lunes, 27 de mayo de 2019

El obispo y el laicismo.

Dice el obispo de Córdoba, según titular de prensa, que “las cofradías son un dique contra el laicismo”. Y posiblemente tenga razón.
Sin embargo el problema de estas declaraciones no es lo que se dice sino lo que se insinúa para que se “sobreentienda”. De manera que cuando habla de “…dique contra el laicismo” está lanzando el metamensaje de que el laicismo es algo “malo” a lo que es necesario poner freno y para ello cuenta con las cofradías, dechado de virtudes y bondades de su modelo de sociedad, dispuestas para frenar esa peligrosa y malvada deriva social.
Es lamentable que una persona de tal relevancia social, cuyas opiniones son seguidas y aceptadas de buena fe por muchos ciudadanos, haga comentarios de este tipo que, aparte de faltar a la verdad, producen malestar, recelo y pueden generar odio contra quienes defienden la laicidad. Pues sus seguidores como fieles corderos, según su propio lenguaje, siguen a su pastor sin rechistar.
Desconocemos las fuentes en las que se basa para llegar a esas conclusiones tan equivocadas sobre la laicidad y el laicismo, por ello resulta necesario exponer, aunque sea brevemente, ideas que sirvan de información y clarifique los conceptos sobre estos términos a las personas que haya podido confundir con sus declaraciones.
Porque ¿de qué estamos hablando cuando nos referimos al laicismo?
El laicismo se refiere al movimiento histórico que reivindica la laicidad.
¿Y qué es la laicidad?
La laicidad es un principio que establece la separación, no exclusión ni persecución, entre la sociedad civil y la religiosa. Y que se fundamenta sobre los siguientes tres pilares:
1.- La libertad de conciencia, lo que significa que la religión es libre, aunque solo compromete a los creyentes, y el ateísmo es, igualmente, libre pero solo compromete a los no creyentes.
2.- La igualdad de derechos, que impide todo privilegio público tanto de la religión como del ateísmo. Con ello nos encontramos ante un valor ético consistente en “la igualdad ciudadana en el ámbito de lo público”, con lo que se intenta garantizar “el derecho a la diferencia sin diferencia de derechos”.
3.- La Universalidad de la acción pública, es decir, sin discriminación de ningún tipo, al aplicar los derechos por parte del Estado a sus ciudadanos.
No encuentro mejores palabras para definir la laicidad de manera sintética y brillante que las del filósofo francés André Comte-Sponville en su Diccionario Filosófico:
La laicidad nos permite vivir juntos, a pesar de nuestras diferencias de opinión y de creencia. Por eso es buena. Por eso es necesaria. No es lo contrario de la religión. Es, indisociablemente, lo contrario del clericalismo (que querría someter el Estado a la Iglesia) y del totalitarismo (que pretendería someter las Iglesias al Estado)”.
Evidentemente el señor obispo y “sus cofradías” no comparten estos principios, sino que como seguidores de una doctrina excluyente, consideran que las únicas creencias respetables y dignas de ser tenidas en cuenta son las suyas. Por ello resulta chocante, a raíz del resultado electoral en Andalucía y su satisfacción por los mismos, las declaraciones respecto a la libertad religiosa, afirmando que  “no se puede estar atacando la libertad religiosa impunemente”. De donde podemos deducir que tiene una idea muy “sui generis” de lo que significa “libertad religiosa”, o quizás que no tiene ni idea. Y por supuesto lo más importante es que no están dispuestos a renunciar a ninguno de los privilegios que la dictadura nacional-católica le concedió y que la democracia criptoconfesional le ha seguido manteniendo.
Privilegios como equiparar a un obispo, que es un cargo de una organización no estatal, con un fedatario público como corresponde a un notario, “privilegio” que aprovecharon para apropiarse de una inmensa cantidad de inmuebles en todo el país, entre ellos la Mezquita-Catedral de Córdoba.
De ahí sus temores de que la sociedad camine en la dirección que se propugna desde el laicismo, es decir, libertad de conciencia que incluye una auténtica libertad religiosa, separación Iglesia-Estado y ausencia de privilegios. Como podemos ver, tiene mucho que perder, pero no porque lo que se propone desde la laicidad sea ninguna maldad, injusta o indeseable sino porque se trata, como corresponde a una sociedad democrática, de acabar con los abusivos privilegios que su organización tiene en nuestro país.
En definitiva una muestra más en sintonía con el tipo de declaraciones con las que suele prodigarse como cuando calificó de “aquelarre químico” a la fecundación in vitro, del plan de la UNESCO  “… para hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual”, la incompatibilidad de ser ecologista y defender el derecho a abortar y un largo etcétera.

Si el obispo y sus seguidores fuesen coherentes con lo que predican siguiendo la máxima de su dios Jesucristo, deberían “amar al prójimo como a sí mismo”. Aunque seguramente eso sea pedir demasiado, sería suficiente, de acuerdo con el principio laicista de libertad de conciencia, “tolerar y respetar al que piensa diferente”.

domingo, 28 de abril de 2019

¿Fracaso de la Educación?

He ejercido mi actividad profesional como médico durante 35 años. En este periodo de tiempo he visto como algunas enfermedades relativamente prevalentes fueron disminuyendo hasta casi su desaparición. Me estoy refiriendo a casos como la tuberculosis, brucelosis, sarampión, tos-ferina, etc. Si como responsable de la salud de una población, los hijos de aquellos que vivieron cuando estas enfermedades hacían estragos, hoy se viesen afectados por ellas, bien por incompetencia, por negligencia o por falta de medios, consideraría que el sistema sanitario en general y yo como responsable del mismo en ese territorio habríamos fracasado. Un fracaso estrepitoso e imperdonable.
Pues bien, esa sensación de fracaso en el ámbito de la educación es lo que nos produce algunos acontecimientos políticos en nuestro país. Aunque el Informe Internacional para la Evaluación de Estudiantes, más conocido como “informe PISA” por sus siglas en inglés, en el que se analizan las competencias en tres áreas (lectura, matemáticas y ciencias naturales) lleva años situándonos por debajo de la media de los países estudiados, no son estos los aspectos más preocupantes del posible fracaso del sistema educativo. Son materias no evaluadas y que están  relacionadas con las humanidades, disciplinas que estudian el comportamiento, la condición y el desempeño del ser humano, en definitiva aquellas que nos hacen ser mejores personas a través del conocimiento de las culturas clásicas (¡Cuánto tendríamos que aprender de los griegos clásicos!), de la filosofía, antropología, sociología, ética, arte, etc. Materias cuyo objetivo está en desarrollar el pensamiento y la creatividad, e intentar que los seres humanos mejoremos en las relaciones entre nosotros y en la búsqueda de una sociedad más justa y solidaria en la que se respeten los Derechos Humanos a través del conocimiento y la ética.
¿Qué nos induce a pensar en ese supuesto fracaso? El hecho de que en una sociedad como la española, después de una guerra civil y una postguerra donde la pobreza, la miseria y la falta de libertades impuesta por una de las dictaduras más crueles del pasado siglo, finalmente se consigue una democracia, y  tras cuarenta años de la misma surge un “Neofranquismo” apoyado, no solo por los poderes facticos (Iglesia, Ejercito, Banca y Empresariado) todos ellos muy contaminados por el franquismo, sino por hijos o nietos de los que sufrieron la dictadura, es un espectáculo lamentable. Comprobar la facilidad con la que se abanderan causas partiendo de falsedades como catedrales, nunca mejor dicho. Así como el retorno a ese pasado,que creíamos superado,como solución a los problemas actuales resulta deprimente.
Respecto a las mentiras como catedrales me refiero a una declaración que he leído en prensa en la que el representante de esta corriente neofranquista ha dicho que “La Catedral de Córdoba siempre será de los cordobeses y no de los que nos quieren echar”. Es difícil decir más disparates y falsedades en una frase. Veamos, lo primero es que vuelve a amputar el nombre del monumento emblemático de la ciudad, como antaño hiciera su obispo, quitando del mismo la denominación por la que es conocido y valorado en todo el mundo, Córdoba incluida, que es su arquitectura como Mezquita. A continuación este señor dice que “siempre será de los cordobeses”, seguramente su obispo no le ha informado que ya no pertenece a los cordobeses sino a él, que precisamente no lo es, y cuya relevancia social es consecuencia de representar a una organización multinacional que tiene su base logística y de poder en un Estado extranjero, al que está subordinado y le debe obediencia. No se necesitan muchas neuronas funcionantes para comprender que en la actualidad la propiedad de la Mezquita-Catedral, desgraciadamente, no está en manos de los cordobeses. Precisamente por ello se ha creado un movimiento ciudadano, representado por la “Plataforma Mezquita-Catedral de todos”,que tiene  entre sus objetivos, aparte de“respetar el uso religioso por la iglesia”, que la propiedad vuelva a ser de los cordobeses y no de un obispo forastero y súbdito del Vaticano. Con respecto a “y no de los que nos quieren echar”, quienes vivimos en Córdoba y somos cordobeses no nos consta que nadie quiera echar a “no-sabemos-a-quién” “ni-de-dónde”, por lo que seguramente esté tan mal informado como sobre la propiedad de la Mezquita-Catedral.Es posible que la intención sea crear entre sus fieles seguidores un enemigo imaginario sobre el que generar odio y al que se le ira poniendo cara según sus intereses del momento. Es la imagen del trilero de feria que te distrae con el cubilete vacío para quedarse con el premio. Un disparate total, aunque peligroso.
Pero, ¿realmente ha fracasado la educación?  Eso dependerá de los objetivos que consideremos deseables. Desde la perspectiva de formar personas con capacidad crítica de pensamiento y con una ética humanista, empática y solidaria, situaciones como la comentada, nos hacen sospechar en algún tipo de fracaso.
Sin embargo si lo deseable fuese disponer de una población ignorante de su historia, acrítica y dispuesta a aceptar las mentiras por muy burdas que sean, receptiva a una narrativa nostálgica del “cualquier tiempo pasado fue mejor”, entonces el éxito ha sido completo.

Córdoba 14 de abril de 2019

miércoles, 24 de abril de 2019

Laicismo y Democracia


El sábado 23 de marzo se celebró en Córdoba una Jornada organizada por Europa Laica que llevaba el título genérico de “Laicismo y Democracia” y que ha sido un éxito total en tanto asistencia como a la calidad de las ponencias expuestas en la misma.
Resulta paradigmático que tras más de cuarenta años de democracia en nuestro país sea necesario que una organización como Europa Laica nos recuerde la necesidad de la laicidad como un pilar imprescindible a la hora de construir un Estado Democrático.
Más aún que lo sea una mesa redonda que con el título “El Laicismo y la Izquierda política”, en la que se pretendía que cada uno de los partidos invitados hiciese un análisis crítico de las prácticas laicistas de sus representantes. En ella junto a un representante de Europa Laica estaban invitados los tres partidos más representativos institucionalmente que se autocalifican de “izquierda” (PSOE, Izquierda Unida y Podemos), incluso uno de ellos, PSOE, se apropia el término mediante el eslogan “Somos la izquierda”. Precisamente el único que pese a haber confirmado su presencia faltó a la cita. A los partidos de la derecha española no tenía mucho sentido contar con ellos dado el carácter manifiestamente clerical del Partido Popular, heredero del nacional-catolicismo franquista, cuyos miembros se transmutaron en demócratas como mecanismo de supervivencia política pero no de convicción. En cuanto a Ciudadanos, recuerda a Groucho Marx: “Damas y caballeros, estos son mis principios. Si no les gustan tengo otros”.
Las razones de esta necesidad están en el desconocimiento, cuando no tergiversación intencionada, del significado de los términos y objetivos relacionados con la laicidad.
Es frecuente encontrarnos con la opinión de que la laicidad se reduce a estar en contra de lo religioso en general y de la iglesia, en nuestro caso la católica, en particular. Esta opinión procede de los cuarenta años de dictadura franquista, en la que existió un régimen teocrático, no olvidemos que el caudillo Franco según la narrativa de la época llegó a la jefatura del Estado por la gracia de Dios, y no por un golpe de estado contra un gobierno elegido democráticamente y que provocó una guerra civil. Durante este periodo de nuestra historia la simbiosis Iglesia-Estado alcanzó tal intensidad que resultaba difícil discernir donde terminaba uno y empezaba otra, por lo que cualquier oposición o crítica al primero se interpretaba, por extensión, a la iglesia y viceversa.
Esta situación se ha seguido de otros más de cuarenta años en democracia en la que las instituciones y los representantes políticos, de todos los colores, han soslayado esta cuestión de manera que hemos vivido, estamos aun viviendo, en un estado definido como aconfesional en la Constitución, pero que en la realidad es “criptoconfesional”, cuando no completamente confesional, ya que los tentáculos de la iglesia católica siguen penetrando en todos los ámbitos de la sociedad, Estado incluido.
Por ello se impone la necesidad de realizar una labor pedagógica al respecto, aclarando conceptos y objetivos.
Aunque en otros idiomas, como el francés, laicidad y laicismo se utilizan indistintamente por entender que son sinónimos, en nuestra lengua castellana, tan rica en matices, resulta conveniente hacer una distinción:
-          Entendemos por laicidad un principio que establece la separación entre la sociedad civil y la religiosa. Se trataría de establecer un régimen social de convivencia, en el que las instituciones políticas están legitimadas por la soberanía popular y no por elementos religiosos. Con ello se pretende un orden político que esté al servicio de los ciudadanos, en su condición de tales y no de sus identidades étnicas, nacionales, religiosas, etc.
Aplicada al Estado, la “Laicidad del Estado”, hace referencia a la condición de emancipación, es decir, de la liberación de la subordinación o dependencia del Estado de las organizaciones religiosas. Si consideramos, y deseamos, que el Estado no debe inmiscuirse en las conciencias de las personas, la laicidad es un requisito y una garantía de que se cumpla.                                                                            
En este sentido la laicidad implica dos cuestiones básicas:
1ª.- La distinción de dos ámbitos:
A) Lo Público, de los derechos comunes y de los Bienes y Servicios Públicos.
B) El Privado, de la libertad de conciencia y albedrio, dentro de las leyes.
2ª.- Los derechos fundamentales son de los individuos, no de las ideas abstractas, ni de las colectividades o de las organizaciones que las representan.                                                                            En lo referente a “Laicidad y Democracia”, si bien es cierto que “Estado democrático” lleva implícita la necesidad de laicidad como principio esencial, la laicidad por sí misma no garantiza la democracia, como podemos observar en algunos regímenes, tanto del pasado como actuales.
Por otro lado los tres pilares sobre los que descansa la laicidad son:
1.- La libertad de conciencia, lo que significa que la religión es libre pero solo compromete a los creyentes, y el ateísmo es, igualmente, libre pero solo compromete a los ateos.
2.- La igualdad de derechos, que impide todo privilegio público de la religión o del ateísmo. Con ello nos encontramos un valor ético consistente en “la igualdad ciudadana en el ámbito de lo público”, con lo que se intenta garantizar “el derecho a la diferencia sin diferencia de derechos”.
3.- La Universalidad de la acción pública, es decir, sin discriminación de ningún tipo.

Si la laicidad, como principio, designa la situación ideal de emancipación mutua de las instituciones religiosas y el Estado, el laicismo evoca el movimiento histórico de reivindicación de esta emancipación laica, en el que se recogen el cuerpo de ideas que conforman el pensamiento y las actuaciones orientadas a la consecución y defensa del Estado Laico, de la laicidad de sus instituciones y de la actuación consecuente de los cargos públicos en el ejercicio de sus funciones.
Ello supone un posicionamiento político de exigencia al Estado democrático del cumplimiento de la laicidad, posicionamiento en el que se deberían situar todos los representantes políticos que se postulen como demócratas al margen de sus creencias religiosas o no, lo contrario sería mantener posturas “criptoconfesionales”, abiertamente confesionales o peor aún teocráticas, todas ellas alejadas de la democracia.
El otro término que nos queda por aclarar es el de “laicista”, que hace referencia, o bien, a las personas partidarias del principio de la laicidad y del laicismo como movimiento para conseguirla, o al modelo de organización, en el que se aplican los principios de la laicidad en su estructura u organización.
Como dice A. Comte-Sponville en su Diccionario Filosófico: “El laicismo (la laicidad) nos permite vivir juntos, a pesar de nuestras diferencias de opinión y de creencia. Por eso es bueno. Por eso es necesario. No es lo contrario de la religión. Es, indisociablemente, lo contrario del clericalismo (que querría someter el Estado a la Iglesia) y del totalitarismo (que pretendería someter las Iglesias al Estado)”.

martes, 19 de febrero de 2019

Creer es fácil, lo difícil es razonar


En un artículo anterior (“El belén y la extraña familia”) tras comentar, con cierta ironía, aspectos irracionales de la llamada “sagrada familia” terminaba con la siguiente reflexión:
“Lo que me interesa destacar es que estamos ante un relato en el que se violan principios físicos y biológicos que cualquier persona por poco instruida que esté puede detectar fácilmente. Sin embargo sigue aceptándose como cierto por millones de personas. ¿Por qué?”

El biólogo E.O. Wilson recoge la esencia del problema cuando afirma:                                                                                                       
  “La predisposición para la creencia religiosa es la fuerza más compleja y poderosa en la mente humana y con toda probabilidad una parte imborrable de su naturaleza”.
En mi opinión, dado que las creencias religiosas constituyen un rasgo casi universal, resultado de impulsos heredados por presentar ventajas evolutivas para la supervivencia, resulta más interesante indagar en el por qué de las mismas que poner en evidencia los aspectos absurdos de su contenido. En consecuencia, su estudio, debe abordarse como un fenómeno natural centrado en la evolución de la especie en general y la del cerebro en particular. Teniendo presente que la presión evolutiva del cerebro lo ha sido en el sentido de la supervivencia y no de conocer la verdad. 
Desde esta perspectiva, las explicaciones creacionistas no nos son útiles, ya que nos remiten a la fe y los dogmas como argumento, que es tanto como decir que “las cosas son así porque si, y no necesitan ser demostradas”, en vez del análisis de los hechos desde la ciencia y las leyes de la naturaleza. Con lo que se limitan a “cubrir con un oscuro manto de ignorancia la luz de la razón”, suspendiendo la aplicación del razonamiento crítico ante hechos contrarios  a la lógica y al conocimiento científico.
Comenzaremos por distinguir dos fenómenos que suelen confundirse: espiritualidad y religiosidad. Entendemos por espiritualidad un rasgo de la naturaleza humana, que puede darse al margen de las creencias religiosas, descrito como “un sentimiento placentero con sensación de atemporalidad y de acceso a una segunda realidad que experimentamos de manera más vívida e intensa que la cotidiana como consecuencia de una hiperactividad de estructuras del cerebro emocional”. Por el contrario la religiosidad, del latín religare, o sea, unirse a dios, implica poseer dichas creencias. En definitiva, que la religión está basada en la espiritualidad y no se concibe sin ella, pero la espiritualidad puede existir, y de hecho existe, sin religión.
Para entender el sustrato biológico de las creencias religiosas son importantes tres dispositivos o módulos cerebrales relacionados con  “la conciencia espiritual”:
-          El denominado “Operador binario” descrito por el psicólogo Eugene D’Aquili, que analiza la realidad en términos opuestos, como la dicotomía yo-otro y que posiblemente sea el responsable de la “tendencia natural” a la dicotomía material-inmaterial, cuerpo-espíritu, que constituye la base del dualismo.
-          El “Dispositivo hipersensible de detección de agencia” (DHDA), descrito por el psicólogo Justin L. Barret, y que nos predispone a detectar en la naturaleza “agencias” parecidas a las humanas, de manera que atribuimos a los objetos y fenómenos naturales una capacidad o potestad de acción intencionada, que en realidad no existen. El DHDA nos predispone a cometer, lo que en estadística se conoce como, error de tipo 1 o falso positivo, consistente en  creer que hay algo cuando en realidad no lo hay”, es decir “ver lo que no existe”. Resulta obvia la ventaja evolutiva para la supervivencia de dicho módulo, pues confundir una sombra de un árbol o una roca con un depredador no implica riesgos vitales, quizás solo un poco de estrés. Sin embargo los falsos negativos, pensar que la sombra es del árbol cuando corresponde a un depredador nos puede costar la vida.
-          El “módulo interprete”, descrito por M. Gazzaniga en pacientes con el cerebro dividido tras una “callosotomía” como tratamiento en algunos tipos de epilepsia. Dispositivo involucrado en la génesis de las creencias humanas, al estar en la base cerebral de una de las características primigenias del ser humano, su curiosidad y necesidad de “crear explicaciones a posteriori de todo lo que hacemos”. De manera que, aunque las razones sean inconscientes y por tanto desconocidas siempre elaboramos ad hoc un relato “coherente y no necesariamente verdadero”.
Con estos datos podemos avanzar una respuesta plausible a la pregunta origen del escrito.
Si nos retrotraemos a los albores de la humanidad, cuando nuestro cerebro emocional e intuitivo lo era casi todo, mientras que la corteza prefrontal, base del razonamiento, estaba en fase embrionaria. Nuestros primitivos antepasados, pertrechados de “mucha” intuición y “escasos” conocimientos para enfrentarse a los interrogantes que sus experiencias vitales les planteaban, como ¿Cuál es la diferencia entre un cuerpo vivo y un cuerpo muerto? ¿Qué ocurre tras la muerte? ¿Qué es lo que da origen al despertar, al sueño, al enajenamiento, a la enfermedad, a la muerte?  ¿Qué son las formas humanas que se aparecen en los sueños y en las visiones? ¿Quién causa las tormentas? etc, es plausible imaginar que, a través del soporte biológico de la espiritualidad, encontraran en las creencias animistas las respuestas que necesitaban. El animismo al considerar que los fenómenos naturales pueden y deben explicarse de la misma manera y por las mismas leyes que la actividad humana subjetiva, consciente y proyectiva, poblaba la naturaleza de mitos, atribuyendo una intencionalidad a dichos fenómenos y estableciendo entre la Naturaleza y los Humanos una “profunda alianza”, que al basarse en los mecanismos intuitivos del cerebro emocional más antiguos y potentes que las recientes regiones de la corteza prefrontal, aún perdura en nuestra civilización a través de las distintas doctrinas religiosas.
A los argumentos anteriores de su persistencia tenemos que añadir las ventajas evolutivas que las religiones han aportado a los grupos que las asumían, sobre todo por facilitar la cohesión y la salud del grupo.
Con estos soportes biológicos, la exposición desde la infancia a una cultura potenciadora de dogmas y mitos religiosos, nos conduce a una sociedad organizada en base a ritos como el ejemplo origen de este escrito.

jueves, 10 de enero de 2019

El Belén y “la extraña familia”.


Un año más nos encontramos inmersos en el llamado “Espíritu de la Navidad” que, contrariamente a lo que podríamos pensar, tiene más de material que de espiritual pues cada vez es mayor la incitación al consumo en detrimento de lo religioso.
En estas fechas bajo la envoltura del “buenismo” que impregna el ambiente se nos cuelan mensajes edulcorados con una fuerte carga ideológica sustentada en la irracionalidad y carente de sensatez. Podríamos decir que los cristianos han hecho realidad la profecía de Isaías: “Oíd con vuestros oídos, pero sin entender; mirad con vuestros ojos, pero sin comprender”.
Un elemento destacado en estas fechas, es la tradición católica del  Belén -también llamado “nacimiento”, “pesebre” o “portal”- que representa el nacimiento de Jesucristo y cuyos inicios se atribuyen a San Francisco de Asís en 1223. Esta costumbre se ha extendido hasta el punto de estar presente en la mayoría de los hogares, aunque en los últimos años le ha salido un importante competidor en el “árbol de Navidad”. Es un ritual muy extendido que las familias visiten los puntos de las diferentes localidades donde se exponen este tipo de representaciones dirigidas especialmente a la población infantil.
En el Belén se representa uno de los baluartes del cristianismo, la familia; nada menos que a la  “Sagrada Familia”, integrada por el “Niño Jesús”, la “Virgen María” y “San José”.  Si nos aproximamos a la misma sin dejarnos seducir por el discurso superficial e infantil al uso, nos daremos cuenta que estamos ante una “extraña familia” en la que nadie es lo que parece. Por ello resultan chocantes los mensajes de algunos obispos despotricando de cualquier alternativa a “su familia estándar”, tanto en lo referente a sus componentes como a los diferentes métodos de acceder a la paternidad. En fin, “ver la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio”. Solo tendrían que mirar y ver las peculiaridades de la familia a la que adoran y que nos muestran como ejemplar.
No se trata de hacer una exégesis de las sagradas escrituras, sino de analizar y contrastar las circunstancias peculiares de estos personajes a la luz del propio conocimiento que de ellos se tiene a nivel popular y señalar los aspectos menos ostensibles y edificantes del relato.
Sin duda el personaje estrella de este cuadro es el bebé, que en realidad es Jesucristo, o sea, la forma humana del trino Dios cristiano (aunque para otros solo sea un profeta más).                                                                                        Las circunstancias que rodean la fecundación, el embarazo y parto de esta criatura es toda una antología del disparate, que me eximo de comentar por ser ampliamente conocida. Solamente señalar que al coincidir en el mismo “Ser”, el dios-padre y el hijo-de-dios, resulta que “el hijo es su propio padre”. Nos queda la duda si durante el desarrollo embrionario mantuvo sus capacidades divinas o quedaron en suspenso, ya que los textos sagrados no dicen nada al respecto.
El siguiente personaje en relevancia es la madre de la criatura, la virgen María. La simpatía y devoción que genera es de tal envergadura que dos mil años después de su supuesta existencia, se le siguen concediendo medallas y nombramientos honoríficos gracias a sus supuestos méritos, sin que gobernantes y jueces españoles del siglo XXI encuentren nada irracional en estos hechos.  
Según se nos cuenta, María que estaba prometida o casada (las fuentes no se ponen de acuerdo) con José, fue elegida por Dios para ser la madre de “su hijo” que era otra apariencia de sí mismo, por lo que quedó “embarazada de Dios y por Dios”. Hecho del que ella estuvo ajena hasta que fue informada por un emisario divino en forma de “Ángel”. Circunstancia que pone en evidencia el abuso de poder y la poca consideración por parte del Dios-Padre al elegir a una mujer comprometida para preñarla y utilizarla, sin previo acuerdo, como  “madre de alquiler”. Quizás sea casualidad pero resulta curioso que los poderosos terrenales, llámense reyes, duques, condes o terratenientes se convirtiesen en imitadores en el uso del poder, salvando las diferencias en cuanto a fines y medios, instaurando el tristemente famoso “derecho de pernada”.
En todo este embrollo reproductivo destaca la ausencia de sexo, lo que sirve de argumento a la iglesia para aleccionar a sus fieles en la procreación como fin del matrimonio y en modo alguno el disfrute sexual de los contrayentes.                                                                                                                                     
 El resultado fue el nacimiento de un hijo divino, pero ilegitimo, al que llamó Jesús (aunque existen escritos en los que se afirma que tuvo cuatro varones más y algunas hijas con José, no sabemos cómo pudo ocurrir dada la permanente virginidad de María).
En síntesis lo que observamos, si le quitamos la pátina sacra, es una mujer que sin tener sexo con varón alguno, queda misteriosamente embarazada de “alguien” que no es su esposo. No se puede decir que hubo adulterio por parte de María, sino más bien una “extraña inseminación” divina, de la que fue informada tras los hechos consumados.
Finalmente tenemos a José, en el papel de padre adoptivo. Personaje que, a pesar de verse inmerso en la paternidad sin haber tenido conocimiento carnal, se nos muestra aceptando resignadamente los acontecimientos y las “explicaciones” del relato. Y todo ello en un contexto de sometimiento de la mujer al varón. ¡Quizás la relevancia del agente implicado en el embarazo de su esposa tuviese algo que ver!
En todo este asunto interesa destacar que estamos ante un relato en el que se violan principios físicos y biológicos, que cualquier persona por poco instruida que esté puede detectar fácilmente. Sin embargo sigue aceptándose como cierto, o al menos sin cuestionarse, por millones de personas.
 ¿Por qué?