viernes, 24 de febrero de 2023

Ratzinger y los abusos sexuales cometidos por el clero

"Morirán en paz, se extinguirán dulcemente, pensando en tí. Y en el más allá solo encontraran la muerte (...) Pero nosotros los mantendremos en la ignorancia sobre este punto, los arrullaremos prometiéndoles, para su felicidad, una recompensa eterna en el cielo".

El gran inquisidor a su "salvador" en Los hermanos Karamazov de F. Dostoyevski

De las tres causas en las que se apoya la denuncia en la Corte Penal Internacional de La Haya por “Crimen contra la humanidad”, la que alude a las víctimas de abusos sexuales cometidos por el clero es la que afecta más directamente al Papa Ratzinger.

En el texto de la denuncia se dice: “Existe la sospecha fundada de que J. Ratzinger, como Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe de su Iglesia y como Papa, ha encubierto de forma sistemática el abuso sexual cometido a niños y a jóvenes, protegiendo a los autores de los delitos y con ello ha favorecido más actos de violencia sexual…”

El secreto papal

Antes de ser elegido Papa en el año 2005, el Dr. Joseph Ratzinger era desde 1981 el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En este organismo, el “Departamento de disciplina” se ocupa de delitos contra la moral y desde 1962 se basa en un decreto papal con el título “Crimen solicitationis”, que obligaba a los sacerdotes que los cometían, a cada víctima y a cada testigo a guardar absoluta discreción, bajo amenaza de ser excomulgado.

En 2001, el Papa Juan Pablo II sustituyó con un “motu proprio” titulado “Sacramentorum sanctitatis tutela” las disposiciones de “Crimen solitationis”. Estas nuevas reglamentaciones fueron comunicadas por el entonces presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Joseph Ratzinger a todos los Obispos de la Iglesia Católica. En él, entre otras cosas se dice: “delitos contra el sexto precepto del Decálogo con un menor de dieciocho años cometido por un clérigo (…) se reservan al Tribunal Apostólico de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Cada vez que un Ordinario o Superior tenga noticia al menos verosímil de un delito reservado, una vez realizada una investigación previa, comuníquelo a la Congregación para la Doctrina de la Fe (…) Terminada la instancia de cualquier modo en el Tribunal, todas las actas de la causa se deben transmitir de oficio cuanto antes a la Congregación para la Doctrina de la Fe (…) Todas estas causas están sometidas al secreto pontificio”.

A la vista de esta normativa de derecho eclesial, el presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe siempre estuvo informado de todos los delitos sexuales que habían sido cometidos por sacerdotes católicos en todo el mundo y del manejo de las investigaciones a través de los obispos locales.

Además sabía que, en general, la Iglesia no informaba a la policía y que con ello el castigo de los autores de los hechos quedaba siendo un asunto interno de la Iglesia. Siendo la pena máxima, en caso del más grave delito sexual, solamente “la excomunión y el despido del servicio sacerdotal”. Un castigo que, aunque pudiese considerarse muy grave para un creyente sincero de la doctrina católica al implicar la condenación al infierno, resulta injusto por insuficiente desde una óptica civil. Por otro lado, es poco creíble que los miembros del clero autores de estos delitos sexuales crean en la doctrina que representan y predican. 

Si como afirma: “Dios está en todas partes y lo ve todo”. ¿Alguien puede imaginar cometer estos crímenes si de verdad creyeran, como su religión afirma, que Dios a quien aman y respetan los está mirando?

Guardar el secreto era el deber máximo, no sólo ante la ley, como se formula en la carta mencionada, sino que de hecho el encubrimiento esta a la orden del día y se premia.

En 2001, el Vaticano congratuló al obispo francés Pierre Pican de Bayeux condenado a tres meses de arresto por ocultar a las autoridades, a las que estaba obligado a informar, los delitos cometidos por el sacerdote René Bissey. En la carta de elogio se decía: “Usted ha actuado correctamente. Me siento complacido de tener un colega en el episcopado, que ante los ojos de la historia y de todos los demás obispos prefiere ir a prisión antes de denunciar a su hijo y sacerdote”. El escrito, firmado por el presidente de la congregación de sacerdotes Darío Castrillón Hoyos, con la venia del Papa y del presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es decir, del cardenal Joseph Ratzinger, se envió a todas las conferencias episcopales. ¿Qué delitos había cometido este “hijo y sacerdote” que debía ser protegido de las autoridades?  Haber violado repetidamente a un niño y molestado a otros diez. Hechos por los que finalmente se le condenó a 18 años de prisión.

Cuando la Conferencia Episcopal norteamericana propuso una estrategia de tolerancia-cero a raíz de los escándalos crecientes de abusos de niños y quiso denunciar a los culpables ante la policía y exigió que se suspendiera más menudo de su cargo a los sacerdotes culpables, llegó de Roma un veto de efecto duradero.

El representante del cardenal Ratzinger en la presidencia de la Congregación para la doctrina de la fe declaró en Febrero de 2002: “Según mi opinión, la exigencia de que un obispo esté obligado a tomar contacto con la policía para denunciar a un sacerdote que ha cometido pedofilia, es injustificada. La sociedad civil tiene naturalmente la obligación de proteger a sus ciudadanos. Pero del mismo modo debe ser respetado el ‘secreto profesional’ de los sacerdotes […] Si un sacerdote no puede confiar más en su obispo porque tiene miedo de ser denunciado, no habría ninguna libertad de conciencia más”. Y el presidente de la congregación de sacerdotes, Castrillón Hoyos, dijo que la Iglesia prefiere “mantener las cosas dentro de la familia”. Situación similar a la ley del silencio u Omertá de la mafia siciliana. No importan los crímenes que se cometan, lo  que importa es el silencio y la lealtad a la institución.

Los crímenes sexuales cometidos por miembros de la Iglesia Católica se dieron a conocer en el 2002 por el periódico estadounidense Boston Globe. El cardenal competente era Bernard Law, que tuvo conocimiento de los cientos de víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes y su reacción fue protegerlos, trasladando a los implicados a otras parroquias tras pagar 100 millones en indemnizaciones. Cuando el escándalo se hizo público, la reacción del Vaticano fue acogerlo en su sede con un cargo honorifico. La película “Spotlight” recoge estos hechos. El entonces cardenal Ratzinger cifraba los sacerdotes pederastas en el 1% del presbiterado, cuando según los datos denunciados era del 4,3% y el Papa Juan Pablo II, convertido en una máquina de hacer santos gracias a su “sensibilidad” para verlos por todas partes al tiempo que padecía una importante ceguera para los abusos que los limitaba a EE. UU. El más abominable de todos fue el del sacerdote Lawrence Murphy, que durante 20 años abusó de 200 sordomudos en Wisconsin.

En Portland, su obispo William Levada, conocía desde 1985 el peligro de sacerdotes pederastas en su diócesis, pero no hizo nada para proteger a las víctimas y sancionar a los sacerdotes criminales. Este personaje fue el que sucedió a Ratzinger como prefecto  de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Esta historia se repitió por todo EE.UU y cuando se terminaron los posibles destinos para los autores de estos crímenes, en lugar de enviarlos a la cárcel los enviaron a otros países, sobre todo de África y Sudamérica, para que pudiesen continuar su “labor pastoral”. Se enviaron sacerdotes pederastas de Alemania, Italia, Irlanda y Norteamérica a Nigeria, África del Sur, Mozambique y el Congo. El presidente de la Conferencia Episcopal sudafricana, se quejó de que al continente africano se estaban enviando sacerdotes que eran “lobos en piel de oveja”.

En Irlanda se creó una comisión presidida por el juez del Tribunal Supremo, Sean Ryan, para regular las reparaciones a las víctimas. En 2009, en el informe redactado por la “Comisión para aclarar los abusos a menores”, el juez Ryan califica el abuso sexual en los centros católicos de “endémico” y afirma: “Es imposible determinar la dimensión completa de los abusos sexuales que fueron cometidos en estos colegios para niños varones…Los casos de abusos sexuales fueron tratados desde el punto de vista del riesgo y el daño que suponía para la Institución y la Congregación si salían a la luz pública. El efecto de esta política fue la protección de los autores de los crímenes. (…) Los documentos mostraron que los agresores sexuales a menudo habían abusado repetidamente y durante largo tiempo de los niños… Aunque de los casos documentados resulta obvio que la Congregación era consciente de la tendencia a recaer de los autores de los abusos, sin embargo antepuso la protección de su reputación ante el escándalo a la de los niños”.

En noviembre de 2009, bajo la presidencia de la juez Yvonne Murphy se publicó un informe de la situación en Dublín desde 1975 a 2004. Se constataron 14.500 víctimas y concluyó lo siguiente: “La comisión no tiene duda alguna de que el abuso sexual clerical fue encubierto por la archidiócesis de Dublín y otras autoridades de la Iglesia” (…)

“Las autoridades del Estado no han cumplido con sus obligaciones de asegurar que la ley se aplique a todos por igual, lo que ha permitido a las instituciones de la Iglesia mantenerse fuera del alcance del proceso legislativo normal. Con ello ha favorecido el encubrimiento. El bienestar de los niños, que debía haber sido lo absolutamente prioritario, en primera instancia no fue tenido en cuenta…”

Casos similares de ocultamiento ocurrieron en muchos otros países. En Alemania, solo en Baviera se descubrieron más de 280 autores de crímenes sexuales. Uno de estos sacerdotes, finalmente condenado, fue protegido por el entonces cardenal en funciones de Múnich, Joseph Ratzinger que en 1980 negó haber participado en este hecho para recientemente, tras la publicación de un informe con las actas de la reunión en las que aparecía su firma, confesar que si lo hizo.

En Australia fueron sentenciados 90 sacerdotes por abusos sexuales, aunque muchos más se libraron de la justicia, porque la Iglesia mantuvo secretas muchas acusaciones e hizo acuerdos confidenciales con las víctimas.

Los escándalos sexuales no se limitan a los sacerdotes sino que están implicados altos cargos de la jerarquía católica como obispos, arzobispos y cardenales: el obispo de Brujas (Bélgica) renunció a su cargo al descubrirse que había abusado sexualmente de su sobrino. En Noruega, el arzobispo Mueller  tras prescribir el delito, confesó haber abusado de un monaguillo. En Austria, el cardenal Hans-Hermann Groer cuando era profesor de religión en los primeros años de su carrera, a pesar de haber violado a un elevado número de niños nunca fue procesado, sino que Juan Pablo II le permitió su retiro a un convento sin ser molestado. Estos hechos se produjeron en los años 80 y 90 siendo Joseph Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En Polonia, el arzobispo Julius Paetz abusó de seminaristas, hechos que se comunicaron tanto al Papa como al prefecto, que ignoraron la denuncia.

En Latinoamérica, tenemos el escándalo del amigo del Papa Juan Pablo II, el Padre Marcial Maciel fundador en México de la Orden Los legionarios de Cristo. En audiencia papal en 2004 el Papa agradeció a este personaje por “un servicio sacerdotal pleno de los dones del Espíritu Santo”. Los dones que el Espíritu Santo otorgó consistían en el abuso de entre 20 a 100 niños, su inclinación por las drogas y procrear hijos con dos mujeres. Aunque estas “virtudes espirituales” eran conocidas en el Vaticano solo cuando Juan Pablo II estaba moribundo se abrió una investigación por Ratzinger y ante los terribles testimonios de las víctimas de Maciel, Roma impuso el “terrible castigo” de “una vida retirada de oración y penitencia”. Falleció en Norteamérica a los 87 años sin ser molestado.

En Argentina, el Arzobispo de Santa Fe de la Veracruz, fue denunciado por 47 seminaristas de los que abusó sexualmente. En 1995 consiguió que Juan Pablo II suspendiera la investigación y lo confirmara en el puesto. La denuncia de la periodista argentina Olga Wornat en su libro “Nuestra santa madre” y la de un antiguo seminarista hizo que renunciara. En 2009 fue condenado a 8 años de prisión, que cumplió en arresto domiciliario.

En línea con lo anterior, en España se ha publicado en los medios que la Conferencia Episcopal no ve “muy correcto” participar en la investigación del Defensor del Pueblo sobre abusos sexuales a menores. En declaraciones del secretario general de este organismo Luis Argüello, uno de los motivos para no participar es que “solo se investigue a la Iglesia”. Dice este señor: “No nos parece muy correcto que se haya puesto solo la mirada en los casos de abusos de la Iglesia”. No solo miente, sino que muestra estar más preocupado por los abusos que puedan cometerse en otros entornos que interés por limpiar de pedófilos la organización a la que representa.

martes, 14 de febrero de 2023

El caso del Papa. Denuncia contra el Dr. Joseph Ratzinger, Papa de la iglesia católica.

El 14 de febrero de 2011, hace 12 años, se presentó una denuncia en la Corte Penal Internacional contra el Dr. Joseph Ratzinger Papa de la Iglesia católica romana.

El 31 diciembre de 2022 murió Joseph Ratzinger, que ocupó la jefatura de la iglesia católica desde 2005 al 2013 y anteriormente la Presidencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el equivalente moderno a la Santa Inquisición. Durante varios días el cadáver se expuso al público calculándose en unas doscientas mil personas las que desfilaron ante él.

Los rituales funerarios de personalidades constituyen una ocasión para compartir, reafirmar, inculcar y revitalizar los valores grupales. Es una oportunidad, que suele ser bien aprovechada, para hacer gala del poder y el apoyo que posee la institución a la que perteneció el finado.

En los funerales más prosaicos de nuestro entorno, se suelen imponer los intereses del grupo sobre los, en caso de tenerlos, del fallecido. Esta apropiación, al igual que lo ocurrido con miles de inmuebles, mitos paganos y otras menudencias, es realizada por la mayor experta en estas lides, la Iglesia Católica.

De manera que, aunque el difunto haya manifestado y practicado en vida su desinterés e incluso el rechazo a estas creencias, a poco que te descuides aparece un cura por el funeral para soltar su letanía y elogios, exagerando los buenos actos y virtudes, sean ciertas o no. Se trata de una labor “mercenaria”, pues en la mayoría de los casos el finado le es desconocido, donde las bondades del muerto suelen estar directamente relacionadas con el poder social y el dinero que aporte la familia para el funeral.

El caso que nos ocupa es diferente. Estamos ante una personalidad mundialmente conocida al haber ostentado la máxima autoridad del mundo católico, lo que supone una ocasión excepcional para poner de manifiesto en forma superlativa lo dicho anteriormente. Las alabanzas están garantizadas, dado el poder de la Iglesia Católica y el servilismo hacia ella de la mayor parte de gobernantes y poderosos de todo tipo, incluidos los medios de comunicación.

Entre el listado de méritos del fallecido, los medios han resaltado su erudición como teólogo, su conducta ejemplar como Papa emérito al no interferir con su sucesor y su humildad por abandonar el cargo cuando, según los comentaristas, no se sentía con capacidad para cumplir con sus obligaciones papales.

En este sentido, el representante del gobierno español señaló su “valentía y generosidad” y el padre Ángel, después de incidir en lo que hemos comentado acerca de que no hay muerto malo, dijo que en este caso es que “realmente era un hombre bueno”. Elogios que deberían ir seguidos de los hechos en que se apoyan. Me temo que quienes sufrieron abusos sexuales por miembros de la Iglesia a los que el Sr. Ratzinger  protegió  no compartan lo de “bueno, valiente y generoso”. Debe ser cosa de poca fe.

Acerca de su valía como teólogo, nada que comentar dado el nulo interés por mi parte en esta temática y en cuanto a su discreción en la actividad de su sucesor, efectivamente hay que reconocer que a pesar de sus enormes diferencias en algunos temas (misa en latín, el matrimonio homosexual o el celibato, entre otras), se han dirimido de puertas adentro y apenas han trascendido fuera de los círculos próximos.

No obstante, parece que no es oro todo lo que reluce, según se desprende de las declaraciones de su secretario personal a raíz de la publicación de su libro. Habrá que esperar a que se edite en nuestro país para conocer más detalles sobre la relación entre ambos pontífices.

En cuanto a lo relacionado con su renuncia existen más sombras que luces. Llama la atención la simplista explicación sobre la misma: “no se sentía con capacidad y fuerzas…” y el escaso interés por indagar sobre el tipo de problemas que hicieron a una personalidad, elogiada por su elevado nivel intelectual, le flaqueasen las fuerzas hasta el punto de apartarse del cargo.

Esta falta de transparencia y el desinterés de los medios en profundizar en el asunto, dan lugar a todo tipo de dudas y especulaciones. Entre éstas, cobra fuerza la que sugiere que dejó el papado ante el cerco que la justicia estaba realizando acerca de su responsabilidad en casos de pederastia, en los que miles de sacerdotes y otros altos cargos de la organización católica fueron protegidos de los abusos y violaciones a niños a escala mundial, cuando ostentaba el cargo de  Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe de su Iglesia y después como Papa.

El 1 de julio de 2002 entró en vigor el Estatuto de la Corte Penal Internacional de La Haya (CPI), que en su Artículo 7 aplica un castigo a los crímenes de lesa humanidad. Este hecho motivó a los abogados Christian Sailer y Hans-Joachim Hetzel a presentar una denuncia en 2011 contra el Dr. Joseph Ratzinger Papa de la Iglesia católica romana por “crimen contra la humanidad según el Art. 7 del Estatuto de la CPI” por las torturas anímicas sufridas bajo el inhumano régimen eclesial, que impone el bautismo a los recién nacidos atemorizando a los padres con terribles castigos como el fuego eterno, por los millones de muertos de SIDA en África a causa de la moral sexual del Vaticano que les prohibía usar el preservativo bajo pena de excomunión y sobre todo por las innumerables víctimas infantiles de crímenes sexuales clericales.

Los denunciantes consideraban que actualmente había la suficiente madurez “para dar por terminada la sumisión medieval ante los príncipes de la Iglesia y que, como a otros ciudadanos, se les castigue cuando cometan delitos”, o sea, el famoso eslogan “la ley es igual para todos”. Obviamente se equivocaron, pues Joseph Ratzinger, al igual que otros muchos dignatarios de la Iglesia acusados de pederastas o encubridores, ha permanecido tranquilamente en su retiro hasta su muerte sin ser juzgado.

Esta denuncia se publicó en forma de libro “El caso del Papa” que se puede descargar gratuitamente desde internet buscando “Denuncia contra el Dr. Joseph Ratzinger, Papa de la iglesia católica”, para quien desee conocer todos los datos, pues aquí me limitaré a señalar solo algunos aspectos.

La responsabilidad derivada de la imposición del bautismo a los recién nacidos es de la Iglesia Católica como organización. En el caso de Ratzinger su responsabilidad es por omisión, siendo extensiva a todos los Papas que le han precedido, al actual y seguramente a los que le sucedan por mantener un régimen clerical terrorífico como medio para captar afiliados.

Entre los argumentos de la denuncia aparece la “Afiliación obligatoria”, mediante un acto impositivo sobre bebés, por padres atemorizados con  la creencia de que el recién nacido trae la mancha del pecado original que solo se quita con el bautismo. Y ello aunque, según el relato bíblico, descendemos de las “buenas personas”, Noé, tres de sus hijos y las esposas de todos ellos, que sobrevivieron tras el exterminio divino de la especie humana mediante el “Diluvio Universal” por ser integras y justas a ojos de Dios. Parece que, para este rencoroso dios bíblico no fue suficiente para expiar la culpa del dichoso pecado original de Adán y Eva. 

En el catecismo encontramos los siguientes disparates: “Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios…”  Veamos lo que entiende el catecismo por libertad: “Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí mismo, sino al que murió y resucitó por nosotros. Por tanto está llamado a someterse a los demás, a servirles en la comunión de la Iglesia y a ser obediente y dócil a los pastores de la Iglesia y a considerarlos con respeto y afecto”. Sabemos a dónde ha conducido a miles de niños el ser obediente, dócil, sumiso y respetuoso con los pastores de la Iglesia.

La Santa Iglesia de Roma fundada por la palabra de nuestro Señor y Redentor prevé para quienes se queden fuera de ella que no participará de la vida eterna, sino que caerá en el fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles. Por ello, como muestra de “su bondad” establece que “El niño de padres católicos, e incluso de no católicos (o sea, cualquier niño), en peligro de muerte, puede lícitamente ser bautizado, aún contra la voluntad de sus padres”. En relación con estos dictámenes se produjo el escándalo del secuestro de Edgardo Mortara Levi. Nacido en una familia judía, fue bautizado por su piadosa católica cuidadora y el Papa Pio IX con el pretexto de la incorporación a su organización mediante el bautismo, se lo quitó a su familia y lo llevó al Vaticano convirtiéndose en sacerdote.

El otro aspecto que recoge la denuncia con respecto al Bautismo es el “Terror psicológico” ya que, se condena a quien no reconoce como palabra de Dios las amenazas del Antiguo Testamento. Veamos, como ejemplo, algunas de las perlas que aparecen en el texto:

- “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, el adultero y la adultera morirán irremisiblemente”. (Lev. 20,10)

- “Si un hombre se acuesta con un hombre, como se acuesta con una mujer, los dos cometen una abominación. Ambos morirán irremisiblemente”. (Lev. 20,13)

- “Quien proceda con soberbia y no obedezca al sacerdote que está allí para servir delante de Jehová tu Dios, ni al juez, esa persona morirá”.

Si alguien considera que estas sentencias son cosas del pasado solo tiene que saber que en 1965 el “progresista” Concilio Vaticano II declaró en su “Constitución dogmática sobre la divina revelación” lo siguiente: “(…) la Santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia (…) enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar…”.

Es fácil deducir que son las barreras del derecho secular y el desarrollo del circulo ético en la sociedad los que impiden que la Iglesia y sus fieles creyentes pongan en práctica las amenazas mortales que el Antiguo Testamento dispone para adúlteros, homosexuales, herejes e hijos rebeldes. De ahí el peligro de las teocracias.

La segunda de las causas de la denuncia se justifica por la mortífera prohibición del uso del condón. En la fecha en que se presentó, las muertes por el VHI/sida en África superaban los 30 millones, las infecciones anuales las 500.000 y había más de 22 millones de infectados.

A pesar de estas cifras y de las demandas de los organismos sanitarios y voces críticas dentro de la Iglesia para que se permitiese el uso del preservativo, tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI mantuvieron la prohibición que data desde1968 cuando el Papa Pablo VI en su encíclica “Humanae Vitae” proclamó la prohibición del uso de preservativos, pasando a formar parte de la doctrina de la Iglesia Católica. Sometiendo a los católicos de las regiones africanas amenazadas por el virus VIH/sida a una terrible disyuntiva: protegerse en las relaciones sexuales con el preservativo, cometiendo un pecado grave, y si el miedo de la amenaza clerical a ser castigados por sus pecados impide su uso, ser candidato a morir de Sida.

La solución de la Iglesia Católica para estos creyentes es la abstinencia sexual, incluso dentro del matrimonio, pues en palabras del fabricante de santos y beatos Juan Pablo II, “La Iglesia siempre ha enseñado la intrínseca malicia de la contracepción, es decir de todo acto conyugal hecho intencionadamente infecundo. Esta enseñanza debe ser considerada como doctrina definitiva e irreformable”. Así que deberían tomar nota los católicos y saber que tienen prohibido tener relaciones sexuales cuando no quieran aumentar la familia, tengan problemas de esterilidad, mujeres menopaúsicas y parejas homosexuales. En fin, pocos serán los católicos que, según sus propias normas, vayan a su cielo, a pesar del infierno que tendrían en su vida terrenal si se creyeran y practicaran su propia doctrina.

Benedicto XVI en 2009, en su primer viaje a África dijo a los periodistas que lo acompañaban: “no se puede solucionar este problema distribuyendo preservativos; al contrario, aumentan el problema”. La solución, según él, está en “una renovación espiritual y humana” y “en una verdadera amistad con las personas que sufren”. Ignorancia y maldad, pues hablamos de decenas de millones de muertes, muchas de ellas de niños.

La respuesta ante la ignorancia sanitaria de este señor provocó una reacción en cadena de múltiples organizaciones, UNICEF entre ellas.

En la próxima entrada se abordará la tercera de las causas en que se apoya la denuncia. Es la que afecta más directamente al Papa Ratzinger y alude a las víctimas de abusos sexuales cometidos por el clero.

14 de febrero de 2023.