sábado, 11 de febrero de 2017

Ceguera, Culpa y Cáncer

En el año 2000 la Organización Mundial de la Salud junto a otros organismos fijaron el 4 de febrero como Día  Mundial contra el Cáncer. Su objetivo, concienciar a nivel mundial sobre una de las enfermedades de mayor morbi-mortalidad, difundiendo las acciones de prevención y detección temprana para frenar su alarmante aumento.
Dieciséis años después los datos indican que no vamos por buen camino. Las cifras no sólo siguen aumentando sino que, como en el caso de España, las previsiones para 2016 han sobrepasado, en más de 1000 casos, las estimaciones previstas para el 2020. Y lo que es peor se calcula que a nivel mundial el número de casos se triplicará en dos décadas.
A raíz de estos datos, lo correcto sería que los organismos responsables hicieran una autocrítica y tomaran medidas para cambiar este negro panorama. Sin embargo continuan instalados en una “ceguera voluntaria e interesada” y repitiendo los “mantras” habituales a pesar de su evidente fracaso.
Así, en los días previos al 4 de febrero, los medios nos han mostrado a través de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) los datos referidos anteriormente y lo que, a mi entender resulta más preocupante, la justificación que aportan. Según la SEOM las razones de este aumento de la incidencia están en el envejecimiento de la población y en el estilo de vida (Tabaco, Alcohol, Obesidad y Sedentarismo). La parte positiva de la noticia es que, a pesar de los datos, las cifras de supervivencia de estos pacientes han mejorado, debido fundamentalmente a los progresos en el tratamiento de algunos cánceres como el de mama y colon.
Si aceptamos las razones dadas por los expertos, lo primero a destacar es que “la carga de la culpa”, recae sobre las víctimas. Son las personas afectadas las que con sus “malos hábitos” provocan este incremento de la enfermedad. Algo muy humano, pues ya sabemos que cuando algo va mal solemos señalar a los demás como responsables. Así que en estos asuntos no somos diferentes, lo que va mal (aumento de la incidencia) es responsabilidad de los afectados y el mérito (aumento de la supervivencia) es gracias a los profesionales.
Aunque son muchos los argumentos que se pueden dar contra esta explicación, baste con señalar que los animales salvajes, a los que no podemos acusar de estos malos hábitos, están afectados igual que los seres humanos. Por otra parte la cara más dramática del incremento del cáncer es la juventud de los afectados, bien sean en hombres y el cáncer de próstata, mujeres en el de mama o niños en leucemias y cáncer cerebral. Obviamente resulta deseable para la salud seguir insistiendo en cambiar dichos hábitos y ciertamente la epidemia de obesidad en el mundo occidental constituye un grave problema. Sin embargo no tengo claro que con los otros elementos, sobre todo en lo referente al tabaco estemos empeorando. Según publicaciones en prensa el número de fumadores en nuestro país, aunque sigue siendo alto, ha descendido en los últimos años. Y si nos retrotraemos a las últimas décadas solo basta recordar que en cualquier reunión de hombres, independientemente de su condición sociocultural, el no fumador era “rara avis”. Hoy ocurre lo contrario, el raro es el fumador. Hemos pasado de fumar en los hospitales a no hacerlo en bares y cafeterías. Lo que supone un gran avance para disminuir la exposición y el riesgo asociado al tabaco. Según la AECC en Europa la mortalidad por consumo de tabaco ha comenzado a disminuir en hombres aunque aumenta en mujeres.
En mi opinión hemos vuelto a perder la oportunidad de señalar a otros posibles “villanos”, con una implicación mayor que los mencionados, como agentes responsables de esta mala situación. Me refiero las decenas de miles de productos químicos sintéticos que desde la revolución verde, después de la Segunda Guerra Mundial, estamos vertiendo en el medioambiente, creando una “sopa química” que a través del aire, agua y alimentos  acaba alojándose en los seres vivos, produciendo una elevada “carga química corporal”.
Son estos productos “Xenobióticos” (extraños al organismo vivo) como los pesticidas, metales pesados, plásticos, aditivos, conservantes alimentarios, etc. a los que estamos expuestos de manera extensa y permanente, incluso antes de nacer, los que participan de manera relevante en el incremento del cáncer, enfermedades degenerativas y trastornos reproductivos.
Tenemos el ejemplo del insecticida DDT que sigue apareciendo en las placentas y mamas de mujeres jóvenes de nuestro país, a pesar de su prohibición en 1985. ¡Y en la leche de mujeres esquimales!
Los herbicidas de mayor uso mundial, como el Roundup (Glifosato) de Monsanto y la Atracina de la multinacional Syngenta, ambos cancerígenos y disruptores endocrinos.
El Bisfenol A, presente en los biberones y utensilios infantiles hasta su prohibición. En la actualidad lo encontramos en la composición de plásticos y en los recubrimientos de latas de conservas y de bebidas entre otros.
Los compuestos Organobromados, muy utilizados en electrodomésticos, mobiliario y equipos electrónicos por su actividad como retardantes de llama. Los Organofluorados que los encontramos formando parte de los revestimientos de sartenes (Teflón), en calzado y ropa (Goretex). Además de los Ftalatos presentes en ropa, juguetes infantiles, envoltorios plásticos y en productos de cosmética junto a los Parabenes. Todos ellos con actividad cancerígena.
Como dijo Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.
Necesitamos una manera diferente de pensar y actuar si queremos sobrevivir a la “Crisis Ecológica Global” (Biodiversidad, Energía, Clima y Salud) en la que estamos inmersos. En lo relacionado con la salud, pasa por la toma de conciencia de los riesgos ambientales, trasladar la “carga de la culpa” a los organismos encargados de vigilar y cuidar de la salud de los seres vivos, abandonando la “ceguera voluntaria e intencionada” en la que están instalados en beneficio de las multinacionales energéticas, petroquímicas y farmacéuticas, y afrontar el problema de la contaminación química, evitando la esquizofrenia actual de nuestra sociedad, en la que por un lado construimos un modo de vida que produce enfermos, desnutridos y pobres; y por otro nos quejamos de no tener dinero para curarlos.