegar a deformar.
Los tratamientos actuales utilizan medicamentos antiinflamatorios como la
prednisona o inmunosupresores como el metotrexato y anticuerpos monoclonales
(Infliximab, Etanercept).
Se está investigando sobre la posibilidad de que la vitamina D pueda utilizarse para paliar los efectos de esta enfermedad.
Los estudios preliminares apuntan que podría ser un tratamiento válido aunque de momento no hay resultados satisfactorios.
Vitamina D y Coronavirus.
En una situación como la actual, después de tres años de pandemia y con las previsiones de un incremento de casos en los próximos meses, parece conveniente tener en consideración lo que conocemos acerca de la vitamina D en relación con esta enfermedad para tomar medidas que protejan a la población.
Decía Peter Medawar, Premio Nobel de medicina por sus trabajos en la
inmunología de los trasplantes, que un virus es “una mala noticia
envuelta en proteínas”. Efectivamente el coronavirus está formado por
material genético compuesto de ARN (la mala noticia) y una envoltura proteica.
En el abordaje de una enfermedad infecciosa hemos de tener en cuenta tres
elementos: el reservorio, el mecanismo de transmisión y el sujeto
susceptible o receptor.
En la infección por coronavirus el reservorio conocido son los sujetos
contagiados, sean sintomáticos o no, el mecanismo de transmisión es
mediante las gotitas de Flügge (gotas de agua o aerosoles) que
expelemos al toser, estornudar, hablar o respirar, y los sujetos susceptibles,
en el inicio de la pandemia éramos todos los seres humanos, ya que al tratarse
de un virus nuevo no disponíamos de defensas específicas ante el mismo. Esta
situación ha ido cambiando con las vacunas y/o las infecciones producidas en
estos tres años. La transmisión a través de fómites, que son objetos en los que
se ha depositado el virus, a la que se dio mucha importancia al principio se ha
visto que tiene poca relevancia.
Los estudios epidemiológicos muestran que los niveles habituales de
vitamina D en las poblaciones situadas fuera de los trópicos suelen ser
deficitarios, especialmente para las funciones extra-óseas (anticancerígena,
inmunológica y antiinflamatoria), que requieren cantidades superiores a las necesarias para su función protectora
sobre los huesos. En nuestro país, cuya latitud está fuera de la franja ecuatorial, la deficiencia se verá agravada
durante los meses de noviembre a febrero en los que la radiación solar no tiene
capacidad para producir vitamina D y que, por otra parte, es cuando más la
vamos a necesitar dadas las previsiones de incremento de casos junto a los de
la gripe estacional.
Un hecho destacable en esta epidemia ha sido la elevada mortalidad entre los ancianos y sabemos que la edad es un factor de riesgo de carencia de vitamina D, pues igual que ocurre con otros sistemas, el mecanismo endógeno de producción es menos eficaz. A esa ineficacia orgánica se añade la insuficiente exposición solar que suele darse en estas personas en general y especialmente en quienes están en residencias. Por ello se recomienda su ingesta en forma de suplemento de manera rutinaria a partir de los 60 años.
Manifiesto para elevar los niveles de vitamina D en la
población frente a la Covid 19.
La evidencia científica indica que la vitamina D reduce las
infecciones y las muertes, por ello más de 200 científicos y
médicos han firmado un manifiesto dirigido a todos los gobiernos,
funcionarios de salud pública, médicos y trabajadores de la salud para que
se impliquen en el aumento del uso de la vitamina D para combatir la
COVID-19.
“Las investigaciones muestran que los niveles bajos de vitamina D casi con certeza promueven infecciones, hospitalizaciones y muertes por COVID-19.
Teniendo en cuenta su
seguridad, se ha recomendado una mayor ingesta inmediata y generalizada
de vitamina D.
La vitamina D modula miles de genes y
muchos aspectos de la función inmunológica, tanto innata como
adaptativa. La evidencia científica muestra que:
- Los niveles más altos de vitamina D en sangre se
asocian con tasas más bajas de infección por SARS-CoV-2.
- Los niveles más altos de D se asocian con un menor riesgo de un caso
grave (hospitalización, UCI o muerte).
- Los estudios de intervención (incluidos los Ensayos Clínicos Aleatorios) indican que la
vitamina D puede ser un tratamiento muy eficaz.
- Muchos artículos revelan varios mecanismos biológicos por los cuales
la vitamina D influye en COVID-19.
- El modelado de inferencia causal, los criterios de Hill, los estudios
de intervención y los mecanismos
biológicos indican que la influencia de la
vitamina D en COVID-19 es muy probablemente causal , no solo
una correlación .
Es bien sabido que la vitamina D es esencial, pero la mayoría de las personas no obtienen la suficiente.
Dos
definiciones comunes de bajos niveles son:
- Deficiencia <20 ng / ml (50 nmol /
L). Objetivo recomendado por la mayoría de las organizaciones gubernamentales.
-
Insuficiencia <30 ng / ml (75 nmol /
L). Objetivo de varias sociedades médicas y expertos.
Demasiadas personas tienen niveles por
debajo de estos objetivos.
Las tasas de deficiencia
de vitamina D superan el 33% de la población en la mayor parte del mundo, y
la mayoría de las estimaciones de insuficiencia están muy por encima del
50%.
Las tasas son aún más altas en invierno
y varios grupos tienen una deficiencia
notablemente peor: los que tienen sobrepeso,
los que tienen la piel oscura
(especialmente lejos del ecuador) y los residentes
de hogares de ancianos. Estos mismos grupos se enfrentan a un mayor
riesgo de COVID-19.
Se ha demostrado que se requieren 3875 UI (97 mcg) al día para que el 97,5% de las personas alcance los 20 ng/ml, y 6200 UI (155 mcg) para 30 ng/ml.
Ingestas muy por encima de todas las pautas nacionales recomendadas.
Numerosas alertas en la literatura
académica para aumentar la ingesta oficial recomendada, aún no se habían hecho
efectivas cuando llegó el SARS-CoV-2.
Ahora, muchos artículos indican que la
vitamina D afecta a COVID-19 con más fuerza que la mayoría de las otras
condiciones de salud, con un mayor riesgo en quienes tienen niveles menores de 30 ng/ml (75nmol /L),
siendo mucho mayor si bajan de los 20 ng/ml (50 nmol/L).
La evidencia hasta la
fecha sugiere la posibilidad de que la pandemia de COVID-19 se
mantenga en gran parte a través de la infección de aquellos con niveles bajos
de vitamina D, y que las muertes se
concentren principalmente en aquellos con deficiencia (<20 ng/ml).
La mera posibilidad de que esto sea así debería obligar a la recopilación urgente de más datos sobre vitamina D.
Incluso sin estos datos, la
evidencia indica que un aumento de la vitamina D ayudaría a reducir las
infecciones, las hospitalizaciones, los ingresos en la UCI y las muertes.
Décadas de datos de seguridad muestran
que la vitamina D tiene un riesgo muy bajo: la toxicidad sería extremadamente rara con las recomendaciones
sugeridas.
El riesgo de niveles insuficientes supera con creces cualquier riesgo de niveles que parecen proporcionar la mayor parte de la protección contra COVID-19, y esto es notablemente diferente de los medicamentos.
La vitamina D es mucho más segura que esteroides, como la
dexametasona, el tratamiento más aceptado que también ha demostrado un gran
beneficio del COVID-19. La seguridad de la vitamina D
se parece más a la de las mascarillas faciales.
No es necesario esperar a que se
realicen más ensayos clínicos para aumentar el uso de algo tan
seguro, especialmente cuando corregir las altas tasas de deficiencia /
insuficiencia ya debería ser una prioridad.
Por lo tanto, hacemos una llamada a
todos los gobiernos, médicos y trabajadores de la salud en todo el mundo para
que recomienden e implementen de inmediato los esfuerzos apropiados para
aumentar la vitamina D en sus poblaciones adultas, al menos hasta el final de
la pandemia.
Específicamente para:
1.- Recomendar cantidades de todas las fuentes suficientes para alcanzar niveles séricos de 25(OH)D superiores a 30ng/ml (75 nmol/L). Mínimo ampliamente respaldado con evidencia de riesgo reducido de COVID-19.
2.- Recomendar a los adultos, en ausencia de pruebas analíticas, una ingesta diaria de 4000 UI (100 mcg) de vitamina D (o al menos 2000 UI). Los resultados de estudios indican que 4000 UI se consideran seguras.
3.- Recomendar que los adultos con mayor riesgo de deficiencia debido al exceso de peso, piel oscura o que viven en hogares de ancianos pueden necesitar ingestas más altas (por ejemplo, 2x). Las pruebas analíticas pueden ayudar a evitar niveles demasiado bajos o altos.
4.- Recomiende que los adultos que aún no estén recibiendo las cantidades anteriores obtengan 10.000 UI (250 mcg) al día durante 2-3 semanas (o hasta alcanzar 30 ng/ml si se realiza la prueba), seguido de la cantidad diaria anterior.
Esta práctica se considera segura en general. El cuerpo puede sintetizar más que esto a partir de la luz solar en las condiciones adecuadas (por ejemplo, un día de verano en la playa). Además, la Academia Nacional de Medicina (NAM) en EE. UU. y la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) en Europa lo etiquetan como "Nivel sin efectos adversos observados" incluso como una ingesta diaria de mantenimiento.
5.- Mida los niveles de 25(OH)D de todos los pacientes hospitalizados con COVID-19 y trátelos con Colecalciferol o Calcifediol, para al menos remediar la insuficiencia <30ng / ml (75nmol/L).
Hay muchos factores que se sabe predisponen a los individuos de mayor riesgo de la exposición al SARS-CoV-2, tales como la edad, el sexo masculino, comorbilidades, etc., pero los niveles inadecuados de vitamina D es con mucho el más fácil, y rápidamente modificable, factor de riesgo con abundante evidencia para obtener un gran efecto. La vitamina D es barata y tiene un riesgo insignificante en comparación con el riesgo considerable de COVID-19”.
¡¡A que esperamos!!
La respuesta de nuestras autoridades sanitarias, como se puede observar en
el esquema de la figura, está en las antípodas de lo que este manifiesto
recomienda. En mi opinión siguen anclados en los conocimientos anteriores a la
década de los ochenta en que la vitamina D solo era importante para la salud
ósea. Se sigue actuando igual que hace cuarenta años, por lo que de seguir sus
instrucciones por parte de los profesionales la población se verá excluida de
los beneficios que la vitamina D puede aportar ante la Covid.
El siguiente esquema está extraído del DOCUMENTO DE CONSENSO PARA EL
MANEJO DE LA VITAMINA D EN EL DISTRITO SANITARIO CÓRDOBA-GUADALQUIVIR.
Saquen sus propias conclusiones.