miércoles, 6 de febrero de 2013

LA CRISIS: ENFRENTANDO VALORES, ASUMIENDO RESPONSABILIDADES, PLANTEANDO ALTERNATIVAS





El concepto de crisis está asociado con “cambio rápido”, “ruptura”, “inestabilidad”. Esto supone una transición rápida, imprevista y traumática de una situación, de un estatus social y económico a otro.
En efecto, antes vivíamos en un entorno de estabilidad, económica y social, vivíamos un ambiente predecible y de bienestar (entendido como la existencia de derechos ciudadanos, constitucionales, que garantizaban bienes sociales como la sanidad gratuita, el acceso a una vivienda digna, el acceso a una educación pública de calidad, el derecho a la tutela judicial efectiva…). Ahora el entorno es inestable, impredecible y existe malestar social por la limitación cada vez mayor en el acceso a los bienes sociales.
La causa de esta crisis no es otra que un error financiero, que un desajuste especulativo en el que el ciudadano medio no ha intervenido. En cualquier caso, este desajuste, este error está ocurriendo dentro de un modelo social en el que priman valores materialistas: la competitividad, el valor del dinero como fin en sí mismo y no como instrumento, el egoísmo, la insolidaridad, la falta de conciencia social…. Si este fallo financiero hubiera tenido lugar en un mundo dominado por los contravalores del capitalismo (la cooperación, la solidaridad, la búsqueda del bien común…) es más que probable que no hubiera persistido como persiste. Esta es nuestra responsabilidad.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta a la hora de analizar la crisis, nuestra crisis, es la extensión de la misma. Evidentemente que la crisis nos afecta localmente, tan sólo tenemos que analizar las estadísticas locales de paro (Andalucía un 35% de paro, un 38% en riesgo de exclusión…); pero también es europea, y del primer mundo…. En cambio el tercer mundo vive con cifras de crisis de forma permanente. En estos países la inestabilidad, la impredecibilidad y la falta de derechos sociales son la norma. Y el hambre: hambre que, por la especulación de grupos financieros sobre los mercados de grano y por la compra masiva de tierras de cultivo por esos mismos grupos de capital, han conseguido multiplicar por cuatro el número de personas hambrientas en los últimos cuatro años (desde 250 a 850 millones de personas pasan hambre en un mundo con recursos sobrados para alimentar a todos sus habitantes). Ésta es también, queramos o no, nuestra crisis y nuestra responsabilidad.
Por tanto, a la hora de plantear soluciones, no debemos dejarnos engañar por quienes nos dicen que confiemos en los que saben: los expertos, los tecnócratas, los políticos… por quienes quieren, en definitiva, desresponsabilizarnos con la excusa de que éste es un problema demasiado complejo para el ciudadano común.
Este es un problema global y ciudadano y la  solución no puede abordarse desde otra óptica que no sea global  ciudadana. La responsabilidad está, querámoslo o no, en nuestras manos.
Debemos cultivar los valores ciudadanos de bien común, del respeto a la dignidad de cada persona, de la cooperación, de la solidaridad… en cada una de nuestras actividades tanto individuales como en nuestra comunidad. Sólo desde la impregnación, desde el contagio colectivo de esta manera de estar en el mundo, podremos recrear las condiciones para que éste pueda cambiar.
También debemos demostrar, mediante  pequeñas acciones locales, que la sociedad puede autoorganizarse y dar respuestas diferentes a las que nos quieren hacer creer que estamos condenados a dar. Algún ejemplo de estas formas de respuestas solidarias, responsables y respetuosas con la dignidad de las personas y del medio ambiente son: la banca ética, el consumo responsable, el decrecimiento, los microcréditos, la economía de bien común, el banco de tiempo, las experiencias de democracia directa, los presupuestos participativos, la relocalización…
En definitiva sabemos que esta situación no pervive por falta de recursos, ni por falta de dinero, sino por la tolerancia social que todos mantenemos frente a una organización económica y social injusta, inhumana.
Es nuestro momento.