domingo, 28 de abril de 2019

¿Fracaso de la Educación?

He ejercido mi actividad profesional como médico durante 35 años. En este periodo de tiempo he visto como algunas enfermedades relativamente prevalentes fueron disminuyendo hasta casi su desaparición. Me estoy refiriendo a casos como la tuberculosis, brucelosis, sarampión, tos-ferina, etc. Si como responsable de la salud de una población, los hijos de aquellos que vivieron cuando estas enfermedades hacían estragos, hoy se viesen afectados por ellas, bien por incompetencia, por negligencia o por falta de medios, consideraría que el sistema sanitario en general y yo como responsable del mismo en ese territorio habríamos fracasado. Un fracaso estrepitoso e imperdonable.
Pues bien, esa sensación de fracaso en el ámbito de la educación es lo que nos produce algunos acontecimientos políticos en nuestro país. Aunque el Informe Internacional para la Evaluación de Estudiantes, más conocido como “informe PISA” por sus siglas en inglés, en el que se analizan las competencias en tres áreas (lectura, matemáticas y ciencias naturales) lleva años situándonos por debajo de la media de los países estudiados, no son estos los aspectos más preocupantes del posible fracaso del sistema educativo. Son materias no evaluadas y que están  relacionadas con las humanidades, disciplinas que estudian el comportamiento, la condición y el desempeño del ser humano, en definitiva aquellas que nos hacen ser mejores personas a través del conocimiento de las culturas clásicas (¡Cuánto tendríamos que aprender de los griegos clásicos!), de la filosofía, antropología, sociología, ética, arte, etc. Materias cuyo objetivo está en desarrollar el pensamiento y la creatividad, e intentar que los seres humanos mejoremos en las relaciones entre nosotros y en la búsqueda de una sociedad más justa y solidaria en la que se respeten los Derechos Humanos a través del conocimiento y la ética.
¿Qué nos induce a pensar en ese supuesto fracaso? El hecho de que en una sociedad como la española, después de una guerra civil y una postguerra donde la pobreza, la miseria y la falta de libertades impuesta por una de las dictaduras más crueles del pasado siglo, finalmente se consigue una democracia, y  tras cuarenta años de la misma surge un “Neofranquismo” apoyado, no solo por los poderes facticos (Iglesia, Ejercito, Banca y Empresariado) todos ellos muy contaminados por el franquismo, sino por hijos o nietos de los que sufrieron la dictadura, es un espectáculo lamentable. Comprobar la facilidad con la que se abanderan causas partiendo de falsedades como catedrales, nunca mejor dicho. Así como el retorno a ese pasado,que creíamos superado,como solución a los problemas actuales resulta deprimente.
Respecto a las mentiras como catedrales me refiero a una declaración que he leído en prensa en la que el representante de esta corriente neofranquista ha dicho que “La Catedral de Córdoba siempre será de los cordobeses y no de los que nos quieren echar”. Es difícil decir más disparates y falsedades en una frase. Veamos, lo primero es que vuelve a amputar el nombre del monumento emblemático de la ciudad, como antaño hiciera su obispo, quitando del mismo la denominación por la que es conocido y valorado en todo el mundo, Córdoba incluida, que es su arquitectura como Mezquita. A continuación este señor dice que “siempre será de los cordobeses”, seguramente su obispo no le ha informado que ya no pertenece a los cordobeses sino a él, que precisamente no lo es, y cuya relevancia social es consecuencia de representar a una organización multinacional que tiene su base logística y de poder en un Estado extranjero, al que está subordinado y le debe obediencia. No se necesitan muchas neuronas funcionantes para comprender que en la actualidad la propiedad de la Mezquita-Catedral, desgraciadamente, no está en manos de los cordobeses. Precisamente por ello se ha creado un movimiento ciudadano, representado por la “Plataforma Mezquita-Catedral de todos”,que tiene  entre sus objetivos, aparte de“respetar el uso religioso por la iglesia”, que la propiedad vuelva a ser de los cordobeses y no de un obispo forastero y súbdito del Vaticano. Con respecto a “y no de los que nos quieren echar”, quienes vivimos en Córdoba y somos cordobeses no nos consta que nadie quiera echar a “no-sabemos-a-quién” “ni-de-dónde”, por lo que seguramente esté tan mal informado como sobre la propiedad de la Mezquita-Catedral.Es posible que la intención sea crear entre sus fieles seguidores un enemigo imaginario sobre el que generar odio y al que se le ira poniendo cara según sus intereses del momento. Es la imagen del trilero de feria que te distrae con el cubilete vacío para quedarse con el premio. Un disparate total, aunque peligroso.
Pero, ¿realmente ha fracasado la educación?  Eso dependerá de los objetivos que consideremos deseables. Desde la perspectiva de formar personas con capacidad crítica de pensamiento y con una ética humanista, empática y solidaria, situaciones como la comentada, nos hacen sospechar en algún tipo de fracaso.
Sin embargo si lo deseable fuese disponer de una población ignorante de su historia, acrítica y dispuesta a aceptar las mentiras por muy burdas que sean, receptiva a una narrativa nostálgica del “cualquier tiempo pasado fue mejor”, entonces el éxito ha sido completo.

Córdoba 14 de abril de 2019

miércoles, 24 de abril de 2019

Laicismo y Democracia


El sábado 23 de marzo se celebró en Córdoba una Jornada organizada por Europa Laica que llevaba el título genérico de “Laicismo y Democracia” y que ha sido un éxito total en tanto asistencia como a la calidad de las ponencias expuestas en la misma.
Resulta paradigmático que tras más de cuarenta años de democracia en nuestro país sea necesario que una organización como Europa Laica nos recuerde la necesidad de la laicidad como un pilar imprescindible a la hora de construir un Estado Democrático.
Más aún que lo sea una mesa redonda que con el título “El Laicismo y la Izquierda política”, en la que se pretendía que cada uno de los partidos invitados hiciese un análisis crítico de las prácticas laicistas de sus representantes. En ella junto a un representante de Europa Laica estaban invitados los tres partidos más representativos institucionalmente que se autocalifican de “izquierda” (PSOE, Izquierda Unida y Podemos), incluso uno de ellos, PSOE, se apropia el término mediante el eslogan “Somos la izquierda”. Precisamente el único que pese a haber confirmado su presencia faltó a la cita. A los partidos de la derecha española no tenía mucho sentido contar con ellos dado el carácter manifiestamente clerical del Partido Popular, heredero del nacional-catolicismo franquista, cuyos miembros se transmutaron en demócratas como mecanismo de supervivencia política pero no de convicción. En cuanto a Ciudadanos, recuerda a Groucho Marx: “Damas y caballeros, estos son mis principios. Si no les gustan tengo otros”.
Las razones de esta necesidad están en el desconocimiento, cuando no tergiversación intencionada, del significado de los términos y objetivos relacionados con la laicidad.
Es frecuente encontrarnos con la opinión de que la laicidad se reduce a estar en contra de lo religioso en general y de la iglesia, en nuestro caso la católica, en particular. Esta opinión procede de los cuarenta años de dictadura franquista, en la que existió un régimen teocrático, no olvidemos que el caudillo Franco según la narrativa de la época llegó a la jefatura del Estado por la gracia de Dios, y no por un golpe de estado contra un gobierno elegido democráticamente y que provocó una guerra civil. Durante este periodo de nuestra historia la simbiosis Iglesia-Estado alcanzó tal intensidad que resultaba difícil discernir donde terminaba uno y empezaba otra, por lo que cualquier oposición o crítica al primero se interpretaba, por extensión, a la iglesia y viceversa.
Esta situación se ha seguido de otros más de cuarenta años en democracia en la que las instituciones y los representantes políticos, de todos los colores, han soslayado esta cuestión de manera que hemos vivido, estamos aun viviendo, en un estado definido como aconfesional en la Constitución, pero que en la realidad es “criptoconfesional”, cuando no completamente confesional, ya que los tentáculos de la iglesia católica siguen penetrando en todos los ámbitos de la sociedad, Estado incluido.
Por ello se impone la necesidad de realizar una labor pedagógica al respecto, aclarando conceptos y objetivos.
Aunque en otros idiomas, como el francés, laicidad y laicismo se utilizan indistintamente por entender que son sinónimos, en nuestra lengua castellana, tan rica en matices, resulta conveniente hacer una distinción:
-          Entendemos por laicidad un principio que establece la separación entre la sociedad civil y la religiosa. Se trataría de establecer un régimen social de convivencia, en el que las instituciones políticas están legitimadas por la soberanía popular y no por elementos religiosos. Con ello se pretende un orden político que esté al servicio de los ciudadanos, en su condición de tales y no de sus identidades étnicas, nacionales, religiosas, etc.
Aplicada al Estado, la “Laicidad del Estado”, hace referencia a la condición de emancipación, es decir, de la liberación de la subordinación o dependencia del Estado de las organizaciones religiosas. Si consideramos, y deseamos, que el Estado no debe inmiscuirse en las conciencias de las personas, la laicidad es un requisito y una garantía de que se cumpla.                                                                            
En este sentido la laicidad implica dos cuestiones básicas:
1ª.- La distinción de dos ámbitos:
A) Lo Público, de los derechos comunes y de los Bienes y Servicios Públicos.
B) El Privado, de la libertad de conciencia y albedrio, dentro de las leyes.
2ª.- Los derechos fundamentales son de los individuos, no de las ideas abstractas, ni de las colectividades o de las organizaciones que las representan.                                                                            En lo referente a “Laicidad y Democracia”, si bien es cierto que “Estado democrático” lleva implícita la necesidad de laicidad como principio esencial, la laicidad por sí misma no garantiza la democracia, como podemos observar en algunos regímenes, tanto del pasado como actuales.
Por otro lado los tres pilares sobre los que descansa la laicidad son:
1.- La libertad de conciencia, lo que significa que la religión es libre pero solo compromete a los creyentes, y el ateísmo es, igualmente, libre pero solo compromete a los ateos.
2.- La igualdad de derechos, que impide todo privilegio público de la religión o del ateísmo. Con ello nos encontramos un valor ético consistente en “la igualdad ciudadana en el ámbito de lo público”, con lo que se intenta garantizar “el derecho a la diferencia sin diferencia de derechos”.
3.- La Universalidad de la acción pública, es decir, sin discriminación de ningún tipo.

Si la laicidad, como principio, designa la situación ideal de emancipación mutua de las instituciones religiosas y el Estado, el laicismo evoca el movimiento histórico de reivindicación de esta emancipación laica, en el que se recogen el cuerpo de ideas que conforman el pensamiento y las actuaciones orientadas a la consecución y defensa del Estado Laico, de la laicidad de sus instituciones y de la actuación consecuente de los cargos públicos en el ejercicio de sus funciones.
Ello supone un posicionamiento político de exigencia al Estado democrático del cumplimiento de la laicidad, posicionamiento en el que se deberían situar todos los representantes políticos que se postulen como demócratas al margen de sus creencias religiosas o no, lo contrario sería mantener posturas “criptoconfesionales”, abiertamente confesionales o peor aún teocráticas, todas ellas alejadas de la democracia.
El otro término que nos queda por aclarar es el de “laicista”, que hace referencia, o bien, a las personas partidarias del principio de la laicidad y del laicismo como movimiento para conseguirla, o al modelo de organización, en el que se aplican los principios de la laicidad en su estructura u organización.
Como dice A. Comte-Sponville en su Diccionario Filosófico: “El laicismo (la laicidad) nos permite vivir juntos, a pesar de nuestras diferencias de opinión y de creencia. Por eso es bueno. Por eso es necesario. No es lo contrario de la religión. Es, indisociablemente, lo contrario del clericalismo (que querría someter el Estado a la Iglesia) y del totalitarismo (que pretendería someter las Iglesias al Estado)”.