El Sr. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, ha utilizado
la carta pastoral de Navidad para arremeter, como es habitual en él, contra
quienes piensan de manera diferente. Esta vez les ha tocado a los laicos.
No tengo claro si sus palabras se deben a ignorancia,
interés en molestar o a ambas cosas. Lo que no me cabe ninguna duda es que son
inoportunas, por ser contrarias a la convivencia, paz y amor al prójimo que
tanto predican, y tan poco practican. Ni siquiera en “sus fechas navideñas”.
Sin embargo, seguramente imbuido por ese espíritu navideño,
me gustaría pensar que no ha querido molestar sino que, como en otras
ocasiones, no sabe de lo que habla.
Por otra parte es comprensible su preocupación, si piensa
que la sociedad esta “descristianizada”, y ataque a los políticos que no sigan
practicando la confesionalidad en un Estado aconfesional, pues le va el pan en
ello. Por mucho obispo que sea, es un ser humano con virtudes y defectos.
El contraste de ideas y creencias es un elemento básico para
el desarrollo intelectual de las personas, su práctica enriquece y hace
progresar el pensamiento. Sin embargo en el oficio de obispo, el debate con el público no
es lo habitual, pues aquellos a los que suele dirigirse y sermonear son devotos
seguidores que se limitan a oír y asentir en lo que su ilustrísima les diga,
que para eso es la autoridad en la materia. Amén.
Con ese hábito es normal que cuando se salga de las letanías
acostumbradas no de pie con bola y que en lo intelectual parezca que ha progresado
tanto como en su indumentaria.
Conviene aclarar los errores conceptuales de este Sr.
respecto al laicismo, no vaya a ser que alguien cometa la estupidez de creer
que sabe de lo que habla y de por válido lo que dice.
El laicismo supone la independencia del individuo o de la
sociedad, y especialmente del Estado, respecto de cualquier organización o
confesión religiosa. Independencia no significa “querer arrancar la fe”, “ni
borrar a dios del mapa, de la convivencia y de las expresiones culturales”, ni
por supuesto se trata como cree el obispo de ninguna “aberración” -grave error
del entendimiento-. Significa que la iglesia realice todo lo que considere
oportuno siempre que respete las normas de convivencia y se responsabilice
tanto de organizar como de sufragar sus actividades, sin que ello recaiga sobre
instituciones públicas o sobre los bolsillos de ciudadanos ajenos a ella. Por
eso se vuelve a equivocar cuando habla de un “laicismo radical” puesto que se
es independiente del Estado o no se es. No hay términos medios. Es como si
dijéramos que una chica está “un poco embarazada”. Error que el Sr. obispo,
seguramente sin pretenderlo, utiliza para descalificar el laicismo.
Es una pena pues para informarse solo necesitaba consultar
con el diccionario de la RAE, o mejor aún, hablar con teólogos y sacerdotes,
que aunque comparten creencias difieren en la manera de vivirla, y están entre
los que defienden el laicismo como espacio en el que desarrollar la libertad de
conciencia de todas las personas.
El Sr. obispo saca su cara didáctica cuando nos “explica” en
qué consiste “la verdadera aconfesionalidad”, pues parece que los demás no la
hemos entendido. Y lo hace mezclando aspectos que están en la esencia del
concepto con otros de su propia cosecha, para poder defender sus privilegios y
criticar a los “falsos aconfesionales”.
Así nos dice algo, aparentemente tan obvio, como que “A
nadie se le obliga a creer y nadie tiene que molestarse porque otros tengan
fe”. Digo lo de aparentemente porque me asalta la duda de la libertad de
elección que tienen los bebes cuando se les inscribe en su organización
mediante el bautismo. Por otro lado en la historia reciente de nuestro país
hemos sido testigos de “esa libertad” que predican cuando las condiciones se lo
permiten.
Añade que “la verdadera aconfesionalidad consiste en admitir
a todos (¡como ellos han hecho siempre!), fomentando incluso lo que es de cada
uno ¿? y de cada grupo en el respeto de la convivencia. Nunca la
aconfesionalidad es ataque, abuso de autoridad para suprimir expresiones que
son de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Eso ya no es aconfesionalidad,
sino militancia laicista y ataque a los creyentes”. En estos últimos párrafos
el obispo atribuye a la militancia laicista lo que su iglesia ha practicado a
los no creyentes cuando el Estado era Confesional. Confunde independencia del
Estado y ausencia de privilegios con persecución.
La píldora final: “En este sentido, la religión es mucho más
tolerante que la militancia atea”. No sé qué entiende este Sr. por militancia
atea, pero poner juntos religión y tolerancia es un oxímoron (palabras de
significado opuesto), especialmente si hablamos de la iglesia romana, que
humildemente, se autodenomina “católica” (Universal, verdadero, infalible…).
Continua: “Por eso, por mucho que se empeñen en ignorarlo o
suprimirlo, Navidad es Navidad, no es el solsticio de invierno. Navidad es
Jesucristo que nace de María virgen”. Esto es pensar con profundidad. Y tan
cierto como que el Sol sale por el este y se pone por el oeste ¿o estaba
quieto?
“…Y lo más bonito que se celebra estos días: el encuentro
con Jesús, que viene a salvarnos”. ¿De quién?
Quizás de personas como él.