I.
Mascarillas.
En estas últimas semanas los españoles hemos pasado de “taberniles entrenadores de futbol” entre
los amigos, a “avezados expertos
epidemiólogos” capaces de juzgar y denostar las decisiones gubernamentales
sugeridas por los profesionales del Comité de Expertos en Epidemias. En este contexto hablar de mascarillas, pruebas diagnosticas y
mortalidad por coronavirus se han convertido en temas de acalorado debate,
la mayoría de las veces para criticar las decisiones del gobierno de España.
Eso sí, desde el patriotismo y la “marca España” y con los conocimientos
adquiridos en redes y medios de desinformación
audiovisual, al no estar disponibles sus habituales templos del saber, los
bares.
Aún a riesgo de no estar a la altura de los conocimientos
taberniles me gustaría aportar mi granito
de arena por si sirve de ayuda en el cuidado de la salud.
Sin embargo antes de entrar en materia, y en consonancia
con lo dicho anteriormente, me parece oportuno comentar lo ocurrido en el
Congreso de los Diputados, símbolo de la democracia, donde el jefe de un partido neofranquista ha señalado a
Hungría como ejemplo de gobierno eficaz en el suministro de mascarillas a la
población y no como el suyo, España. Dando una noticia falsa para intentar
desacreditar a nuestro gobierno, alabando al húngaro, que aprovechando la
crisis del coronavirus ha acentuado la deriva antidemocrática en la que estaba
inmerso al aprobar una ley que le permite alargar indefinidamente el estado de
alarma; en contraste con el nuestro que lo solicita a los representantes de la
nación cada quince días. ¡Y este es el modelo de gobierno que nos propone sin
rubor y mintiendo en el Congreso!
Pasemos al tema de esta primera entrega de la trilogía:
las “Mascarillas”.
Palabras como mascarillas
FFP2 estándar, quirúrgicas o incluso de fabricación casera, han invadido las
conversaciones y los medios a raíz de la pandemia de COVID-19.
Aunque
intuitivamente podamos pensar que actúan como un tamiz, la realidad es muy diferente.
Cuando tosemos, estornudamos, hablamos o simplemente respiramos, exhalamos partículas
de distintos tamaños. Por lo general, al toser y estornudar se expulsan gotículas
de agua (gotitas de flugge) que
son de mayor tamaño y más pesadas, mientras que al respirar o hablar se
producen en forma de aerosol que tienen menos de 5
micrómetros de diámetro (micrómetro=millonésima de metro). Ambas partículas, de
agua y de aire, se evaporan con rapidez y pueden liberar al aire bacterias
(con un tamaño típico de entre 0,5 y 5 micrómetros) y virus
(de entre 0,02 y 0,3 micrómetros).
Las partículas de
mayor tamaño caen al suelo con rapidez. Las más ligeras, en cambio, permanecen
en suspensión. Partículas con un diámetro de 20 micrómetros, con el aire en
calma, pueden tardar unos 4 minutos. Tiempo que se multiplica por cuatro cada
vez que el tamaño se divide entre dos. De manera que, las partículas con un
diámetro de 5 micrómetros pueden permanecer más de una hora en suspensión y las
del COVID-19 que tienen 0,1, en teoría, podrían estar alrededor
de mes y medio si no tuviésemos en cuenta otros factores ambientales y sin que
ello signifique que tenga capacidad de infectar. Así la Organización
Mundial de la Salud (OMS) sostiene que la evidencia de ARN vírico “no es
indicativo de un virus viable que pueda ser transmisible”.
Desde que comenzó
la pandemia existe el debate sobre si el virus puede viajar por el aire, es
decir en forma de aerosol, algo que resulta de gran importancia para el asunto de
las mascarillas. Algunos científicos no tienen dudas de la capacidad de
transmisión aérea del SARS-CoV-2 a través de aerosoles, afectando a
las personas tanto si están cerca como lejos de su fuente de procedencia. A lo
que se le añade un mayor riesgo de contagio al poder producirse al hablar o
respirar ante alguien, lo que hacemos de frente y, en cambio, cuando tosemos o
estornudamos solemos volver la cara o nos protegemos con el brazo.
Aunque queden
muchas lagunas por resolver lo que sí parece aceptado es que la duración de la exposición es un factor
importante, de manera que si te encuentras cerca de alguien infectado,
compartiendo el mismo espacio aéreo durante 45 minutos, vas a inhalar suficiente
virus para que se produzca una infección. A pesar de las dudas y aplicando el principio de precaución la
población general debería evitar las multitudes y usar mascarillas con el fin
de reducir el riesgo de exposición al virus en el aire.
Mecanismos de captura
El primer mecanismo
de filtrado que nos viene a la mente es el de un tamiz: como en un colador de cocina, en el que solo las
partículas con un tamaño inferior al de los agujeros pasarían a través de la
mascarilla. El problema es que estamos ante partículas tan pequeñas que
obligarían a que el tamaño de los agujeros fuese tan reducido que haría
imposible respirar a través de ellos. Afortunadamente la física nos aporta otros
mecanismos que permiten atrapar partículas de todos los tamaños sin necesidad
de que el tamaño de los agujeros sea inferior al de las partículas a filtrar.
Las mascarillas
suelen presentar una fina capa de fibras no tejidas, sino entrelazadas. Cuando
una partícula, arrastrada por el aire a través de la mascarilla, choca con una
de esas fibras, se adhiere a ella permanentemente gracias a las llamadas fuerzas
de Van der Waals.
Lo primero que
necesitamos entender es como se pueden producir las colisiones entre partículas y fibras. El flujo de aire, en
estas escalas, depende de la viscosidad
y es laminar, de manera que al
acercarse a una fibra, las líneas de flujo de aire se separan, la rodean, y
finalmente se unen de nuevo entre sí tras ella.
En una primera
aproximación, podemos suponer que las partículas transportadas por el aire (compuesto
a su vez por micropartículas más pequeñas) siguen dichas líneas. Si la brecha
entre la fibra y la línea de flujo que
transporta la partícula es menor que el radio de esta última, la partícula
golpeará la fibra y se adherirá a ella. Este proceso se conoce como captura por intercepción, y se produce
en las partículas de tamaño mediano.
Sin embargo, cuando
las partículas son de gran tamaño no siguen las líneas de flujo de aire, sino
que presentan una gran inercia
debido a su masa. Al igual que un coche que avanza demasiado rápido en una
curva, en lugar de rodear la fibra a la par que el aire, estas partículas continuarán
«en línea recta» y chocarán contra ella. Este fenómeno se denomina captura por inercia. Por último, las
partículas muy pequeñas tampoco seguirán las líneas de flujo, sino que se verán
sometidas a un desplazamiento aleatorio como consecuencia de los impactos
producidos en ellas por las moléculas de aire en permanente agitación térmica,
y que constituye el llamado movimiento browniano. Al describir trayectorias
erráticas, cuando pasen cerca de una fibra, podrán difundirse y adherirse a
ella. Al contrario de lo que ocurre con la
captura por inercia, cuanto menor sea la partícula (caso del virus) y más
lento el flujo, mayor será el efecto de la captura
por difusión.
Al comparar todos
estos fenómenos, puede comprobarse que la
eficiencia de un filtro resulta mayor para las partículas muy pequeñas o muy
grandes, y menor para las de tamaño intermedio.
Tipos de mascarillas
En la práctica, la
parte filtrante de las mascarillas suele estar compuesta de fibras de polipropileno con un diámetro de unos 5
micrómetros. La eficacia del filtrado depende del espesor del filtro: cuanto más grueso sea, mayor será el número de
eventos de captura descritos. No obstante, un filtrado eficaz debe enfrentarse
a dos problemas: por un lado, dificulta la respiración; por otro, si
la mascarilla no se encuentra
perfectamente ajustada a la cara, el aire entrará por el espacio adyacente a
los bordes. Así pues, la elección de la mascarilla adecuada plantea
necesariamente un compromiso entre varios requisitos: calidad del filtrado, facilidad
de uso y comodidad del portador.
De manera genérica
se consideran dos tipos de dispositivos:
Ø
Las mascarillas quirúrgicas, cuyo principal cometido es evitar que las grandes partículas emitidas
por el portador, como las gotas de saliva (gotitas de flugge), se dispersen al
medio. Están diseñadas para proteger de dentro hacia fuera. Estas
mascarillas no buscan filtrar las pequeñas partículas presentes en el aire (aerosoles); de hecho, su eficiencia al
respecto es muy pobre, sobre todo por el paso del aire por los bordes, al no
presentar un buen sellado. Aunque no son eficaces en los casos de contacto
prolongado con pacientes, pueden serlo en otras circunstancias, ya que bloquean las gotículas de
saliva en ambos sentidos y evitan que nos toquemos la cara con las manos.
Ø
Otro tipo
de dispositivo son las mascarillas filtrantes o «respirador protector» que se califican de EPI (Equipos de Protección
Individual). Estos reciben el nombre genérico de FFP, por las siglas en inglés de «pieza facial filtrante» (filtering face piece), al que
acompaña un número que indica el grado
de filtrado. Estos respiradores sí están diseñados para filtrar el aire y
reducir el número de partículas y gérmenes que inhala el portador. Se dividen
según la protección del filtro en FFP1, FFP2 y FFP3 filtran, respectivamente, el
78, el 94 y el 99 por ciento de las partículas con un diámetro medio de 0,06
micrómetros, al tiempo que las fugas del aire inhalado son menores del 22, el 8
y el 2 por ciento respectivamente. Esto requiere que se ajusten bien a la cara,
lo que suele conseguirse con dos gomas elásticas alrededor de la cabeza y un
clip en la nariz. Solo las FFP2
(indicadas en situaciones de bajo o moderado riesgo) y las FFP3 (cuando el riesgo sea alto) equivalen a la N95 que es la homologada que recomienda
la OMS para el coronavirus. Con todo, para lograr un filtrado eficiente las
mascarillas deben ser gruesas y ajustadas, lo que ofrece resistencia al paso
del aire y requiere un esfuerzo respiratorio, provocando fatiga y dolor de
cabeza cuando el uso es prolongado. Por ello, algunas se encuentran equipadas
con válvulas que facilitan la exhalación.
Ø
Recientemente
se han recomendado el uso de “mascarillas
higiénicas o de barrera” indicadas en personas sin síntomas que no puedan
usar los tipos anteriores por dificultad personal o escasez. No son de uso
médico y se utilizan en lugares donde se prevean aglomeraciones y siempre de
manera complementaria a las medidas de distanciamiento.
En conclusión
tenemos que para evitar el paso de aerosoles cargados de patógenos, una
mascarilla debe tener una capa filtrante
lo suficientemente gruesa, ha de ajustarse
bien a la cara a fin de que el aire no entre por los bordes (algo que sí
sucede con una simple mascarilla quirúrgica), y en caso de portador varón para
un sellado eficaz, debería estar
afeitado.
Siendo su uso
temporal, durante unas horas como máximo
y luego deben desecharse, aunque se están desarrollando equipos de desinfección
con rayos ultravioleta C, que permitirían su reutilización. Una manera de
comprobar la eficacia de filtración es echar un poco de agua sobre la
mascarilla y ver si se filtra o intentar apagar una cerilla con la mascarilla
puesta.
Como norma general,
se debe recomendar el uso de la mascarilla a todo el mundo, pues en ese caso la protección es doble y bidireccional.
Sin embargo esa recomendación solo debe hacerse una vez que se haya asegurado
el suministro para los sanitarios, las personas con síntomas y la población más
vulnerable, como los ancianos.
Como podéis
observar los criterios no son homogéneos y deberán adaptarse a las circunstancias
de cada lugar en función de la actividad que se realice, del número de
afectados y la disponibilidad de material y del tipo de éste.
Antonio, ¡vaya pedazo de clase de higiene y protección nos has dado! Te felicito. Siendo prácticos, creo que las mascarillas FFP deben usarlas necesariamente el personal sanitario y la población vulnerable. Porque parece que la realidad indica que los contagios, en su mayoría, se producen en contactos prolongados y cercanos, aglomeraciones, reuniones... etc. Quiero decir que rara vez nadie se va a contagiar paseando por la calle aún cuando puedan existir aerosoles contaminados. Parece ser. Un abrazo.
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