lunes, 27 de julio de 2015

Sobre Sanidad… desde el recuerdo 32 años después.

Artículo dirigido para la Revista de Feria del 2015 de Conquista, población en la que inicié mi ejercicio profesional en el año 1979.

En la revista de feria del año 1983 participé con un artículo titulado “Sobre sanidad local…” en el que hacia un análisis de la situación sanitaria de la población de Conquista tras cerca de cuatro años como médico titular en la misma. En él exponía los cambios positivos conseguidos (reforma y dotación de material del consultorio, apertura de una oficina de farmacia, regulación automática de la cloración del agua, etc.) así como las deficiencias aún por solventar entre las que se encontraba la necesidad de un “sistema de recogida de basuras y control en el vertido de las mismas”, como vemos todo ello muy básico y primordial, ya que las condiciones en las que desarrolle mi actividad profesional en esta localidad, desde noviembre del 1979 a Septiembre de 1983, puede decirse que fueron muy pobres en los aspectos materiales  aunque inmensamente ricas en lo humano. Todas las carencias y angustias surgidas de las mismas así como por mi propia inexperiencia fueron compensadas por el afecto y la “entrega incondicional” que los “conquisteños” me ofrecieron, lo que hizo no solo llevadera una situación de por sí bastante estresante (escasos medios, aislamiento geográfico y profesional, servicio ininterrumpido las veinticuatro horas del día los siete días de la semana, inexperiencia, etc.) sino que se convirtió en un crisol de donde salió el médico en el que me convertí. Por todo ello guardo un grato recuerdo y agradecimiento de aquellas personas que se convirtieron en mis primeros pacientes y en los primeros casos a los que tuve que enfrentarme y solucionar como buenamente pude.
Aunque con los recuerdos ocurre igual que con las joyas que son difíciles distinguir las verdaderas de las falsas, éstos son algunos de los que conservo.                                                          
Mi primer día de consulta al terminar cerca de las cuatro de la tarde salí a la puerta de la casa del médico a despejarme un poco y allí estaba Alfonso (diagnosticado de esquizofrenia), con su mirada perdida en el infinito para preguntarme si me iba a quedar en el pueblo. Le respondí que si las consultas iban a durar lo mismo que ese día me marcharía. Al día siguiente al finalizar la consulta y salir, estaba esperándome con una sonrisa para afirmar con gesto alegre: “Se queda, pues hoy ha terminado antes”. Le confirmé que efectivamente me quedaba. Recuerdo a su madre con ojos pequeños y brillantes siempre preocupada por su hijo y las dificultades por las que ambos pasaban para acudir a la cita del Psiquiatra en Córdoba, saliendo de madrugada en el coche de línea y cuando llegaban, la consulta que era a primera hora y de tipo “ambulatorio”, ya había finalizado teniendo que hacer noche en Córdoba y regresar al día siguiente a su casa. Todo un calvario para una anciana y su hijo enfermo mental.                                                                                                                                       
 Una abuelita dulce y encantadora, lamento no recordar su nombre, que vivía frente al cuartel de la Guardia Civil, fue la receptora de mi primera inyección intravenosa como tratamiento de un cólico biliar. Salió perfectamente, mejoró el dolor, ella quedó encantada y yo lleno de satisfacción al superar la prueba sin que se notara mi bisoñez.                                                             
Recuerdo a “Fafa” siempre de un lado para otro arrastrando su pie torcido y deformado; a Isabelita embutida en su bata y pidiéndome la receta de los sobres para “hacer refresco para comer”.  A Rosario viuda de guerra y con una hija (Artura) deficiente mental que a pesar de vivir en la más extrema pobreza me obligaba a aceptarle las 25 pesetas que me daba cada vez que iba a consulta. Con el tiempo aprendí que suelen ser más generosos quienes menos tienen.                                                                                                                                                             
La primera persona cuya muerte tuve que certificar fue la de Francisco Santiago que vivía en el Barrio de la Estación, afectado de tetraplejia que lo mantenía inmovilizado y con quien mantuve una breve pero intensa relación. En nuestras largas charlas, admiraba la entereza ante su enfermedad. Tenía una familia encantadora con algunos de sus hijos aún pequeños. Me quedé con ellos en su casa la noche de su defunción.                                                                             
Mi primer levantamiento de cadáver se produjo una fría noche en la que encontraron a Agustín en medio de la dehesa después de varios días desaparecido. Lo recuerdo siempre triste, cansado y solitario. Fue un hecho lamentable con el que aprendí las carencias e incompetencia de los aspectos judiciales y forenses en nuestro país.                                            
Un éxito diagnostico que me produjo quebraderos de cabeza fue cuando diagnostique y comunique varios casos de triquinosis en una familia que había consumido alimentos elaborados con animales cazados furtivamente y sin pasar los controles sanitarios correspondientes. Desde la Dirección Provincial de Salud me “riñeron” por no haberlos declarado de forma urgente, cosa que ignoraba; y el veterinario titular por haberlos declarado, lo que le suponía la obligación de buscar restos de alimentos y hacer los análisis correspondientes, es decir, tenía que hacer su trabajo, algo que, al parecer, le  molestaba. Una actuación que podía haber sido objeto de un brillante artículo en una revista científica solo sirvió para recibir reproches. Cosas de la inexperiencia y de la falta de ambición.                                                                                                                                                                             
Puedo decir que al menos salve una vida, cuando en la madrugada de navidad me despertaron unos golpes en la puerta y gritos. Al abrir me encontré con Antonio que sangraba a chorros por la muñeca como consecuencia de un corte que le había seccionado la arteria radial. Tras unos momentos de duda al no saber qué hacer, se me ocurrió usar el manguito del tensiómetro como instrumento hemostático comprimiendo el antebrazo  cortando la hemorragia. Durante el traslado, que duraba dos horas, cuando el dolor se intensificaba por la isquemia, lo que ocurría cada 15-20 minutos, desinflaba el manguito durante unos segundos evitando daños permanente por isquemia prolongada que podría haber supuesto la pérdida de la mano. Había que suplir con ingenio la escasez de medios. Esa noche viajamos en el taxi hacia el hospital cuatro antonios: el chofer, el herido, su  padre y el médico, todos nos llamábamos Antonio. Aunque el anecdotario sería interminable lo dejo aquí para no cansar a los lectores.      
Los avances en el Sistema Sanitario español en aquellos años fueron transcendentes al coincidir la transición democrática en nuestro país con la Declaración de Alma-Ata celebrada en 1978 en la que participaron los representantes de la Organización Mundial de la Salud de 134 países y donde se declaró la salud como un “derecho fundamental del ser humano”. Curiosamente en 1983 el eslogan del Día Mundial de la Salud (7 de abril) fue “Salud para todos en el año 2000: ¡La cuenta atrás ha comenzado!”, el hecho de que la cuenta atrás se suponía había comenzado cinco años antes junto a que entre los firmantes de la histórica Declaración estaban los delegados del Haiti de Bébé Doc, de la Uganda de Idi Amin, de la República Centroafricana de Bocassa, por mencionar solo algunos representantes de regímenes criminales que “consideraban que Salud para Todos en el 2000 era un objetivo realista”, parecía una broma de mal gusto cuando sus poblaciones morían a consecuencia de la represión y el hambre, haciendo poco creíble su realización en la práctica. Una declaración mas de buenas intenciones a las que tan acostumbrados estamos como ocurre con las medidas para frenar el cambio climático y tantas otras.                                                                                                            
Pasados 32 años de aquella Declaración y 15 de la fecha en la que se suponía una mejora drástica en las condiciones de salud de la población mundial e incluso algunos optimistas predecían la eliminación de la mayoría de los canceres, así como de las enfermedades cardiovasculares, los datos nos muestran que nos dirigimos por el camino equivocado pues no solo no hemos mejorado la salud de los llamados países del tercer mundo sino que en los desarrollados como el nuestro, la implantación de políticas austericidas por los diferentes gobiernos de turno a las ordenes de los poderes económicos están provocando un deterioro acelerado de las mejoras en salud alcanzadas. Como ejemplo tenemos algunos datos demoledores acerca de la realidad social española e internacional: Dos millones y medio de niños en riesgo de pobreza (Cáritas), es decir, 3 de cada 10 niños, mientras los programas de apoyo a las familias representan en España el 1% del PIB, en comparación con el 2% de la media de la UE. La pobreza, especialmente la pobreza infantil, es un determinante clave de la salud poblacional.                                                                                                                                                                                
En 2013, el Instituto de Medicina (IOM) de EE.UU. publicó un informe “Salud en EE.UU. una perspectiva internacional: Vidas más cortas, peor salud”. El informe estudia los factores de mortalidad, comprobando que se sustentan en el sistema político: la pobreza, la desigualdad de rentas, la baja condición social, el estrés o la epigenética (factores sobre el genoma que están influenciados por factores ambientales y que se transmiten de  generación en generación), es decir todo lo que hoy se está agravando en los países afectados por las políticas neoliberales. De acuerdo con la OMS (Organización Mundial de la Salud) para 2030 habrá un incremento en la incidencia del cáncer del 55%, a lo que tenemos que añadir las enfermedades infecciosas como el SIDA, el rebrote de la tuberculosis o el Ébola, las cardiovasculares a pesar de todos los esfuerzos en “prevenir” los famosos “factores de riesgo”. En definitiva un negro panorama que nada tiene que ver con las perspectivas optimistas que celebrábamos hace 32 años.
Me parece de justicia terminar estos recuerdos manifestando mi agradecimiento a todas las personas que hicieron de “conejillos de india” en el laboratorio en que Conquista se convirtió para que se plantasen los cimientos de mi formación médica, y de manera explícita al que entonces era su alcalde José Redondo, siempre dispuesto a escuchar mis sugerencias e intentar ayudarme en su implantación (teléfono en la casa y consulta del médico, estufas en la consulta y sala de espera, etc.), a su hermano Juan y su esposa, mis vecinos siempre dispuestos a ayudarnos, a Juan “Camarita”, a Martiniano, a Alfonso de la Caja de Ahorros, A Tomas de la Cámara agraria, a Agustín y Vicenta, su mujer, por el enorme cariño que le tenían a mi hijo Antonio, el único de los tres 100% conquisteño, a Pedro el cartero, a Pepín el sacristán, al Sr. Vigorra, secretario del Ayuntamiento que con ocasión de un intento de pagarme por una atención recibida y ante mi negativa me dijo unas palabras proféticas: “Usted se irá de aquí con muchos amigos pero con poco dinero”. Efectivamente, para mi alegría, así fue.                     
Entre éstos y con los que he seguido manteniendo contacto se encuentran Juan Gutiérrez, con quien compartí largas disquisiciones filosóficas y a quien agradezco sus reseñas sobre mí en los escritos sobre Conquista y que me haya permitido participar con este artículo, Sebastián Cortés que fue alcalde cundo yo me marché y con quien mantengo una estrecha amistad, Eugenio Pizarro, eternamente joven, con un recuerdo entrañable para Josefa, su madre y Francisca, su hermana por el cariño que le tenían a toda mi familia. Sin olvidar a los amigos que venían en vacaciones por encontrarse fuera y que me abrían una ventana al mundo como Coli, su hermana Miky y el bueno de Félix ; Manuela y Daniel cuyo hijo Jero, con sus episodios de amigdalitis pultácea nos preocupaba a sus abuelos y a mí, hoy convertido en un gran músico y cantante. A todos ellos y al resto de las casi 600 personas con las que conviví durante cerca de cuatro años, muchas gracias. A los actuales habitantes y/o visitantes les deseo que lo pasen bien y sean felices durante las fiestas y lo continúen siendo cuando terminen.                        

Córdoba 25 de julio de 2015

Antonio Pintor Álvarez (Médico jubilado)