sábado, 9 de enero de 2021

Crónica de “muchas” muertes anunciadas

 Existe una expresión humorística conocida como el “test del pato” para denominar a una forma de razonamiento inductivo que afirma que, cuando un conjunto de evidencias que apuntan a una conclusión altamente probable coexiste con otras altamente improbables, lo razonable es aceptar la conclusión altamente probable. Dice: “Si parece un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato”.

Este test tan simple y fácil de entender parece ininteligible para nuestros gobernantes, sean municipales, regionales o nacionales, a la vista de declaraciones y acciones en relación con la pandemia del Covid-19.

Aunque en lo que respecta al coronavirus tenemos más dudas que certezas, en los meses que llevamos de pandemia, algo hemos aprendido. Sabemos lo importantes que son para evitar el contagio medidas como, mantener la distancia de seguridad, limpieza frecuente de manos y el uso de mascarillas, que no solo reducen el riesgo de infección sino que al disminuir la carga viral se ha visto que en algunos casos facilita la inmunización sin padecer la enfermedad, o sea, que tendría un efecto similar a una vacuna. Sin olvidar la conveniencia de tener niveles adecuados de vitamina D. También hemos aprendido que es muy contagioso, bastante letal en los mayores y que viaja y se transmite a través de las personas, por lo que reducir la movilidad y la concentración son medidas necesarias si queremos evitar los contagios. Con estos conocimientos básicos y viendo la situación de la pandemia a nivel local y mundial, me parece que las medidas que han tomado ante las fiestas navideñas, tanto comunidades autónomas como el gobierno español, resultan a todas luces inadecuadas y negligentes.

Si aplicamos el “test del pato” tendremos las respuestas a lo que se tendría que haber hecho para evitar contagios y lo que es predecible que ocurra al no haber actuado con la sensatez requerida: aumento de contagios, hospitalizaciones y muertes.

Decía un analista sanitario que, a la vista de lo ocurrido en otras situaciones similares de celebraciones, se calculaba un exceso de mortalidad para los meses de enero y febrero en torno a las 20.000 personas. Si estuviese en lo cierto, y me temo que así sea, ¿habría merecido la pena celebrar la Navidad? No hubiese sido más sensato suspender todo tipo de evento que posibilite el desplazamiento de las personas y con ellas el virus.

Se han antepuesto el sentimentalismo y el consumismo a la razón y la salud. Se nos ha inundado de mensajes acertados acerca de la vulnerabilidad y fragilidad de las personas mayores ante este virus y de la necesidad de hacer lo imposible para su protección. Mensajes edulcorados y sentimentaloides sobre lo mucho que los queremos. Todo ello no deja de ser oratoria vacía e hipócrita a la luz de los hechos, pues ni los políticos se han preocupado de tomar las medidas necesarias para su protección, ni sus “seres queridos” parece que hayan estado por la labor de dejarlos tranquilos y en compañía de quienes convivan con ellos de manera habitual. Sí, aislados con los convivientes, pues en estos momentos es la mejor garantía para su seguridad. En cambio se ha optado por visitarlos sometiéndolos a una especie de “ruleta rusa” con balas de efecto retardado, de manera que aquellos que hayan sido alcanzados por “el fuego amigo” les irán estallando en los próximos días y semanas llevándolos al hospital o al cementerio, porque hemos priorizado las fiestas navideñas a la salud.

Se ha enviado un mensaje equivoco a la población, pues al tiempo que se les instaba a ser responsables evitando los desplazamientos y las concentraciones familiares, las autoridades han actuado como si nada ocurriese. Así, se han iluminado y decorado las calles de pueblos y ciudades igual que años anteriores y la propaganda comercial ha seguido insistiendo en la importancia de los regalos y encuentros familiares en estas fechas tan entrañables. De manera que, al tiempo que se desaconsejaban con la boca chica los desplazamientos, se levantaban las restricciones perimetrales para que se pudiesen realizar, dejando en manos de una población confundida el tener que tomar una decisión con una fuerte carga emocional para padres, hijos, hermanos, etc. El resultado es que, tal como desgraciadamente podemos comprobar, un importante número de personas, sobre todo los mayores, acabaran hospitalizadas y muchas morirán a causa de la infección. Seguramente no habrá una responsabilidad penal para quienes teniendo la obligación de proteger y cuidar a los ciudadanos, y conociendo las previsiones no actuaron para evitarlas, pero de lo que no me cabe la menor duda es que moralmente lo son.

Hagamos un ejercicio mental. Imagínese que es el presidente de una comunidad autónoma al que sus asesores le plantean que para poder dar un respiro a la economía y mejorar sus posibilidades electorales tiene que flexibilizar las restricciones y posibilitar la movilidad y encuentros entre los ciudadanos, aunque ello supondrá en opinión de los expertos en salud pública un aumento considerable de contagios, hospitalizaciones y muertes. Ante este dilema prioriza la economía y sus aspiraciones políticas y facilita la celebración de las fiestas navideñas con unas limitaciones que a todas luces se sabe serán ineficaces para contener los contagios. Pasadas las fiestas y tal como se había previsto los contagios, hospitalizaciones y muertes se disparan ¿Podemos admitir que nadie sea responsable de lo que está ocurriendo?

Si consideramos que una de las principales funciones de un gobernante es la de proteger a los ciudadanos, en especial a los más vulnerables, podemos decir con Emilio Zola, “Yo acuso” a quienes nos gobiernan en esta crisis pandémica de negligencia con resultado de miles de muertes previsibles y, por tanto, evitables de haber actuado protegiendo la salud y no la navidad.

Según sus reiteradas manifestaciones han querido, emulando el título de la película “Salvar al soldado Ryan”, “salvar la navidad”, en lugar de “salvar vidas”. Y lo peor de todo es que no hemos aprendido nada, pues se siguen dando las cifras en los medios de comunicación de manera descriptiva, como si de un desastre natural se tratase, sin hacer ningún tipo de análisis y relación con las medidas adoptadas, ninguna autocrítica y evaluación. Seguimos yendo por detrás del virus, esperando a verlas venir, y actuando de manera reactiva, cuando lo que necesitamos es ser proactivos y adelantarnos a él.

Finalmente, resultaría irónico que un desastre natural como es la borrasca “Filomena” consiguiera hacer lo que los gobernantes han sido incapaces, recluirnos en nuestras casas.

En fin, lo importante es que la fiesta continúe.

11 comentarios:

  1. Efectivamente, amigo. Ha quedado meridianamente claro que nuestros gobernantes han priorizado la economía sobre la salud. Ni siquiera creo que el sentimentalismo haya tenido parte. Sólo la economía. la prueba está en que nada más acabar la Navidad toman medidas restrictivas. No antes; después. Cuando el mal se ha extendido. Pero ¿qué podemos esperar de unos gobernantes cuyo fuste político, incluso personal, es tan rastrero? Pues esperamos lo mismo que de una sociedad, la nuestra, egocéntrica, cortoplacista e irresponsable. Estamos hechos los unos para los otros. O así parece. Un abrazo, amigo.

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  2. Claramente expuesto, de tal manera que solo nos queda requerir la responsabilidad individual, puesto que la gubernamental nos mueve como el péndulo del reloj: podéis salir y todos a la calle; ahora os enconvento y todos para casa. La credibilidad en los gestores de la res pública cada vez más baja; ¿tendremos que destruir lo que tenemos para renacer de las cenizas a ver si tenemos suerte, amigo Antonio? Salud

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    1. Muchas gracias amigo Juan por tus amables comentarios. Un abrazo

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  3. Querido Antonio,
    Muchas gracias por poder leerte.
    ¡Qué claro lo dices todo! Todo. No puedo resaltar un concepto más que otro. Estoy de acuerdo desde lo del test del pato a lo de la proactividad.
    El Fili dice “¿Qué podemos esperar de unos gobernantes cuyo fuste político, incluso personal, es tan ratrero?”
    Juan Gutiérrez dice: “ La credibilidad en los gestores de la res pública cada vez más baja”
    Estando también de acuerdo con Fili y Juan, tengo una pesadilla adicional. Cuando me mienten como a un imbécil permanentemente, me rebelo de forma que creo que ya he perdido la fe (con minúsculas, por supuesto) en toda esta gentuza (grupo de gente despreciable o gente que moralmente merece ser despreciada) que entra en la categoría de “los politicos“. Y claro, en la parte ejecutiva del poder ejecutivo, meto en primer lugar a nuestro gobierno, con todos sus innumerables ministros, de un partido o de otro, o de ninguno. Puede parecer que no, pero creo que ésto está en relación muy directa con las muchas muertes anunciadas.
    Y en cuanto a esos incontables ministros, para mi, todos iguales. Siempre hablando estadísticamente, claro. Sacaría muy pocos de esa igualdad. Muy pocos. Ahora mismo sólo me sale uno, que era amigo tuyo y ya murió.

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    1. Perdón, me refería a “los politicos” en general. Y la excepción que quería señalar es la de tu amigo Julio Anguita.

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    2. Muchas gracias Paco por tus halagadores comentarios, doblemente gratificantes por el contenido y por servir para ponernos en contacto. Especialmente agradezco tu comentario sobre Julio del que hoy se cumplen 8 meses de su pérdida. Lo dicho un fuerte abrazo para Ana y para ti.

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  4. El binomio salud es más y mejor economía, es ahora más cierto y demostrado que antes. En una pandemia donde no puede asegurarse la salud de los que se desplazan, pues es en ese desplazamiento donde está el peligro de contagio, una economía basada en el desplazamiento y la concentración humana no sólo no funciona, es incluso nefasta. De nada vale insistir en el turismo cuando la seguridad no permite la apertura de fronteras. Nunca como ahora se está demostrando que salud es más y mejor inversión que divertimento. Mientras nuestra preocupación sea: cuantos bares podemos abrir e lugar de cuantos sanitarios y camas necesitamos estaremos condenados al fracaso.

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    1. Rafael, estoy totalmente de acuerdo en tus observaciones. Un saludo

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  5. Querido y admirado amigo. Gracias por mostrarnos las verdades más duras con tanta claridad y elegancia. Comparto tu reflexión plenamente así como las de los comentarios.
    Cada vez tengo más claro que con gobiernos y sociedades dependientes del paradigma socio económico actual, tan omnipresente como canalla, estamos condenados a padecer aberraciones como la que expones. Es toda una perversión el anteponer la Economía a la Salud. Hasta ahora, ante el dilema de “la bolsa o la vida”, naturalmente, siempre ganaba la vida. Se ve que ya no es así.
    Lo hemos hablado muchas veces: cuando los motores de una sociedad se basan en el maquiavélico cóctel de maximización de los beneficios y egoísmo, inexorablemente hasta los más altos valores van dejando su sitio… al Dinero. Ahora asistimos impotentes al turno de la Salud y la Vida.
    Acuso, contigo, al sistema neoliberal-capitalista y a sus políticos títeres de ser los causantes de esta catástrofe sanitaria por impedir la aplicación de las medidas necesarias para resolver la emergencia mediante actuaciones de la máxima contundencia desde lo público: si hay que parar, hay que hacerlo a todos los niveles, además de los ERTES, parar hasta las hipotecas o los suministros o lo que haga falta, haciéndose cargo el Estado de todo hasta que pase la pandemia definitivamente. Pero esto es tanto como reconocer que los mercados no sirven para sacarnos de las pandemias como no son capaces de sacarnos de las crisis económicas sino que, al contrario, sirven para generar nuevos campos de negocio. Medicamentos en vez de prevención y hábitos saludables. Aperturas y festejos frente a paralización y confinamiento. Y reconocerlo es incompatible con el paradigma que late en el subconsciente del europeito medio que cada día sueña con poder ser otro Amancio Ortega.
    Si los gurús de la economía nos dicen que las crisis son sistémicas, si comprobamos en nuestras carnes que las crisis se repiten periódica y sistemáticamente, y si vemos impotentes como el sistema es incapaz de resolverlas, entonces, “probablemente” lo que hay que hacer es cambiarlo desde la raíz.
    Cua, cua… Un abrazo!

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  6. (Soy Fernando Gallego. No se porque no me deja identificarme)

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  7. Muchas gracias Fernando por tus aportaciones y sintonía. Un abrazo

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