viernes, 29 de julio de 2016

Nuestro veneno de cada día

No, no me refiero a las píldoras tóxicas que nos suministran diariamente los medios “informativos” de nuestro país con TVE a la cabeza. Se trata del aire que respiramos, el agua que bebemos y los alimentos que comemos.
A menudo escuchamos la frase: “Somos lo que comemos”. Incluso el filósofo y profesor de ética Peter Singer, autor del best seller “Liberación animal”, ha utilizado este título para uno de sus últimos libros. Evidentemente no se pretende  que se tome tal frase de forma literal, sino resaltar la importancia de la alimentación en lo que somos, tanto en lo referente al desarrollo orgánico como a la salud.
Son muchos los hechos que nos señalan que en este asunto, como en tantos otros,  vamos por mal camino.
Hemos sido testigos, y continuamos siéndolo, de la estafa económica sobre los pueblos europeos por parte de los individuos  que ostentan los poderes económicos, ayudados por aquellos políticos a los que “prestan” dinero para sus campañas u otros menesteres, y que desgraciadamente demasiados ciudadanos, a pesar de todo, siguen votando. Estafa a la que eufemísticamente se le ha denominado “Crisis” y que ha sumido en la miseria a millones de personas y beneficiado a ladrones y sinvergüenzas sin escrúpulos que vemos desfilar todos los días por los noticiarios y/o tribunales de justicia.
Lamentablemente no es la única crisis que nos urge dar respuesta desde la ciudadanía. Además estamos ante una “Crisis Ecológica Global” que afecta a cuatro dominios fundamentales para el futuro de la humanidad: la biodiversidad, la energía, el clima y la salud.
En lo relativo a la salud, si nos fijamos en las enfermedades que más preocupan en estos momentos: cáncer, enfermedades neurodegenerativas, diabetes, trastornos inmunitarios, asma, alergias, esterilidad, etc. su incidencia, es decir nuevos casos, va en aumento. En nuestro país el Cáncer de Mama, como representativo de este mal en la mujer, aumenta en algo más del 2% anual; a los hombres no les va mejor si nos fijamos en el Cáncer de Próstata.
Si añadimos a lo anterior lo publicado en dos estudios en 2011 en los que, en uno se demostraba que “la esperanza media de vida de los estadounidenses ha disminuido por primera vez en su historia” y en el otro se constataba que “en treinta años se ha duplicado la cantidad de personas que padecen obesidad en el mundo”, podemos decir que estamos más gordos, más enfermos y vamos camino de vivir menos. Paradójicamente en tiempos en que ciencia, tecnología y riqueza a nivel mundial han alcanzado las mayores cotas de nuestra existencia.
Son muchas las evidencias que nos muestran la importancia que tiene la alimentación en lo que nos está ocurriendo. Si partimos de la base de que lo que somos es el resultado de la interacción de los genes con el ambiente y dado que el cambio en los genes suele ser muy lento, parece  obvio que las anomalías que están apareciendo tienen su origen, en gran medida, en la exposición ambiental. Por ello se ha señalado como elemento esencial para mejorar la situación basarse en lo que se ha denominado: “expologia”, es decir tener en cuenta todas las exposiciones químicas a las que está sometido el ser humano en su entorno, desde su desarrollo embrionario, cuando los riesgos son mayores, a la edad adulta.
En el mundo de la investigación alimentaria existen dos tendencias que a pesar de ser complementarias y constituir las dos caras de una misma moneda, desgraciadamente como en tantas otras cuestiones, se suelen ignorar entre sí.
Por un lado tenemos aquellos científicos interesados de manera casi exclusiva en el “estilo de vida” y que, en los aspectos relacionados con la alimentación, ponen el foco del debate en la “dieta mediterránea” versus “comida basura”. En otras palabras, sobre la clase de alimentos que ingerimos: verduras, frutas, hidratos de carbono, grasas, proteínas, etc. Con esta cara de la moneda estamos más familiarizados por ser la que se utiliza en la práctica médica y porque suele ocupar los medios informativos mediante charlas y consejos al respecto. En ellos se nos informa de las propiedades saludables de la “dieta mediterránea” frente a las nefastas consecuencias para la salud de la popular y extendida “comida basura”. Aunque diésemos por buenas las recomendaciones de los organismos oficiales, que algunas no lo son, respecto al tipo de alimentos que debemos consumir, es evidente que resulta incompleta si queremos alimentarnos de manera saludable. Nos falta la otra cara.

Para mostrarlo nada más útil que un ejemplo: En 2010 se publicó un estudio realizado en Francia en el que se analizó la alimentación cotidiana de un niño de 10 años que seguía las recomendaciones oficiales al respecto. El balance fue abrumador: “Ciento veintiocho residuos, ochenta y una sustancias químicas, cuarenta y dos de las cuales están clasificadas como cancerígenas posibles o probables, y cinco sustancias que están clasificadas como cancerígenas seguras. Así como treinta y siete sustancias susceptibles de actuar como “perturbadores endocrinos”Para el desayuno, solo la mantequilla y el té con leche contenían más de una decena de residuos cancerígenos posibles y tres que lo son seguros, así como una veintena de perturbadores endocrinos… Lo mas “rico” resultó ser la rodaja de salmón para la cena con treinta y cuatro residuos detectados”. Esta otra cara de la alimentación es de la que se ocupan los investigadores que ponen la mirada en los orígenes medioambientales de las enfermedades crónicas y los diversos tipos de cáncer. Aquí el foco se pone en la calidad de los alimentos en lo referente a la manera en que se producen y distribuyen, como elementos propiciadores de la alta contaminación por productos químicos en los mismos.
En 1991 un grupo de investigadores de diferentes disciplinas con Theo Colburn a la cabeza, añadieron un motivo más de preocupación sobre los riesgos de enfermar por los contaminantes ambientales, pues a las enfermedades  que habitualmente se estudiaban (cáncer, diabetes, neurodegenerativas, etc.) fueron capaces, al unir las diferentes piezas que cada uno aportaba desde su especialidad, de construir el puzle que les permitió vislumbrar el mecanismo por el que muchos de los productos químicos que estábamos usando producían graves malformaciones en el aparato reproductor y en la conducta de apareamiento de múltiples especies de la fauna silvestre. Estas sustancias actuando como “impostores hormonales” consiguen gracias a la sinergia que se produce entre ella que dosis casi homeopáticas de una parte por billón produzcan graves daños en el desarrollo de los embriones. A estas sustancias el grupo las denominó “Disruptores endocrinos” y dio la alarma sobre las repercusiones en los seres humanos dada la ubicuidad de las mismas por la insensata utilización de productos químicos, como los plaguicidas que han contaminado las aguas, el aire y los alimentos, junto a otras que forman parte de la mayoría de los utensilios de uso cotidiano en las sociedades desarrolladas  como plásticos, electrodomésticos, aparatos electrónicos, cosméticos, etc.
A pesar de los datos que indican el riesgo en la población humana de estas sustancias, especialmente en mujeres gestantes por los graves efectos en los embriones en desarrollo (retraso cognitivo, trastornos inmunitarios, de memoria y atención, etc.), la poderosa industria química se las sigue ingeniando para que las diferentes agencias reguladoras gubernamentales en vez de actuar con la rapidez de la liebre ( para beneficio de la población) lo hagan con la lentitud de la tortuga ( en beneficio de la industria química) y, lo que es peor, como la EFSA (Agencia de Seguridad Alimentaria de la UE) que en 2015 declaró que “el Bisfenol-A no supone riesgo para la salud a las dosis de exposición habituales”. Negando la evidencia de multitud de estudios científicos independientes y dando muestra de una ignorancia escandalosa al utilizar métodos de evaluación desfasados y no apropiados (al no tener en cuenta el efecto sinérgico del coctel químico al que estamos expuestos ni los diferentes periodos críticos del desarrollo, entre otros). Pero, eso sí, en sintonía con lo que defienden las empresas químicas.

En general seguimos sin aplicar el Principio de Precaución, que obligaría a demostrar la seguridad para la salud de las sustancias químicas antes de permitir su uso, con lo que se trasladaría la “carga de la prueba” a las empresas comercializadoras. Justo lo contrario de lo que ocurre en la actualidad que se permite su uso, basándose en los datos que la propia empresa proporciona. Requiriéndose  pruebas concluyentes de la nocividad del producto para su prohibición.

Por ello, dada la incompetencia y la falta de garantías de las agencias gubernamentales en proteger a sus ciudadanos se hace necesario un activismo social que  muestre a esa ciudadanía “instalada” en la apatía y el consumismo ciego los riesgos a los que estamos sometidos. Exigiendo que se democraticen las instituciones responsables y se pongan en marcha medidas correctoras por parte de los gobiernos… Y mientras tanto pongamos nuestro granito en la consecución de un mundo más saludable comprando en el comercio del barrio productos de temporada y ecológicos. Contratar con eléctricas sostenibles tipo SOM y si alguien tiene algún dinero usar banca ética (Triodos, Fiare, etc.).Con ello disminuiremos nuestra dosis de venenos diarios y el riesgo para nuestros hijos y nietos.