sábado, 24 de diciembre de 2016

La otra cara de la navidad

Debo advertir que a mí no me gusta la navidad. Ni en esencia ni en apariencia. Me explico.
Cuando hablo de esencia me refiero al mito de la “sagrada familia”, que junto al de los “reyes magos” están en el origen de estos festejos. No me gusta por la impostura que supone presentarlos como historias en vez de mitos, como puede ser Hércules, el caballo alado Pegaso, las sirenas, etc. Con el agravante añadido de ser la infancia el principal objetivo al que van dirigidos. Inoculando en sus pequeños cerebros en desarrollo unas disparatadas “historias” como si fueran ciertas.
Así nos encontramos con que instituciones que deberían cuidar por la salud mental y el buen desarrollo físico e intelectual de los pequeños, como son la familia, la escuela y la sociedad, colaboran para hacer pasar por verdades lo que solo son cuentos, contribuyendo a formar una población crédula y supersticiosa en lugar de ciudadanos críticos y racionales.

Si nos fijamos en la llamada “sagrada familia”, lo menos que podemos decir es que se trata de una familia muy peculiar. Pues tenemos una madre que aunque acaba de parir sigue siendo virgen, un padre que no ha participado en el acto de fecundación, y al parecer sigue en abstinencia sexual dada la supuesta virginidad de su esposa y un niño que es al mismo tiempo hijo y su propio padre, ya que representa una de las tres maneras en que se metamorfosea el dios cristiano. En fin, una historia “muy razonable” y rigurosa, que se viene contando de manera reiterada desde hace dos mil años, para formar ciudadanos racionales, críticos y difíciles de manipular. ¿O quizás ocurra lo contrario?
De los “reyes magos” solo dos consideraciones. La primera es que, independientemente de la edad, creer que tres personajes montados en unos camellos son los repartidores de juguetes a todos los niños del mundo, demuestra una falta de inteligencia preocupante. Y la segunda que, más pronto que tarde, los niños descubren que los adultos, y en especial los padres, no son dignos de confianza, sino unos mentirosos. Sin entrar en consideraciones más profundas como la desigualdad de los regalos en función del poder adquisitivo y no de la “buena o mala” conducta del destinatario como nos pretenden hacer creer.
En cuanto a la apariencia, es decir, las manifestaciones externas del evento por parte de los adultos, el panorama no es más halagüeño.
Durante el tiempo, convertido en semanas o meses por los comerciantes, que dura la navidad, no puedo dejar de rememorar aquella película de los setenta, interpretada por Jane Fonda: “Danzad, danzad, malditos”, y cuyo argumento mostraba un ambiente de terrible miseria, en los Estados Unidos durante la Gran Depresión, en el que personas desesperadas se apuntan a un maratón de baile con la esperanza de ganar el premio final en metálico y encontrar, al menos, un sitio donde comer, y mientras los concursantes fuerzan su resistencia hasta la extenuación, una multitud morbosa se divierte contemplando su sufrimiento durante días.
El imperativo de aquella película podíamos aplicarlo al periodo navideño, sustituyendo danzar por comprar. Así el lema con el que podemos definir estas fechas sería “Comprad, comprad, estúpidos”, dada la vorágine compulsiva a comprar que se apodera de las masas, que ayudada por una propaganda, muy hábil en manipular los sentimientos, genera una presión social asfixiante con “licencia para comprar” por una parte, al margen de las necesidades y posibilidades, y por otra, “sentimientos de culpa” si no se participa en este disparate (negocio) del regalo a tutiplén.
A las compras sin control se le añade unos consumos exacerbados de productos, en muchas ocasiones, dañinos para nuestra salud. Es como si durante estas fechas se nos diese permiso para liberar nuestros impulsos de las, habitualmente débiles, ataduras de la razón. Y el camino para conseguir la tan cacareada felicidad que se pregona sea a través de comprar y consumir. Destacando el consumo de alcohol y bollería típica para la ocasión como elementos esenciales de la tradición. El esfuerzo realizado para luchar contra el alcoholismo, el sobrepeso, la diabetes, el cáncer, las enfermedades cardiacas, la ludopatía, etc. de pronto hacemos un paréntesis y lo mandamos todo al garete en beneficio del mercado.
Otro ejemplo de consumo disparatado, por no decir estúpido, lo tenemos en la lotería. España es el país de Europa donde la población más dinero gasta en juegos de azar, mas de 30.000 millones de euros, de los que una parte importante se gasta en estas fechas.  Lamentablemente desaparecen por unas semanas la preocupación por la ludopatía que tanto sufrimiento causa en las familias. Se llega al disparate de que el Estado promocione la participación, incluso manipulando los sentimientos con anuncios como el de este año y la abuela demenciada a la que todos le siguen la corriente. Digámoslo alto y claro, el juego de la lotería está basado en los instintos más egoístas del ser humano  que lo impulsan a desear un beneficio a costa de que otros pierdan. Un porcentaje insignificante gana y la inmensa mayoría de los que participan pierden. Deberían sacar en los medios a las personas que se han gastado en lotería lo que tenían que haber destinado a cosas necesarias y se han quedado sin nada. Eso sería hacer pedagogía y no mercantilismo. Como dice el refrán: “Quien juega por necesidad, pierde por obligación” y aquí, se juega por necesidad.
Para finalizar solo señalar, como reflejo del tipo de sociedad que somos, los iconos que de manera habitual nos viene mostrando la televisión en la salida y entrada de año: Las sensuales burbujitas de una bebida alcohólica y la insana bebida azucarada de la que se venden un millón de envases diarios en el mundo. Todo ello endulzado con el turrón que nos retrotrae a una añorada infancia y perfumado con colonias que actúan como irresistibles feromonas. La ciencia, las artes, en definitiva la cultura y la salud de las personas y el medioambiente lo dejaremos para otro momento.
Ahora toca devorar, emborracharse, apostar, comprar, rezar, en fin, divertirse. Que ustedes lo pasen bien. Yo, como decía Sinatra, lo haré “A mi manera”.
Antonio Pintor Álvarez
Córdoba 24 de diciembre de 2016
P.D: A mis hijos, Sonia, Antonio y Luis, por ser los más afectados, para bien o para mal, con esta manera de ver las cosas y cuya coherencia con la misma ha hecho que la mayoría de las veces mi regalo de navidad haya sido que “no hay regalo”.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Derechos Humanos y Medioambiente

El 5 de diciembre de 2013, hace ahora tres años, más de cien grandes ciudades chinas se cubrieron de una pesada cortina de contaminación. La visibilidad se redujo a pocos metros, provocando importantes alteraciones del tráfico y obligando al cierre de los colegios y edificios públicos. La concentración de partículas superaron el nivel  máximo de seguridad recomendado por la Organización Mundial de la Salud (25 microgramos/m3) en más de 24 veces en Shanghái y más de 40 en Beijing. A esta situación se le ha denominado “airpocalypse”  para subrayar el coste catastrófico, incluso en vidas humanas de aquella emergencia. En un estudio publicado en la revista médica The Lancet el número de muertes a causa de la contaminación en el continente asiático –añadiendo a los de China, los producidos en India y la península de Indochina- superan los dos millones anuales. Estados Unidos que históricamente ha tenido el dudoso honor de liderar el ranking de países contaminantes, ha sido superado por China que ha pasado de 21 millones de toneladas en 1950 – cuando los EEUU andaban por cerca de 700 millones- a superar los 2000 millones en la actualidad. India, con unas magnitudes menores, sigue una trayectoria similar.
También en diciembre -el 10 de 1948- hace ahora 68 años, se adoptó y proclamó por la Asamblea General de las Naciones Unidas la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con la loable intención de crear las condiciones que evitaran guerras tan terribles como las producidas en las últimas décadas. Parece lógico que se enfocaran en la defensa y cuidado de las personas, subrayando la importancia de la dignidad intrínseca de éstas como base para la libertad, la justicia y la paz, que habían sido aplastadas por los regímenes nazis y fascistas de Alemania e Italia respectivamente. A pesar de haber sido asumidos teóricamente por las naciones integrantes de la ONU, siendo  incluidos en numerosas bases legislativas de los diferentes estados nacionales…  se incumplen de forma sistemática, peligrosa y progresivamente con mayor frecuencia e impunidad. De manera que, antes de haber sido capaces de solucionar los aspectos de convivencia entre los seres humanos, nos hemos encontrado con un problema añadido de una gravedad extrema, el calentamiento global del planeta, como consecuencia de la exagerada contaminación medioambiental que estamos produciendo y que nos lleva al desastre y al exterminio de la vida en la Tierra tal como la conocemos en la actualidad.
Si conseguir un mundo en el que se respeten los Derechos Humanos es una meta deseable y tenemos que seguir trabajando en ello. Resulta dramático comprobar que si continuamos por la senda del crecimiento sostenido como fórmula  para que las naciones prosperen, según proclaman con alegría los gobernantes actuales, además de ser falso, nos lleva a la destrucción de nuestro hábitat. De ahí la necesidad de incluir la protección medioambiental. Por ello en el año 2000 se lanzó la llamada “Carta de la Tierra”, proclamación internacional en la que se afirma que la protección medioambiental, los derechos humanos, el desarrollo igualitario y la paz son interdependientes e indivisibles.
Quienes defienden el crecimiento del Producto Interior Bruto como indicador de la “buena” evolución económica del país –caso de España y resto de la Unión Europea- siguiendo el cínico lema “Crece ahora, y después preocúpate de los pobres”, se apoyan en la creencia dogmática de que la creación de riqueza beneficia a “todos” y que los efectos colaterales, como la contaminación y la desigualdad, son transitorios gracias a la mejora tecnológica y al “goteo de arriba hacia abajo” de la riqueza. Para fundamentar estas creencias se apoyan en la curva que Simón Kuznets – Premio Nobel de economía en 1971- , utilizó para reflejar los resultados del estudio del ciclo económico a largo plazo que caracterizó a los países de primera industrialización en relación con la desigualdad económica, sin pretender que tuviera un valor predictivo y mucho menos prescriptivo, pues solo era un estudio descriptivo. A pesar de ello la llamada “Curva de Kuznets” es utilizada por la ideología neoliberal para explicar las bondades del crecimiento del PIB, ya que aunque en una primera fase, nos dicen, cause desigualdad en lo económico y contaminación en lo ambiental, conforme el crecimiento progresa llegará a un punto de inflexión a partir del cual ambos fenómenos-desigualdad y contaminación- irán descendiendo como corresponde a la imagen de una curva de campana en forma de U invertida, en la que en el eje horizontal se refleje el PIB y en el vertical el índice de desigualdad (GINI) o la contaminación ambiental, según el problema que estemos analizando. Lamentablemente, al igual que en otras afirmaciones de la ideología neoliberal, solo son creencias dogmáticas sin base empírica en la que apoyarse, pues los hechos nos cuentan una historia opuesta.
El Articulo 25 de la DDHH dice que: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado…”. Sin embargo aunque la riqueza a nivel mundial ha aumentado exponencialmente, ello no ha supuesto una distribución equitativa de la misma, como predice la “teoría del goteo hacia abajo”. La brecha entre ricos y pobres se ha hecho mayor en los últimos treinta años, precisamente cuando se han aplicado las políticas neoliberales, como muestra el informe de Oxfam presentado en enero de 2014 en la cumbre de Davos, según el cual las 85 personas más ricas del mundo poseen una riqueza superior a más de la mitad-3.500 millones- de la población mundial más pobre. Incluso en los países tradicionalmente más igualitarios, como Suecia y Noruega, la porción de riqueza ha pasado a los más ricos en una porción superior al 50%. No solo no hay “goteo hacia abajo” sino que se está produciendo una “aspiración hacia arriba” de la riqueza.
En cuanto al impacto medioambiental, tenemos a China e India como ejemplo de países emergentes más destacados en los aspectos económico y demográfico, en los que el punto de inflexión, al igual que el punto G, solo aparece en la imaginación de los gobernantes, siendo desmentido una y otra vez por los hechos. A pesar de ello los organismos internacionales lo han convertido en un dogma que les sirve de coartada para justificar el traslado sistemático, masivo y destructivo de los procesos de producción más tóxicos desde las tradicionales economías desarrolladas a las periféricas que aún no están “saturadas”.
En conclusión podemos afirmar que la aplicación de las políticas neoliberales nos lleva a un retroceso de los Derechos Humanos Universales aumentando la desigualdad entre ricos y pobres, al tiempo que provoca un aumento del deterioro medioambiental, situaciones que los seres humanos no podemos permitirnos si no queremos abocar a la  autodestrucción.
                                                                                         Córdoba 10 de diciembre de 2016