Resulta curioso observar a los políticos
opinando sobre las posibles alianzas post-electorales y ver como lo que hace
unos días, antes de las elecciones, las posiciones de unos con respecto a otros
eran barreras infranqueables que hacían difícil, cuando no imposible, plantear
acuerdos o pactos a la hora de gobernar, ahora no lo son tanto, es más, parece
que el dique de separación se ha derrumbado completamente. Como ejemplo paradigmático tenemos a la
candidata a la alcaldía de Madrid por el Partido Popular que ha pasado de
insultar públicamente sin reparos al candidato del PSOE acusándolo de mentir y
de querer obtener la alcaldía a cualquier precio a decir que tiene un programa que comparte y
ofrecerle su apoyo para que sea el alcalde de la ciudad.
¿Cómo
explicar este divorcio entre el antes y el después electoral?
Quizás
puedan sernos útiles algunas ideas en relación con la manera de actuar en los
dos tipos de situaciones que se dan ante los problemas cotidianos y la
importancia del contexto. En lo que respecta a las situaciones, nos encontramos
con que por un lado se dan situaciones
deterministas, que son aquellas en las que sólo existe una
solución correcta, y todas las demás
respuestas son falsas.
Al
encontrar la solución correcta – “la verdad”- yo me sitúo en lo que se denomina
“toma de decisión verídica”.
Ej. ¿Cuál es el nombre de mi hija? ¿Cuánto es cinco más seis?, ¿Cuál es el rio
más largo del mundo? ¿Cuál es la capital de España? etc.
Son situaciones en las que, como en los
problemas que nos ponían en la escuela, debemos encontrar la respuesta
correcta, la pregunta es clara y
nosotros debemos encontrar la única
respuesta válida.
Pero la mayoría de las situaciones de la vida
real, fuera del ámbito de los problemas técnicos restringidos, son
intrínsecamente ambiguas. La respuesta está oculta y, lo más interesante, es
que también lo está la pregunta. Nuestros objetivos en la vida son generales y
vagos, y nuestros intereses cambian con la situación. El mundo en el que
vivimos es ambiguo, de manera que si exceptuamos los exámenes en nuestro
periodo estudiantil y las trivialidades fácticas y computacionales, la mayoría
de las decisiones que tomamos en nuestras vidas cotidianas no tienen soluciones
intrínsecamente correctas, por lo que las elecciones que hacemos no son
inherentes a las situaciones que se nos
presentan, pudiendo haber hecho otras. Ej. ¿Qué chaqueta voy a ponerme hoy?
¿Qué cenaré esta noche? ¿Dónde iré de vacaciones? ¿Qué cualidades debe tener mi
pareja? etc.
Las
elecciones realizadas son un intercambio complejo entre las características de
las situaciones y nuestras capacidades, nuestras aspiraciones, nuestras dudas y
nuestra historia, en definitiva lo que llamamos nuestra “personalidad o
disposición”, siendo la corteza prefrontal y su correcto funcionamiento
fundamental para tal toma de decisiones, puesto que es la única parte del
cerebro donde los inputs que proceden del interior del organismo convergen con
los inputs procedentes del mundo exterior.
Encontrar
soluciones para situaciones deterministas es algo que puede hacerse por vía
algorítmica de manera que cada vez se delega más en aparatos: calculadoras,
computadores, directorios de todo tipo. Pero hacer elecciones en ausencia de
soluciones intrínsecamente correctas sigue siendo, al menos por ahora, un
territorio específicamente humano en el que intervienen de manera importante
las emociones a través del mecanismo, descrito por A. Damasio, del “marcador
somático”. Este tipo de soluciones se denominan “toma de decisiones adaptativas” y son las que se dan en las
decisiones de interacción social, en las que hay una ausencia de verdades
absolutas algorítmicamente compatibles, a diferencia de las decisiones técnicas
o deterministas.
Resolver la ambigüedad o “desambiguar la situación” en la
jerga científica, significa a menudo elegir primero la pregunta, es decir,
reducir la situación a una pregunta que tiene una única respuesta correcta. Al escoger la chaqueta que me voy a poner
tengo que decidir que pretendo con el uso de la misma (abrigarme, ir a la moda,
impresionar a los demás, no dar la nota, etc.) y en función de ello decidiré
cual de las chaquetas que poseo es la más adecuada.
La forma
precisa en que “desambiguo la situación” depende de “mis prioridades e
intereses en ese momento”, que pueden cambiar
y de hecho cambian y mucho “dependiendo del contexto”. Es importante el
que un individuo tenga flexibilidad para adoptar diferentes perspectivas sobre
la misma situación en diferentes momentos.
La
persona debe ser capaz de “desambiguar” la misma situación de múltiples
maneras, y tener la capacidad de cambiar entre ellas a voluntad en función de
las circunstancias.
En resumen las decisiones verídicas
tratan de “encontrar la verdad”, y las decisiones adaptativas y centradas en el
actor tratan de escoger “lo que es bueno para mí y los míos” y su base cerebral
son los lóbulos prefrontales.
Pues
bien, aclarados los conceptos anteriores, en los que se encuentran las claves
para hacer una hermenéutica de la dualidad teórico/practica en el ejercicio de
la política en particular y en las actividades cotidianas en general, pasemos a
ver lo que, en mi opinión, ocurre en la práctica política.
Antes
de las elecciones los debates se centran en las ideologías, programas y
conductas de los diferentes grupos políticos, resaltando las diferencias, ya
que ello es la razón de ser de cada uno. Son auténticos compartimentos estancos
donde se nos hacen ver, y sobre todo se autoconvencen,
de la imposibilidad de confluir dadas las ¡enormes
diferencias! que los separan. Aunque se trate de una situación adaptativa y
por lo tanto ambigua, a la hora de desambiguarla en el contexto pre-electoral
prima un tipo de interés centrado en la necesidad de diferenciarnos de los
demás para captar el máximo número de votos y nos hacemos la pregunta en
función de ello, para la cual analizamos documentos y/o hechos y en caso de
fijarnos en las personas lo hacemos en los dirigentes, los comparamos centrándonos en las diferencias
pues presuponemos que quienes acuden de manera independiente es porque no hay
similitudes suficientes para confluir, con lo que conseguimos que, como si se
tratara de una situación determinista solo haya una respuesta correcta. Las
preguntas son concretas y claras y las respuestas también. Somos diferentes en
aspectos que consideramos vitales tanto de contenido como de forma, pues
concurrimos separados.
Sin embargo cuando el debate se produce tras
la cita electoral pasamos a hacer un tipo de valoraciones diferentes, lo
primero es que en las comparaciones desaparecen los “lideres” y aparecen las
“bases” y las preguntas son ¿Qué partido o grupo gobernará si adopto una
postura u otra? ¿En qué forma la decisión que tome beneficia a mi grupo, a mis electores, a mi ciudad, a mis ideales, etc.?
Aquí aparece la ambigüedad, pues
necesitamos aclarar ¿de qué tipo de beneficios hablamos? Electorales, éticos,
económicos, de poder, etc. y en función de ello obtendremos un tipo de conducta
adaptativa a realizar, siendo diferente en cada situación y no existiendo
ningún barómetro que nos indique cual es la correcta, sencillamente porque no
existe. Solo podemos aspirar a la hora de desambiguar la situación a hacernos
aquellas preguntas que más se aproximen a los valores y principios que
consideremos prioritarios y esenciales, sabiendo que cualquier decisión supone
un “coste de oportunidad”, al abandonar otras opciones posibles, y será
“aceptada” con desagrado por algunos componentes del grupo partidarios de
elegir una opción diferente.
Las
ideas expuestas pueden sernos de utilidad práctica para evitar los dos errores
más frecuentes en los que solemos caer al tener que tomar decisiones en nuestra
actividad cotidiana en general y en los planteamientos para los acuerdos
políticos en particular.
El
primero de los errores consiste en no tener en cuenta el papel de nuestras
emociones a la hora de tomar una decisión. Solemos creer que la decisión tomada
ha sido fruto de un proceso analítico y racional, cuando en realidad ha sido
nuestro cerebro emocional el que como un Casanova o una Mata Hari de forma
seductora e inconsciente presentan a la conciencia las opciones de su agrado
que posteriormente racionalizamos con argumentos que las justifiquen,
haciéndonos creer que las “razones” que nos han inclinado hacia la decisión que
defendemos fueron antes que las emociones. En definitiva elegimos
inconscientemente guiados por las emociones y posteriormente aplicamos la razón
para justificarlas.
El
segundo error es una consecuencia del primero y consiste en pasar a dar las
respuestas sin antes hacernos las preguntas oportunas, ya que al tratarse de
una situación ambigua la pregunta está oculta o implícita y debemos explicitarla
y sacarla a la luz para poder dar la respuesta.
En el
caso concreto de un grupo político cuyos resultados electorales no lo coloquen
en una situación determinista que solo tenga una opción posible (gobernar por
tener mayoría absoluta u oposición por no tener con quien aliarse) sino que se
vea con la posibilidad de llegar a acuerdos con otros grupos debería mirar sus
propuestas, valores y principios pre-electorales para en función de ellos
preguntarse a quien puede o no apoyar en función de los escenarios posibles.
Puede ocurrir que haciéndonos las preguntas “adecuadas”, en ninguno de los
escenarios tengamos la respuesta, al tiempo que el no participar implique un
resultado inaceptable, encontrándonos “entre la espada y la pared”. Dilema con
difícil solución y bastante frecuente, sin embargo no debemos olvidar que uno
de los puntos fuertes del Movimiento 15M era su imprevisibilidad desde el
punto de vista de la vieja política porque sus raíces e intereses eran y son
diferentes, si los partidos u organizaciones surgidos al calor del 15M pierden
esta cualidad y sus acciones se
convierten en previsibles se habrá perdido una parte sustancial de su fuerza.
Querido Antonio:
ResponderEliminarMuy interesante tu aportación neuropolítica, como siempre.
El problema, según mi punto de vista es la aceptación (¿inevitable?) de las reglas de la democracia representativa pretendidamente compatible con una voluntad transformadora, tanto en la forma (más participativa) como en el fondo (de mayor calado ético y humano).
Parafraseando a Sartre, desde el momento que estás “presente” en el sistema democrático representativo, estás condenado a elegir, ya que la no elección, la abstención de tomar decisiones, supone en sí una decisión (apoya o permite la decisión de otros).
Recreamos entonces el clásico conflicto ético entre el principialismo y el consecuencialismo: atenerme a mis declaraciones de principios (que es por lo que esencialmente me han votado) o “comprometerme con la realidad” y optar por la decisión que, a la luz de las circunstancias actuales y de las consecuencias previsibles, maximiza u optimiza los intereses de todos los implicados…
Quizás la ambigüedad calculada en la enunciación, en el pronunciamiento de mis principios, puede servirme de coartada para el “todo vale”, para el “tout est bien qui finit bien”. Quizás también la rigidez excesiva, el dogmatismo, imposibilita la convivencia efectiva entre intereses y valores necesariamente diferentes…
En cualquier caso, ante el conflicto, entiendo que nuestra guía debe ser la elevación de los valores, no su mercantilización. Hagamos lo que hagamos deberemos, siguiendo también a Damasio, por un lado, abogar por propuestas motivadas por la compasión (entendida como la prioridad de atención y solidaridad con el sufriente) y, por otro que nuestras acciones puedan entenderse dignas de admiración por parte de nuestros conciudadanos. Obrando así podremos estar seguros de atender a dos de los sentimientos – valores más elevados.
Teniendo como faro estos valores y dirigidos siempre desde y hacia el fomento y el respeto de la dignidad humana, podemos navegar sin vergüenza por las necesariamente difíciles aguas de la convivencia política.
En ello andamos; un fuerte abrazo.
Félix Igea
Amigo Félix, muchas gracias por tu interesante aportación al difícil problema de toma de decisiones en este tipo de situaciones.Si a pesar de la dificultad no perdiésemos de vista los elementos que aparecen en el artículo y en tu comentario, la decisión tomada, al menos, contaría con un respaldo ético que la haría mas fácil de explicar a los descontentos. Lamentablemente no es lo que observo en los debates sobre el tema. De nuevo muchas gracias y un abrazo
ResponderEliminarMis queridos Antonio y Félix: me quedo embobado con vuestras sabias reflexiones. Yo voy a aportar mi opinión intentando ser práctico: somos médicos, cada día tomamos multitud de decisiones -y sin red- sobre asuntos de capital importancia sobre la salud de las personas. Son decisiones difíciles, cargadas de incertidumbre, ambiguas donde las haya. Somos conscientes de nuestra inseguridad... Y pese a ello, las tomamos. ¿Y qué hacemos cuando sabemos que ninguna opción es buena? Lo tenemos clarísimo: decidimos la menos mala.
ResponderEliminarVosotros mismos.
Un abrazo y muchas ganas de veros y comer juntos.
Que buen equipo se puede hacer con vosotros, ademas de juntarnos para comer. A ver cuando le metemos mano a ese libro que tenemos pendiente.
ResponderEliminarNo tienes por qué repetir los comentarios, tío. En cuanto a lo del libro, espera a que me jubile. Te vas a enterar.
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