Por ello desde Europa Laica seguimos
recordando la necesidad de la laicidad como un pilar imprescindible a la hora
de construir un Estado Democrático.
Uno de los obstáculos con
los que nos encontramos es el desconocimiento, cuando no tergiversación
intencionada, del significado de los términos y objetivos relacionados con la
laicidad, asociándola con estar en contra de lo religioso en general y, en nuestro
medio, de la iglesia católica.
Este mensaje formó parte de
la propaganda del régimen teocrático que se impuso durante los cuarenta años de
dictadura franquista. Recordemos que, según la narrativa de la época, “el
caudillo Franco” llegó a la jefatura del Estado “por la gracia de
Dios”. Nada que ver con la guerra civil tras el golpe de estado
contra el gobierno elegido democráticamente.
Durante este periodo de
nuestra historia la simbiosis Iglesia-Estado alcanzó tal intensidad que
resultaba difícil discernir donde terminaba una y empezaba otro.
Esta situación ha continuado durante más de cuarenta años en
democracia en los que instituciones y representantes políticos, de todos los
colores, han soslayado esta cuestión. De manera que hemos vivido, y seguimos
viviendo, en un estado definido como aconfesional en la Constitución pero que,
en la realidad, es “criptoconfesional” cuando no explícitamente clerical, pues
los tentáculos de la iglesia católica siguen penetrando en todos los ámbitos de
la sociedad, incluido el Estado. Situación que se pone de manifiesto con la frecuente
presencia de cargos públicos en manifestaciones religiosas de toda índole en
ostentación del cargo que ocupan.
Ante este panorama consideramos
necesario realizar una labor pedagógica al respecto, aclarando conceptos y demandando
a los representantes políticos en las instituciones que no solo se proclamen demócratas,
sino que actúen como tales. Siendo de especial importancia la labor que puede
realizarse desde los ayuntamientos por ser la manifestación del Estado más
cercana a la población.
Aunque en otros idiomas,
como el francés, laicidad y laicismo se utilizan indistintamente por entender
que son sinónimos, en nuestra lengua castellana, tan rica en matices, resulta
conveniente hacer una distinción:
-
Entendemos por laicidad un principio que
establece la separación entre la sociedad civil y la religiosa. Se trataría de
establecer un régimen social de convivencia, en el que las instituciones
políticas están legitimadas por la soberanía popular y no por elementos
religiosos. Con ello se pretende un orden
político que esté al servicio de los ciudadanos, en su condición de tales y
no de sus identidades étnicas, nacionales, religiosas, etc.
Aplicada
al Estado, la “Laicidad del Estado”, hace referencia a la condición de
emancipación, es decir, de la liberación de la subordinación o dependencia del
Estado de las organizaciones religiosas.
En
lo referente a “Laicidad y Democracia”, si bien es cierto que “Estado
democrático” lleva implícita la necesidad de laicidad como principio esencial,
la laicidad por sí misma no garantiza la democracia, como podemos observar en
algunos regímenes, tanto del pasado como actuales.
Los
tres pilares sobre los que descansa la laicidad son:
1.- La
libertad de conciencia, lo que significa que la religión es libre pero
solo compromete a los creyentes, y el ateísmo es, igualmente, libre pero solo
compromete a los ateos.
2.- La
igualdad de derechos, que impide todo privilegio público de la religión
o del ateísmo. Con ello nos encontramos un valor ético consistente en “la
igualdad ciudadana en el ámbito de lo público”, con lo que se intenta
garantizar “el derecho a la diferencia
sin diferencia de derechos”.
3.- La
Universalidad de la acción pública, es decir, sin discriminación de
ningún tipo.
Si la
laicidad, como principio, designa la situación ideal de emancipación
mutua de las instituciones religiosas y el Estado, el laicismo evoca el
movimiento histórico de reivindicación de esta emancipación laica, en el que se
recogen el cuerpo de ideas que conforman el pensamiento y las actuaciones
orientadas a la consecución y defensa del Estado Laico, de la laicidad de sus
instituciones y de la actuación consecuente de los cargos públicos en el
ejercicio de sus funciones. Ello supone un posicionamiento político de
exigencia al Estado democrático del cumplimiento de la laicidad, posicionamiento
en el que se deberían situar todos los representantes políticos que se postulen
como demócratas al margen de sus creencias religiosas o no.
Es
lo opuesto al “clericalismo” consistente en las influencias
excesiva del clero en los asuntos políticos, tan ampliamente practicado en
España mediante posturas “criptoconfesionales” o abiertamente confesionales,
ambas contrarias a los principios democráticos.
El
otro término que nos queda por aclarar es el de “laicista”, que hace
referencia, o bien, a las personas partidarias del principio de la laicidad y
del laicismo como movimiento para conseguirla, o al modelo de organización, en
el que se aplican los principios de la laicidad en su estructura u
organización.
Para
terminar, recordar lo que nos dice Andrè
Comte-Sponville en su Diccionario Filosófico: “La laicidad nos permite vivir juntos, a pesar de nuestras diferencias
de opinión y de creencia. Por eso es buena. Por eso es necesaria. No es lo
contrario de la religión. Es, indisociablemente, lo contrario del clericalismo
(que querría someter el Estado a la Iglesia) y del totalitarismo (que
pretendería someter las Iglesias al Estado)”.