El término “sanchismo”
se ha utilizado por las derechas y sus medios para denostar al presidente Pedro
Sánchez y en sentido amplio para hacerlo sobre el gobierno de coalición. Es en
este último aspecto en el que considero importante defender el “sanchismo” y poner en positivo los
logros alcanzados por un gobierno en el que han estado presentes, junto al PSOE
mayoritario, ministros pertenecientes a Izquierda Unida y Podemos. Una fórmula
que ha permitido leyes de gran calado social, algunas poco probables en un
gobierno monocolor del PSOE.
En el libro (1994) “Vendiendo prosperidad”, Paul
Krugman (Premio Nobel de Economía en 2008) se pregunta ¿cómo es
posible que dos políticos (se refiere a Reagan y Thatcher) cuyos programas, ya
de entrada, favorecían solo a los ricos, fueran elegidos por mayoría? No
digamos lo ocurrido más recientemente con Trump, elegido presidente en el 2017
y a punto de renovar mandato en el 2021.
En esa misma línea, Juan Torres se preguntaba en un artículo
publicado en el diario Público el 6 de octubre de 2022 ¿Por qué no avanza
en las encuestas el Gobierno de Pedro Sánchez si lo está haciendo bien?
Un Gobierno que recién constituido, tuvo que enfrentarse
a la pandemia de la Covid-19 considerada el mayor desastre natural del último
siglo, situación que, a pesar de las incertidumbres y dificultades, se ha
gestionado de forma bastante satisfactoria, como fue reconocido a nivel
internacional. Por si no fuera suficiente, tendríamos que añadir un volcán que
arrasó parte de la isla de La Palma y una guerra en Ucrania que nos sigue
salpicando en lo económico. A pesar de todo ello la economía española es de las
que más crece dentro de la UE en opinión de la OCDE.
Si a lo
anterior añadimos que muchas de las medidas adoptadas cuentan con un importante
respaldo social: ERTE, aborto, eutanasia, subida del salario mínimo, pensiones,
reforma laboral, impuestos a las eléctricas, a los bancos, a las grandes
fortunas, el
tope al precio del gas, la rebaja del IVA en la factura de luz, las
bonificaciones a los carburantes etc. Sin embargo, esto no se refleja en votos como señalaban
las encuestas y muestran los resultados electorales del 28 de mayo. Por ello
nos volvemos a plantear los mismos interrogantes.
La respuesta
simple, pero equivocada, sería porque eso es lo que quiere la mayoría de la
población, respuesta nada satisfactoria, ya que las cosas son más complejas y nos
obliga a buscar otras explicaciones. Algunas de ellas:
-
La ola de derechización
que recorre occidente, basada en la simplicidad
de la formula neoliberal que hace del Estado, en nuestro caso del “gobierno social-comunista”, el
enemigo que nos “acribilla” a impuestos y lo burocratiza todo. Por ello, la
solución está en quienes defienden el Libre Mercado, la reducción de
impuestos y las privatizaciones de los servicios públicos (sanidad, educación,
etc.).
-
Los medios de comunicación. Es
obvio que los medios han enmarcado los temas, imponiendo la denominada
agenda setting, es decir, los asuntos que las audiencias van a considerar
más o menos importantes. Como afirma Juan Torres en el artículo citado, no hay
ni una televisión o radio privadas de mediano o gran alcance, que no sean
propiedad o no respondan a intereses de los bancos, grandes empresas, fondos de
inversión o Iglesia Católica. Además de la singularidad, de un Gobierno que
permite a la televisión pública desinformar, manipular los contenidos
informativos y hasta mentir, para presentar las noticias del modo que más daño
pueda hacer a la mayoría parlamentaria que lo sostiene democráticamente.
-
La guerra cultural. El periodista y
ensayista Pascual Serrano, señala el posible error en los partidos de la
“izquierda” a la hora de apostar por los temas estrella de su agenda.
Especialmente en la denominada guerra
cultural, con una excesiva explotación de las cuestiones identitarias: movimiento LGTB, racializados, discapacitados,
multiculturalidad… Y en lo relativo a la distorsión de la lengua imponiendo lo
ideológico a lo gramaticalmente correcto. Todos hemos sido testigos de declaraciones surrealistas a este respecto
por parte de figuras destacadas de esta izquierda.
La
gran paradoja es que al final, ni siquiera esos sectores identitarios
que centraron el discurso de la izquierda les han apoyado, porque se ha
demostrado que para muchos de ellos su identidad sexual, su raza o su religión
no era tan prioritario como creían. Según Pascual Serrano, “… mientras la izquierda, en su intento de presentarse como moderna,
multicultural y tolerante,… la derecha
se quedaba con el regalo de reivindicar la identidad tradicional, agredida,
humillada y ridiculizada, según su discurso, por ser heterosexual, blanca,
comer carne y viajar en un coche diésel”.
La izquierda tiene que
superar los espacios identitarios en los que se encuentra instalada y recuperar
su aspiración universalista hacia un humanismo que hoy pasa por la defensa de
los derechos humanos y el cuidado del planeta.
-
Finalmente tenemos el estado de impotencia,
confusión y división en que se encuentran las fuerzas progresistas
para ofrecer una alternativa convincente. Situación que ha podido llevar a la
abstención de una parte importante de su electorado. En esta línea, Alberto
Garzón considera que el fallo de la izquierda política está en que se ha
alejado de las bases al limitarse a pretender representarla, dejando de formar
parte del tejido social de la misma.
Aunque estas
explicaciones sean correctas y formen parte de la respuesta, se refieren a las
circunstancias que influyen en la decisión del votante y recordando la máxima
orteguiana “yo soy yo y mis
circunstancias” hemos de tener en cuenta la otra parte de la ecuación, o
sea, el “yo”.
Para ello
resulta útil conocer lo que nos dicen los estudios de psicología política y
psicología evolutiva.
Un dato
que ponen de manifiesto estos estudios es la persistente “afinidad partidista” y lo poco que influyen los
acontecimientos históricos, como pueden ser en nuestro caso los éxitos conseguidos
por el gobierno, a la hora de votar a los candidatos. La afinidad partidista
es más poderosa que los hechos.
Los votantes partidistas, que son la mayoría, están
convencidos de ser racionales, los irracionales son los contrarios, pero la
ciencia nos dice que el vínculo con el grupo o partido es emocional y mediante “la
racionalización” y el “sesgo de confirmación” lo reforzamos.
Somos descendientes de aquellos humanos cuyas mentes
grupales les ayudaron a unirse y cooperar para superar a los “otros grupos”. Como
resultado del legado evolutivo, llevamos en nuestra naturaleza el mandato de
sobrevivir, reproducirnos y cooperar con el grupo al que pertenecemos. Es sobre esta disposición biológica donde actúan las circunstancias de
las explicaciones dadas al inicio.
En España, esta afinidad partidista se sitúa en un dualismo electoral bastante
equilibrado de centro-izquierda y centro-derecha. De manera que los votantes a
los que se les puede aplicar lo comentado sobre la “afinidad partidista”
se mueven, en un cálculo “grosso modo”
y solo a efectos ilustrativos, pongamos alrededor de los siete millones. La
afinidad a la llamada “izquierda transformadora” es más voluble y reducida.
Los vuelcos electorales los provoca, al no estar condicionados por la
afinidad al partido, el millón y medio de votos aproximados que oscilan hacia
uno u otro lado.
¿Qué ha podido influir en que hayan elegido el lado azul del espectro
político?
A las múltiples explicaciones que se barajan poniendo el foco en las circunstancias
de los perdedores (abstención, medios, división de la izquierda, campaña
desacertada, etc.), quisiera añadir aspectos centrados en lo que, a mi entender
de manera exitosa, han hecho los ganadores.
Son numerosos los estudios que señalan a “los valores morales” como el elemento que más impacto tiene a
la hora de buscar afinidad de grupo. Así tenemos que en decisiones políticas como el votar, los valores morales son más
importantes que cualquier otro asunto, incluidos la guerra, el terrorismo, la economía,
la sanidad, la educación, el género o la raza.
A veces,
esta identidad coincide con su propio interés social y económico, pero en
muchas otras ocasiones no es así. Es un error asumir que los votantes eligen en
función de su propio interés, entendido en el sentido socioeconómico.
Las
personas votan en función de su identidad
y de sus valores. Y votan a aquel con
quien se identifican, bien porque comparten sus “valores” o por ser “el adversario
de quienes representan los valores que rechazan”.
Las derechas, con un fuerte apoyo de
los poderes económicos a través de los medios y, no lo olvidemos, con el boca a
boca de sus seguidores, han conseguido imponer su relato. Un relato que a falta
de hechos positivos que ofrecer, ya que en su haber destacan la corrupción, no
cumplir la Constitución manteniendo instituciones judiciales caducadas y obstruccionismo
parlamentario a las medidas y avances legislativos puestos en marcha por el
Gobierno, ha consistido en la descalificación “moral” del adversario.
Otro factor que indican los estudios
de psicología evolutiva es que cuando no nos sentimos seguros y tenemos miedo
al cambio social, nos volvemos conservadores. Hemos visto que dos ejes
importantes en la campaña de las derechas han girado en torno a la “inmoralidad
del gobierno” y el miedo a las consecuencias de su política de cambios. Para
ello, las derechas han utilizado, sin rubor alguno, lo que se conoce en
filosofía como “falacia Ad Hominem” o “Falacia de Ataque personal”, consistente
en un razonamiento con apariencia de argumento creíble, pero realmente
falso en su totalidad, que se utiliza como herramienta para disuadir a otros o para manipularlos. Han
recurrido, tanto en su forma directa mediante el insulto y la descalificación
como la indirecta atacando las circunstancias con el miedo e impregnándolo todo
de moralidad, como la búsqueda de intereses espurios por parte de Pedro Sánchez
(mantenerse en el poder a cualquier precio), relaciones políticamente
“antiespañolas” (Venezuela, ETA, independentistas) o cualquier cosa que pueda asociarse
para desacreditar su forma de pensar y actuar.
La falacia ad hominem, no tiene límites
en el campo de la razón o del saber, y en los casos más graves, como en
política, se puede descartar una afirmación basada en hechos y completamente
libre de cuestionamientos, solo, porque la persona que la hace pertenece al
grupo político con quien no se simpatiza. En otras palabras, independientemente
de cuál sea la postura del gobierno de Pedro Sánchez, al haberse creado una
predisposición negativa sobre él, las respuestas que recibirá siempre serán
de rechazo, independientemente de lo que muestren los hechos.
El objetivo, conseguido con éxito, ha
sido desacreditar al presidente del gobierno Pedro Sánchez para evitar que
sean tenidos en consideración los importantes logros alcanzados por él y su
gobierno utilizando “el mito del sanchismo”. Y las
izquierdas han caído en la trampa y le han seguido el juego.
En la creación de un mito se parte de metáforas
que posteriormente se interpretan de manera literal. Se utilizan procedimientos
retóricos que, al igual que las manos de un ilusionista consiguen desviar la
atención del espectador para darle forma a la figura imaginaria del mito a
crear, en este caso “el sanchismo”.
En el inicio, se trató de un concepto
descriptivo con valoraciones negativas (ilegal, separatista, etc.) sobre el
gobierno formado tras la moción de censura al de Mariano Rajoy tras los
escándalos de corrupción que asolaban al PP.
Un gobierno presidido por Pedro
Sánchez, que se vio obligado a pactar y aceptar como ministros a personas
pertenecientes a grupos políticos que “los supervisores de la transacción”
de la dictadura a la democracia habían puesto como líneas rojas que el PSOE no
debía traspasar. Y ahí comenzó el ataque sin cuartel, no al PSOE sino a Pedro Sánchez,
creando el término “sanchismo” con
la connotación “moralmente” despectiva, que ha calado en la población, gracias
a los poderosos medios que sabemos en qué manos están y que intereses
defienden.
Por qué digo que la izquierda ha caído
en la trampa y ¿qué podemos hacer para intentar revertir la situación el
próximo 23 de julio?
El fallo ha sido aceptar que las
derechas impongan en el debate electoral su relato basado en “el mito del sanchismo”. El Presidente
Pedro Sánchez, no ha contado para su defensa ni siquiera con la totalidad de su
partido, no digamos de los situados electoralmente a su izquierda. Y eso, en mi
opinión, ha sido un error.
Si nos centramos en los votantes no
dependientes de la afinidad partidista (algo
más de un millón) y en los muchos más que se han abstenido, tendremos que
evitar repetir errores.
Aunque el tema es complejo y un
artículo no puede abordar todas las aristas del problema, ni el autor está
capacitado para ello, de manera simplista haré dos sugerencias.
En primer lugar, la opción política
que electoralmente se sitúa a la izquierda del PSOE, debe conseguir y trasladar
a la sociedad un mensaje de UNIDAD sin
fisuras. Sabemos que para que un mensaje sea creíble, los primeros que se
lo tienen que creer son los que lo emiten. No basta con pregonar unidad con la
boca chica y actuar en sentido contrario. Ahí está la responsabilidad de
quienes hoy ocupan posiciones de “liderazgo” y veremos si son capaces de estar
a la altura de las graves circunstancias en las que nos encontramos. En mi
opinión, por supuesto discutible, la única opción capaz en tiempo y forma de
hacer frente a lo que se nos puede venir encima es la que representa Yolanda Díaz y el “Movimiento SUMAR”.
La otra cuestión sería, puesto que “el
mito del sanchismo” ha calado en una parte muy importante de la
población, asumirlo desde todo el espacio progresista mostrando los aspectos
positivos que ha representado. Es fácil hacer un decálogo de logros alcanzados
por el Gobierno de coalición e incluso de algunos pendientes que no se han
podido realizar.
En esta tarea de defensa del “sanchismo”,
al no poder contar con los grandes medios, las declaraciones en positivo de los
“lideres” de todo el arco progresista y el boca a boca de los simpatizantes
tendría que ser el elemento que lo impulse. Necesitamos hacer pedagogía del “Sanchismo”, como sinónimo del “Gobierno
de Coalición” y sentirnos orgullosos de sus logros. El listado a difundir lo dejo en manos de quienes han de
dirigir y protagonizar la campaña electoral.
A modo de profecía: Si esa
izquierda transformadora es incapaz de conseguir la UNIDAD real, no solo se
perderán las elecciones sino que se hundirá para una larga temporada.
El análisis pos-electoral
se centrará en buscar culpables y no en los propios errores. Recordemos que la
“afinidad partidista” provoca “ceguera”
hacia los errores de los “nuestros” y
“agudeza” para detectar la de los de
“otros”, especialmente si esos “otros” han
formado parte del proyecto electoral desde partidos diferentes del espectro de
la izquierda.
En consecuencia, seguiremos sin aprender la lección
y debatiendo sobre si eran galgos o podencos. Deseo estar equivocado.