Según los informes de organismos internacionales como la OMS nuestro país, a pesar de tener las medidas restrictivas más severas del continente, está entre el grupo de cabeza a nivel mundial de los contagios por coronavirus, habiendo sobrepasado en diez veces por 100.000 habitantes al que fuera el epicentro de la pandemia a nivel europeo, Italia. Aunque las peculiaridades en la recogida de datos puedan diferir y estemos comparando peras con manzanas, lo cierto es que los contagios en nuestro país aumentan de manera preocupante.
Ante
esta situación resulta llamativo la falta de un análisis crítico que pudiera
ponernos sobre la pista de medidas capaces de corregir la deriva hacia el
desastre al que estamos abocados y abrir una puerta hacia la esperanza. Por el
contrario lo habitual es escuchar discursos de autocomplacencia según los
cuales estamos ante un comportamiento ejemplar tanto por parte de los
ciudadanos como de los políticos y gestores sanitarios. Siendo llamativo la
falta de creatividad por parte de los responsables político-sanitarios y de los
medios de comunicación, que se limitan a hacer una simple descripción pasiva de
lo que está ocurriendo, repitiendo machaconamente día tras día las mismas
banalidades que nos vienen contando desde el inicio de la pandemia con un guión
del que solo cambian las cifras de un día para otro, en el sentido de “hoy más
que ayer, pero menos que mañana” en cuanto al número de afectados: contagiados,
hospitalizados, ingresados en UCI o defunciones, de manera resignada e
inevitable. Un ejemplo paradigmático de lo dicho son las declaraciones del
Consejero de Salud, Sr. Aguirre, en relación a las medidas a tomar por la Junta
de Andalucía: “Tomaremos las medidas que haya que tomar y cuando se tengan que
tomar”, más claro agua, es decir, no tenemos ni idea de lo que hay que hacer.
En este
contexto algunos nos preguntamos ¿qué puede estar pasando? Sin que, al parecer,
seamos capaces de dar una respuesta convincente que nos permita atisbar una
solución, aunque encontremos opiniones, más o menos fundamentadas, intentando aportar
algo de luz.
Evidentemente
yo tampoco tengo la explicación a este enigma, aunque quisiera aportar alguna
observación que, junto a otras posibles causas, nos pudiera dar una pista.
En línea
con lo apuntado por mi amigo José Mª Rivera en la entrada de su blog “Del
breviario al vademécum” con el título “Un ogro”, pienso que las medidas de
seguridad útiles y necesarias ante la infección se han quedado más en la
apariencia que en la esencia, o sea que “to se queda en un paripé” que diría un
castizo de nuestra tierra. Me explico.
Según
nos informan todos los organismos, desde la OMS hasta el sanitario del último
rincón del país, las tres herramientas principales en la lucha contra el
coronavirus son: el lavado de manos, la distancia social en torno a los dos
metros y el uso de mascarillas. Aunque esta sea una verdad científica, asumida
y propagada insistentemente por todos los encargados de cuidar la salud de la
población, da la impresión de que nos hemos preocupado mucho por difundir el
mensaje y poco de valorar el calado del mismo en la población y facilitar su
cumplimiento.
Empecemos
por las mascarillas. Al comienzo de la pandemia, cuando aún pensábamos
seguramente de manera equivocada que apenas había casos, el principal problema
que se nos planteó fue la escases de material de protección para las personas
que más riesgo corrían, bien por su
trabajo como en el caso de los sanitarios, o por ser más vulnerables, ancianos y personas con
patologías graves. En este contexto de peligro por venir, aunque ya lo teníamos
encima, adquirió especial relevancia el tema de las mascarillas. Aunque la
cantidad disponible en hospitales y Centros de Salud podía ser suficiente en
circunstancias normales era claramente deficitaria para el nuevo escenario,
situación que se vio agravada por el “acopio preventivo” por parte de los más
prevenidos que dejó sin existencias al resto del personal. Esta fue la cara
egoísta de la situación, frente a ello surgió un movimiento solidario altruista
en el que muchas personas, sobre todo mujeres, se pusieron a fabricar
mascarillas caseras para donarlas a los centros sanitarios, residencias y
cualquiera que las necesitara.
En estas
circunstancias, incluso quienes nos habíamos dedicado durante décadas al
ejercicio de la medicina, nos vimos en la necesidad de conocer en detalle las
características de un material sanitario que fuera del terreno hospitalario,
sobretodo del ambiente quirúrgico, era poco usado, al menos en atención
primaria que es donde he trabajado. Así empezamos a conocer los diferentes
tipos de mascarillas: quirúrgicas, higiénicas, FFP2/FFP3 (con válvula o sin
ella), el tipo de protección que nos daban, la manera como debíamos colocárnosla
y, lo más importante, el tiempo de duración de las mismas. Los resultados de
esta indagación quedaron expuestos en una entrada del blog sobre “Mascarillas”.
Durante
esos meses de escasez y compras compulsivas en un mercado especulativo, competitivo
y poco fiable, el problema principal en el que tanto autoridades como
organismos científicos ponían el foco, era la garantía de seguridad tanto del
material adquirido como de la distribución y uso que debía hacerse de él. En
este asunto, al igual que en el resto de la pandemia, la oposición política de
la derecha siguiendo su tónica habitual formaron parte del problema en lugar de
la solución, lo que marca una diferencia importante con lo ocurrido en otros
países de nuestro entorno. Una vez normalizados los mecanismos de compra, esta
fase se superó y dispusimos de mascarillas suficientes para cubrir las
necesidades.
La
idoneidad en cuanto a la capacidad de protección de la mascarilla que había
quedado enmascarada ante la necesidad de disponer de ella, se acentuó a raíz de
la normativa que hacia obligatorio su uso prácticamente en todos los espacios
bajo la amenaza de sanción económica. Aquí es donde, en mi opinión, se produce
el punto de inflexión en la actitud de los ciudadanos, pues antes de que se
hubiera asimilado la importancia y el uso correcto de la mascarilla para
protegernos del contagio del virus, nuestro interés cambió de dirección, de
manera que ahora lo prioritario era evitar la sanción por no llevarla puesta, quedando
en un papel secundario el tema de la seguridad. Ante esta nueva situación la
importancia de su uso se centró en la comodidad, la estética y como elemento de
propaganda de alguna marca, causa social o de nostálgicos de la dictadura y sus
abanderados que han encontrado otra forma de exhibir la simbología de sus
pulseritas.
En este
contexto lo que importa es disponer de “algún material” que cubra boca y nariz
cuando nos desplacemos por lugares en los que podamos ser descubiertos y
sancionados en caso de no hacerlo. La calidad y seguridad de ese “material” ya
no forma parte de nuestra prioridad, por eso utilizamos cualquier tipo de
mascarilla y durante tiempo indefinido, sin que se tengan en cuenta las
recomendaciones en cuanto a la duración del uso y la necesidad de recambio que
suele ser tras algunas horas. En estas condiciones las mascarillas usadas no
solo carecen de la protección que se les supone sino que se convierten en
fómites, es decir, en elementos facilitadores de la contaminación con el virus.
Esta situación puede mejorar con las mascarillas del CSIC, recientemente
puestas a la venta, que alarga el tiempo de uso sin perder su eficacia.
La otra
circunstancia que se da es la que mi amigo “Fili” nos cuenta, y es que en el
momento en que quedamos fuera de vigilancia, caso del entorno privado, pasamos
al escenario de “fuera mascarillas” independiente de con quienes y cuantos nos
juntemos, convirtiéndose en bichos raros quienes, como él, insisten en mantener
la protección facial y resto de medidas.
En
cuanto a las otras medidas, lo de los dos metros de separación en los lugares
donde se producen aglomeraciones, que es donde tienen sentido, cualquiera puede
observar que lo normal es transformar la distancia de dos metros, en el mejor
de los casos, en dos palmos; y en lo referente a los geles para el lavado de
manos y desinfectantes del resto de utensilios, aunque se ha extendido y se
practica con asiduidad, sin embargo las inspecciones sanitarias para evaluar su
correcto uso, son escasas y tardías. Sirva de ejemplo lo ocurrido tras una
inspección realizada a un local de restauración en el que la sustancia que
utilizaban como desinfectante para el mobiliario y utensilios, anunciada como
eficaz para el coronavirus por el fabricante, no lo era según la inspectora.
Una información que llega cinco meses tarde.
En
cuanto a otras medidas adoptadas en nuestra comunidad, como la prohibición de
fumar si no se garantizan los dos metros de separación con otras personas, aunque
bienintencionada, en la práctica se ha convertido en un problema para los trabajadores
de la hostelería sobre cuyos hombros suele recaer la responsabilidad de su
cumplimiento en la mayoría de los casos; y en lo referente a la prohibición de
estar en la playa desde las 21.30 a las 7 de la mañana, lo más benévolo que
podemos decir es que se trata de un brindis al sol.
Ante
este panorama y la ineficacia demostrada por parte de algunas autonomías en el
control de la pandemia no es descabellado vaticinar que nos espera un futuro
muy negro para los próximos meses.
En fin,
como decía, se trata de meras opiniones producto de simples observaciones por
lo que espero y deseo estar equivocado en la conclusión final.