Cuando pensamos en las causas sobre la salud y la enfermedad
nos solemos quedar en las llamadas “causas cercanas”: factores genéticos, agentes
infecciosos, adecuada asistencia sanitaria, estilos de vida, etc. Sin embargo detrás de éstas tenemos
otras menos visibles, son los “Determinantes Sociales de la Salud”, entre los
cuales estarían: Seguridad y calidad del agua y alimentos, precariedad laboral,
el acceso y calidad de la vivienda, las condiciones Ecológicas y Medioambientales
y disponer de Protección Social y Servicios Sociales. A su vez todos ellos están
condicionados por los “Determinantes Políticos”, que dependerán de las elecciones
y prioridades de los gobiernos, las empresas y las diversas fuerzas sociales,
políticas y sindicales que poseen algún tipo de poder en la toma
de decisiones.
La política vigente
en la Unión Europea, de manera especial en la eurozona, es una versión moderna
del liberalismo clásico, representada por el ordoliberalismo, que tiene su origen en Alemania. Estos nuevos
liberales, han solucionado el problema clásico con el estado, el conocido: “no podemos vivir con él ni sin él, y no
queremos tener que asumir sus costes”, asignándole una función al
servicio del mercado, consistente en establecer el marco general de condiciones
que precisan los mercados para operar eficazmente. Para ello necesita sentar
las bases de un “orden”, o sea, de un Ordo, y adoptar todas aquellas medidas
políticas tendentes a favorecer la competencia, con el respaldo de la política
monetaria y de un banco central políticamente independiente, como condición
para toda economía que aspire al éxito.
El nuevo paradigma
socioeconómico se centra en la ruptura con los compromisos sociales que constituían
la base de una “sociedad justa”. Pasando a ser considerados los responsables de
la sobrecarga de las finanzas públicas y un lastre para el desarrollo
económico. De ahí el mantra de la austeridad del gasto público, especialmente
en las partidas dedicadas a la protección social, salud y educación. Al tiempo
que se reduce la fiscalidad progresiva con el pretexto de disponer de capital
para la inversión privada. Quedando el pleno empleo y la pobreza relegados a un
papel secundario, o lo que es peor, convertidos en una alternativa al
considerarse útil para reducir el coste de la mano de obra. A ello se añade la
falta de control de precios, privatizaciones, protección del capital de
inversión extranjera y su desconfianza en la democracia (razón de ser del Banco
Central Europeo, independiente de las naciones y de cualquier control
democrático). Y si “la situación lo requiere”, como en Italia y Grecia en 2011,
se derriban los gobiernos democráticamente elegidos y se sustituyen por
“tecnócratas” a la orden de la banca.
Con estos
antecedentes podemos afirmar que los “determinantes políticos” de la salud salen
mal parados. Y no sólo ellos, pues con estas políticas se está dificultando la
salida de los pueblos de la crisis. Si analizamos el “Multiplicador Fiscal”, concepto macroeconómico que nos indica la
riqueza producida por cada euro de gasto público, de manera que si es superior
a 1 aumenta y cuando es inferior a 1 disminuye, vemos que el multiplicador
fiscal en Sanidad, Educación y Vivienda es superior a 3, indicando que por cada
euro invertido se multiplica por tres, siendo una inversión rentable desde la
economía y vital para la salud y bienestar de los ciudadanos. En cambio el
multiplicador fiscal destinado a defensa y ayudas bancarias es inferior a uno,
por lo que nos empobrece a los ciudadanos, aunque ellos(los bancos) sigan
enriqueciéndose como muestran los datos
publicados en prensa.
Si aplicáramos a las
medidas de austeridad los criterios de los ensayos clínicos médicos, un comité
de ética los hubiese suspendido hace tiempo y los responsables habrían sido expulsados
de la profesión.
El que se siga
insistiendo en aplicar la pócima de la austeridad no se debe solo a causas
ideológicas. Existen también muy buenas razones materiales para seguir haciéndolo,
sobre todo en Europa, dado que lo que se pretende con ella es seguir dejando
espacio libre en los balances generales de los estados soberanos para atender
la eventualidad de que acabe en la quiebra alguno de los bancos europeos cuyas
dimensiones son excesivamente grandes para poder acudir individualmente en su
rescate. Por otra parte el denominado “cuerpo económico” de la sociedad no es
homogéneo, de manera que no todos sufren las consecuencias de este tipo de
medidas. Aquellos que poseen o gestionan el capital, o sea, los causantes de la
“enfermedad” (bancos, instituciones financieras, etc.) no solo están saliendo
indemnes del agresivo tratamiento sino que han aumentado sus riquezas y poder. Además
la pérdida de prestigio que supondría reconocer su error y responsabilidad en haber causado
“tanto daño para nada” no es fácil de asumir dada la mediocridad de sus
autores.
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