Un resumen de los hechos es el siguiente:
En 1946 en una España “nacional-católica” con el dictador F.
Franco gobernando el país por “la gracia de Dios” se aprueba la Ley Hipotecaria
en la que el artículo 206 da a la iglesia el privilegio (así lo clasifican
muchas sentencias) de inscribir a su nombre mediante la propia certificación
del Diocesano bienes de utilidad pública. En definitiva se equipara al obispo
con un fedatario público. En el Reglamento Hipotecario, el artículo 5, prohibía
la inscripción de los templos. En 1998 el gobierno de Aznar deroga dicho
artículo 5.
Con estas herramientas a su disposición la iglesia ha
desarrollado una voracidad registral, de manera que además de lugares de culto,
que no necesariamente han de pertenecerle, pues el uso no otorga derecho de
propiedad, ha registrado a su nombre viviendas, locales comerciales, almacenes,
garajes, cementerios, fincas, solares, prados, viñas, pinares, olivares y hasta
un frontón. Entre los inmuebles
apropiados destaca el edificio más emblemático de la ciudad de Córdoba, la
Mezquita-Catedral.
La inconstitucionalidad de las normas aludidas es tan obvia
que incluso un ministro neofranquista como Gallardón, de un gobierno que rezuma
beatería ha tenido que tramitar su anulación. El problema es que lo ha hecho de
tal manera que legaliza el expolio realizado por la iglesia, pues una vez que
dicho artículo se derogue se incrementará la dificultad legal para exigir la
anulación de las inmatriculaciones (inmuebles que se registran por primera vez)
de la iglesia. Por ello es necesario presentar en el Congreso de los diputados
un “Recurso de inconstitucionalidad” de las inmatriculaciones realizadas antes
de que se produzca para lo que se
necesitan 50 diputados que lo firmen.
Ante esta situación cabe preguntarse: ¿cómo es posible que
nuestros “demócratas” representantes permanezcan impasibles?
Quizás la respuesta la encontremos en la disciplina al
partido que “obliga” a los diputados a defender las consignas que les marquen
en detrimento de la defensa de los ciudadanos que los eligieron. Se prioriza la
obediencia al jefe que los pone en la lista sobre los ciudadanos a los que se
supone representan. Lo anterior hace que los partidos en realidad puedan ser
utilizados por quienes ocupan nuestro Congreso como una oscura pantalla
encubridora tras la que esconderse evitando tener que dar la cara como
individuos responsables de lo que se aprueba o se rechaza, instalándose en lo
que la psicología social denomina “pensamiento grupal” que entre otras cosas
les lleva a la creencia no cuestionada de la ética del grupo haciendo que sus
miembros ignoren las consecuencias de sus actos con un sentimiento de
invulnerabilidad y un optimismo excesivo ante la dilución de la responsabilidad
que se produce, a lo que se añade la presión a los miembros del grupo que están
en desacuerdo produciéndose una ilusión de unanimidad entre los componentes del
“grupo-partido”. Lo anterior se ve agravado cuando nos encontramos en una
situación en que la ética del partido ha sido sustituida por la corrupción como
vemos en los abundantes casos que se nos muestran diariamente.
Necesitamos políticos que antepongan la ética a la legalidad
en el cumplimiento de las normas, que se liberen de la obediencia ciega al
partido que pertenezcan y tengan la valentía de defender lo que piense que es
justo, aunque sea contrario a lo que el partido proponga, que antepongan la
libertad de pensamiento y acción al servilismo partidario, que actúen
“heroicamente”, sin miedo a lo que puedan pensar los demás ni a las
consecuencias que tal acción les pueda acarrear.
En definitiva se trata de que, puesto que la ley es
inconstitucional, de ahí su próxima derogación, se presente un “Recurso de
inconstitucionalidad” en el que se exija la anulación de todas las actuaciones
realizadas por la iglesia basándose en la misma, volviendo los inmuebles a la
situación previa a la inmatriculación, y a partir de ahí, que la iglesia
solicite, como cualquier otro ente jurídico, el poder registrar a su nombre
aquellos inmuebles que considere le pertenecen aportando los documentos legales
que lo acrediten y que según la ley son “el título de adquisición o el modo en
que fueron adquiridos” y para ello, como ya hemos apuntado, se necesitan que al
menos 50 de los 350 diputados que nos representan rompan las cadenas que los
atan al partido que pertenecen y actúen como individuos libres en defensa del
patrimonio público, pues cuando se demuestre, y se demostrará, que un solo
inmueble, y hay cientos, ha sido adquirido por la Iglesia de manera irregular,
se les señalará como cómplices y responsables por su inacción.
Es increíble Antonio que no encontréis 50 diputados dispuesto a esto que parece tan justo. Menos mal que en las próximas elecciones entre vosotros (Ecuo) y Podemos estoy segura de que lo lograréis. Ánimo. Te felicito siempre por seguir luchando contra las injusticias, yo también lo hago modestísimamente.
ResponderEliminarGracias Manuela por tu apoyo y optimismo. Un abrazo
EliminarLos parlamentarios de IU están disponibles, y buscan los necesarios hasta llegar a los 50
ResponderEliminarDe acuerdo contigo Pedro, IU y alguno mas son en este momento la excepcion a la regla y en mi opinion los dignifica. Lo que imtentamos es tocar la conciencia del resto para evitar esta injusticia y si no se consigue mostrar la responsabilidad de las personas que hoy nos "representan". Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarO ¿porque dios es un gracioso?
ResponderEliminar¿Me estás proponiendo la desobediencia civil? Haznos pensar, por favor