jueves, 26 de junio de 2014

“El obispo avispa”

En el Diario Córdoba del día 23 de junio de 2014 aparece el siguiente titular:
El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, consideró en la homilía de ayer, refiriéndose a la Mezquita-Catedral, que "no es el momento de discutir cuál es su nombre, sino de sumar esfuerzos para que el templo continúe siendo lo que es, al servicio de todos los que quieren visitarlo y para orgullo de todos los cordobeses".
Cuando alguien dedica su vida a vivir del cuento, le puede ocurrir lo que al señor Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, que desarrolle una gran habilidad en el uso del lenguaje para manipular la realidad y conseguir que quien provoca un conflicto aparezca como “conciliador” o, peor aún, “victima” de la situación que él y los suyos han provocado, porque ha sido él y la organización que representa (Iglesia Católica) quienes han provocado la alarma social con repercusiones internacionales al apropiarse de la Mezquita-Catedral tanto física como simbólicamente.
En 2006 el obispado de Córdoba  abusando de unas leyes anticonstitucionales (recientemente derogadas aunque sin efectividad hasta dentro de un año)que le otorgan la potestad de actuar como notario, la ha inscrito en el registro de la propiedad a nombre de la Iglesia Católica y ha cambiado el nombre amputándole precisamente la parte del mismo que realza su importancia a nivel mundial por lo que representa de legado histórico y arquitectónico, la Gran Mezquita Omeya , reduciéndolo a lo que constituye una parte del mismo, Catedral.
Aunque históricamente se la ha denominado Mezquita a secas, desde 1994 el Ayuntamiento decide por consenso el nombre integrador de  Mezquita-Catedral,  sin embargo el obispo y los jerarcas de su organización han decidido que se llame solo Catedral y además nos aconseja en “plan conciliador”, de “buen rollito” que diría un moderno de hoy,  que no es momento de discutir sobre el nombre, sin aclarar si es que se ha dado cuenta del disparate y ha decidido que se siga llamando Mezquita-Catedral, o como nos tememos, que dejemos de dar la lata y acatemos el nombre que han decidido que para eso, según ellos, es suya.
Añade en su homilía que sumemos “…esfuerzos para que el templo continúe siendo lo que es, al servicio de todos los que quieren visitarlo y para orgullo de todos los cordobeses".
No Sr. obispo, no SOLO queremos que esté al servicio de todos los que quieran visitarlo (previo pago que va a sus arcas libre de impuestos), sino que siga siendo PROPIEDAD DE TODOS LOS CIUDADANOS DE CORDOBA, repito de TODOS y no de una organización privada como es la Iglesia a la que usted pertenece y que está subordinada a un estado extranjero como es el Vaticano, por lo que de no remediarlo la Mezquita de Córdoba, “orgullo de todos los cordobeses", podría acabar en manos extranjeras.
A este respecto resulta lamentable la actitud del gobierno municipal que no solo no defiende la titularidad pública del monumento emblemático por el que se conoce a nuestra ciudad en el mundo, sino que, como otros muchos edificios y servicios de la ciudad, apoya su paso a manos privadas. No sería descabellado que sacasen una ordenanza municipal obligando a todos los negocios que tienen el nombre de Mezquita a cambiarlo por el de Catedral.
Al parecer también reivindicó el derecho de la comunidad cristiana cordobesa “a tener su propia catedral”. Otra perla de este Sr. pues no se suele reivindicar lo que ya se posee y todos sabemos que parte del monumento en cuestión es una Catedral, por eso reivindicamos el nombre de Mezquita-Catedral y que ésta (la parte que constituye la catedral) siga siendo utilizada para el culto católico. Recordemos que el término "catedral" significa una iglesia donde se encuentra el asiento del obispo y que no todas las catedrales son enormes iglesias góticas. 
Dice el periódico que “En su homilía, el obispo también reflexionó ayer, Día de la Caridad Fraterna, sobre el trabajo de Cáritas, de la que recordó que ha ayudado en el último año a uno de cada cuatro cordobeses.” Loable labor la de esta organización cristiana, aunque la jerarquía católica no debería sacar pecho ante ella, pues sus aportaciones económicas apenas suponen el 2% de su presupuesto total y en el 2013 de los 247 millones recaudados por la Iglesia a través de la casilla del IRPF solo 6 millones se destinaron a este organismo, lo que supone un 2.5% del total recaudado. Reducida aportación que están dispuestos a disminuir en caso de que se les obligue a pagar impuestos, como amenazó el Sr. Rouco Varela.
El Sr. obispo con sus palabras actua mas como una avispa, aguijoneando a sus feligreses provocandoles irritabilidad y temor ante amenazas que solo están en su imaginación, que alguien que, en función de su cargo, debiera sembrar tranquilidad, paz y concordia entre todos los ciudadanos cordobeses.

Conviene recordar las demandas de la Plataforma Mezquita-Catedral de Córdoba: patrimonio de tod@s para comprobar que no existe ninguna amenaza para los feligreses, pues en  ningún momento se ha cuestionado el uso litúrgico por parte de la Iglesia Católica de la parte del monumento que constituye la catedral, otra cosa distinta es lo referente a la jerarquía eclesiástica y su afán por apropiarse del edificio. Así desde la Plataforma se pide que el Obispado deje de emplear institucionalmente solo el término catedral para referirse a todo el monumento. También exige el reconocimiento jurídico de su titularidad pública. De ahí, se desprende que plantee una gestión pública a través de un patronato que, al estilo del que rige la Alhambra, garantice una gestión cultural y económica transparente. Por último, plantea la redacción de un código de buenas prácticas entre las Administraciones públicas, académicas, ciudadanas y la Unesco, para evitar acciones que perjudiquen tanto a la imagen y significado del monumento, como a los intereses generales de Córdoba, Andalucía y España, al ser uno de los tres monumentos más visitados del Estado.

jueves, 5 de junio de 2014

Día Mundial de la "Hipocresía"


En consonancia  con lo anterior resulta llamativo que quienes pretenden solucionar los males que nos aquejan en estos momentos de grave crisis económica y social, desde una posición  de seriedad y rigor que ellos mismos se otorgan, vean la solución en el crecimiento y el consumo, o lo que es lo mismo, mas agresión a la naturaleza.
Nos encontramos en un momento en que el sistema económico dominante ha conseguido que la desigualdad de la riqueza en el mundo en general  y en España en particular, esté alcanzando limites obscenos (En el año 2000 el 10% más rico de la población poseía el 85% de la riqueza, y desde entonces la brecha ha ido en aumento), el mantra del crecimiento económico como solución se basa en el dogma de que el enriquecimiento de los ricos acaba revirtiendo a la sociedad, lo que no es más que una mezcla de mentira intencionada y de forzada ceguera moral.
Al dogma del crecimiento como solución le veo dos objeciones una social y otra medio ambiental.
La objeción social se basa en la constatación de una gran desigualdad de la riqueza producida  y un sistema económico y político que funciona muy eficazmente para mantenerla  e incrementarla, lo que nos lleva a concluir que el aumento del crecimiento de la riqueza medida por el PIB lo único que hace es que los ricos lo sean cada vez más a costa de los pobres que aumentan en miseria y en cantidad como ha puesto en evidencia la crisis actual, de manera que  en EEUU los milmillonarios pasaron de poseer 3.500 miles de millones en 2007 a 4.500 miles de millones en 2010, mientras que en el mundo 3.000 millones de personas viven por debajo del umbral de pobreza, establecido en 2 dólares al día, según estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo.
La objeción medio ambiental se basa en el hecho de que en un mundo finito como es nuestro planeta es lógico presuponer que contamos con recursos limitados, por lo que no es sensato planificar como si fuese infinito, por mucho que los avances tecnológicos puedan mejorar la eficiencia en su producción. Evidentemente esta suposición incluye una premisa de manera implícita, que “TODAS LAS PERSONAS” deben ser beneficiarios de la riqueza que se produzca, algo que no está ocurriendo actualmente y que de seguir aplicando las políticas actuales empeorará con el paso de los años, por lo que el otro punto de vista que podemos inferir (que probablemente sea el que contemplan los poderes económicos que nos gobiernan)es que si se controla la población, bien en número(independientemente del método utilizado) o en el acceso de parte de la misma a los bienes producidos, la “civilización” actual podrá mantenerse mediante la acumulación por parte de unos pocos privilegiados a costa de grandes masas de poblaciones “míseras y prescindibles”.
En cuanto al consumo como parte de la solución al problema económico que padecemos nos encontramos con similares objeciones.
Desde una perspectiva social y económica el empobrecimiento cada vez más acentuado de la mayoría de la población supone una barrera al consumo, aunque en los años anteriores a la crisis económica el crédito actuó como un espejismo que suplió la escasez de recursos de la mayoría de los ciudadanos, dando la falsa impresión de que teníamos un estatus que no se correspondía con la realidad. Mención aparte merece el hecho del consumismo absurdo en que nos hemos instalado al sustituir y confundir  tanto en el lenguaje como en nuestras vivencias las “necesidades” que son materiales, limitadas y susceptibles de ser satisfechas, con los “deseos” que son mentales, ilimitados e imposibles de satisfacer, llevándonos a una “necesidad permanente” de consumir y en consecuencia de trabajar para poder disponer de los recursos necesarios que, por otra parte, nunca tendremos suficientes como consecuencia de la manipulación anterior.
“Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco”, decía Epicuro.
En el aspecto medio ambiental este consumismo absurdo nos lleva a otra agresión al planeta convirtiéndolo en un “sumidero” que empieza a dar muestras de estar saturándose con las repercusiones negativas en cuanto a calidad de vida para sus habitantes, al menos los humanos. Nos encontramos con islas de plásticos en los océanos, alimentos, aguas y aire cada vez en peores condiciones en cuanto a su calidad con repercusiones en nuestra salud (cáncer, alergias, esterilidad, enfermedades degenerativas, etc.).                                                                                                                        Inmensas cantidades de cacharrería que acumulamos como consecuencia de la obsolescencia programada que nos “obliga” a cambiar constantemente de utensilios instalándonos en la cultura del “usar y tirar” haciéndola extensiva a todos los aspectos de nuestra vida.
Finalmente el efecto que más preocupa es la acumulación de gases que impide el retorno del calor solar provocando el llamado “Efecto invernadero”, como consecuencia del modelo energético actual basado en las energías fósiles (carbón, petróleo y gas),  y cuyos escenarios más dramáticos nos anuncian una subida de varios grados en la temperatura del  planeta lo que provocaría fuertes inundaciones de algunas zonas y sequias en otras.
Ante esta situación ¿Qué se puede hacer desde los movimientos ecologistas?
Lo primero quitarse de encima el estigma de “aguafiestas” que tanto ha calado a nivel popular y tanto daño hace al rigor de sus propuestas. Para ello se debería no cargar tanto las tintas en el aspecto catastrófico del mensaje por lo que tiene de parecido al de los antiguos profetas que amenazaban a las poblaciones con catástrofes y epidemias si no cambiaban su manera “pecaminosa” de vivir. En la actualidad, a veces, parecemos profetas  de la “diosa Gaia” que amenaza con vengarse destruyéndonos si no dejamos de agredirla, aunque esta amenaza es real, parece que necesitamos que se produzcan catástrofes para reconocer  y admitir, desgraciadamente siempre de manera retrospectiva, que podían producirse. Por ello sin dejar de señalar los daños medio ambientales que este tipo de sociedad está produciendo y sus consecuencias para los seres vivos, habría que acentuar los aspectos positivos del mensaje, incidiendo en el “otro tipo de sociedad” en el que poder vivir una “vida que merezca la pena ser vivida” como modelo que defendemos e intentar conseguir que los ciudadanos se vayan incorporando de manera consciente y activa a los cambios propuestos por el placer de experimentarlos y no por el miedo a los desastres.
La esperanza está en que si preguntamos a la gente por los valores más importantes para ellos, es muy probable que en sus respuestas aparezcan la solidaridad, la amistad, el respeto mutuo, la reciprocidad, la igualdad, la sinceridad… Pero al observar el comportamiento cotidiano de esa misma gente con toda seguridad serian otros valores los que destacan (egoísmo, competitividad, codicia, consumismo,..).
Resulta asombrosa la brecha entre lo que se piensa como ideal y lo que se practica en la realidad, entre las palabras y los hechos. Confirmándose la sentencia  “si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”.
Una tarea importante del movimiento ecologista es la de establecer puentes que anulen la brecha, haciendo ver a los ciudadanos que la “realidad” en la que se desenvuelven no es algo natural ni la única posible, sino que es una realidad que responde a unos intereses concretos de una clase privilegiada, por lo que debemos crear las condiciones sociales de una realidad diferente que facilite la expresión y desarrollo de la otra cara de la naturaleza humana en la que aparecen los valores ideales, de manera que sea posible armonizar “lo que se dice” con “lo que se hace”, como avance ético y de respeto a sí mismo.                                             Para conseguirlo necesitamos producir una cantidad suficiente de bienes y servicios que satisfagan las necesidades básicas de todos con unos estándares de confort razonables, combinado con una reducción en la cantidad de trabajo necesario (situación que se da actualmente en los países desarrollados), a fin de liberar tiempo para el ocio, entendido como actividad guiada por uno mismo, sin presiones externas.
Habría que garantizar una distribución menos desigual de la riqueza y los ingresos como se propone en el modelo económico de “la economía del bien común”, además de implantar una “renta básica” según las posibilidades económicas del país o territorio afectado, con lo que mejoraríamos las condiciones sociales para la salud, personalidad, respeto y amistad.

Finalmente, una sociedad orientada a hacer realidad los bienes básicos de amistad y armonía con la naturaleza tendrá que hacer más hincapié en el localismo, (en potenciar la agricultura y ganadería ecológica, cambiar el modelo energético de los fósiles a las renovables…) y menos en la centralización y la globalización.