Hoy 5 de junio se celebra el “Día Mundial del Medio Ambiente” por lo que es de esperar que los Jefes de Estado y de gobiernos de la mayoría de los países del mundo hagan declaraciones solemnes sobre los riesgos del cambio climático y otras agresiones al planeta, así como las medidas que deberían tomarse y que desde luego no piensan llevarlas a la práctica, esto último no lo dicen, solo lo piensan, por lo que en mi opinión sería más correcto denominarlo “Día Mundial de la Hipocresía”.
En consonancia con lo
anterior resulta llamativo que quienes pretenden solucionar los males que nos aquejan
en estos momentos de grave crisis económica y social, desde una posición de seriedad y rigor que ellos mismos se
otorgan, vean la solución en el crecimiento
y el consumo, o lo que es lo mismo, mas agresión a la naturaleza.
Nos encontramos en un momento en que el sistema económico
dominante ha conseguido que la desigualdad de la riqueza en el mundo en general
y en España en particular, esté
alcanzando limites obscenos (En el año 2000 el 10% más rico de la población
poseía el 85% de la riqueza, y desde entonces la brecha ha ido en aumento), el
mantra del crecimiento económico como solución se basa en el dogma de que el
enriquecimiento de los ricos acaba revirtiendo a la sociedad, lo que no es más
que una mezcla de mentira intencionada y de forzada ceguera moral.
Al dogma del crecimiento como solución le veo dos objeciones
una social y otra medio ambiental.
La objeción social se basa en la constatación de una gran
desigualdad de la riqueza producida y un
sistema económico y político que funciona muy eficazmente para mantenerla e incrementarla, lo que nos lleva a concluir
que el aumento del crecimiento de la riqueza medida por el PIB lo único que
hace es que los ricos lo sean cada vez más a costa de los pobres que aumentan
en miseria y en cantidad como ha puesto en evidencia la crisis actual, de
manera que en EEUU los milmillonarios
pasaron de poseer 3.500 miles de millones en 2007 a 4.500 miles de millones en
2010, mientras que en el mundo 3.000 millones de personas viven por debajo del
umbral de pobreza, establecido en 2 dólares al día, según estimaciones de la
Organización Internacional del Trabajo.
La objeción medio ambiental se basa en el hecho de que en un
mundo finito como es nuestro planeta es lógico presuponer que contamos con recursos
limitados, por lo que no es sensato planificar como si fuese infinito, por
mucho que los avances tecnológicos puedan mejorar la eficiencia en su
producción. Evidentemente esta suposición incluye una premisa de manera
implícita, que “TODAS LAS PERSONAS” deben ser beneficiarios de la riqueza que
se produzca, algo que no está ocurriendo actualmente y que de seguir aplicando
las políticas actuales empeorará con el paso de los años, por lo que el otro
punto de vista que podemos inferir (que probablemente sea el que contemplan los
poderes económicos que nos gobiernan)es que si se controla la población, bien
en número(independientemente del método utilizado) o en el acceso de parte de
la misma a los bienes producidos, la “civilización” actual podrá mantenerse
mediante la acumulación por parte de unos pocos privilegiados a costa de
grandes masas de poblaciones “míseras y prescindibles”.
En cuanto al consumo como parte de la solución al problema
económico que padecemos nos encontramos con similares objeciones.
Desde una perspectiva social y económica el empobrecimiento
cada vez más acentuado de la mayoría de la población supone una barrera al
consumo, aunque en los años anteriores a la crisis económica el crédito actuó
como un espejismo que suplió la escasez de recursos de la mayoría de los
ciudadanos, dando la falsa impresión de que teníamos un estatus que no se
correspondía con la realidad. Mención aparte merece el hecho del consumismo
absurdo en que nos hemos instalado al sustituir y confundir tanto en el lenguaje como en nuestras
vivencias las “necesidades” que son materiales, limitadas y susceptibles de ser
satisfechas, con los “deseos” que son mentales, ilimitados e imposibles de
satisfacer, llevándonos a una “necesidad permanente” de consumir y en
consecuencia de trabajar para poder disponer de los recursos necesarios que,
por otra parte, nunca tendremos suficientes como consecuencia de la
manipulación anterior.
“Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco”, decía
Epicuro.
En el aspecto medio ambiental este consumismo absurdo nos
lleva a otra agresión al planeta convirtiéndolo en un “sumidero” que empieza a
dar muestras de estar saturándose con las repercusiones negativas en cuanto a
calidad de vida para sus habitantes, al menos los humanos. Nos encontramos con
islas de plásticos en los océanos, alimentos, aguas y aire cada vez en peores
condiciones en cuanto a su calidad con repercusiones en nuestra salud (cáncer,
alergias, esterilidad, enfermedades degenerativas, etc.). Inmensas
cantidades de cacharrería que acumulamos como consecuencia de la obsolescencia programada
que nos “obliga” a cambiar constantemente de utensilios instalándonos en la
cultura del “usar y tirar” haciéndola extensiva a todos los aspectos de nuestra
vida.
Finalmente el efecto que más preocupa es la acumulación de
gases que impide el retorno del calor solar provocando el llamado “Efecto
invernadero”, como consecuencia del modelo energético actual basado en las
energías fósiles (carbón, petróleo y gas), y cuyos escenarios más dramáticos nos anuncian
una subida de varios grados en la temperatura del planeta lo que provocaría fuertes
inundaciones de algunas zonas y sequias en otras.
Ante esta situación ¿Qué se puede hacer desde los
movimientos ecologistas?
Lo primero quitarse de encima el estigma de “aguafiestas”
que tanto ha calado a nivel popular y tanto daño hace al rigor de sus
propuestas. Para ello se debería no cargar tanto las tintas en el aspecto
catastrófico del mensaje por lo que tiene de parecido al de los antiguos
profetas que amenazaban a las poblaciones con catástrofes y epidemias si no
cambiaban su manera “pecaminosa” de vivir. En la actualidad, a veces, parecemos
profetas de la “diosa Gaia” que amenaza
con vengarse destruyéndonos si no dejamos de agredirla, aunque esta amenaza es
real, parece que necesitamos que se produzcan catástrofes para reconocer y admitir, desgraciadamente siempre de manera
retrospectiva, que podían producirse. Por ello sin dejar de señalar los daños
medio ambientales que este tipo de sociedad está produciendo y sus
consecuencias para los seres vivos, habría que acentuar los aspectos positivos
del mensaje, incidiendo en el “otro tipo de sociedad” en el que poder vivir una
“vida que merezca la pena ser vivida” como modelo que defendemos e intentar
conseguir que los ciudadanos se vayan incorporando de manera consciente y
activa a los cambios propuestos por el placer de experimentarlos y no por el
miedo a los desastres.
La esperanza está en que si preguntamos a la gente por los
valores más importantes para ellos, es muy probable que en sus respuestas
aparezcan la solidaridad, la amistad, el respeto mutuo, la reciprocidad, la
igualdad, la sinceridad… Pero al observar el comportamiento cotidiano de esa
misma gente con toda seguridad serian otros valores los que destacan (egoísmo,
competitividad, codicia, consumismo,..).
Resulta asombrosa la brecha entre lo que se piensa como
ideal y lo que se practica en la realidad, entre las palabras y los hechos.
Confirmándose la sentencia “si no vives
como piensas, acabarás pensando como vives”.
Una tarea importante del movimiento ecologista es la de
establecer puentes que anulen la brecha, haciendo ver a los ciudadanos que la
“realidad” en la que se desenvuelven no es algo natural ni la única posible,
sino que es una realidad que responde a unos intereses concretos de una clase
privilegiada, por lo que debemos crear las condiciones sociales de una realidad
diferente que facilite la expresión y desarrollo de la otra cara de la
naturaleza humana en la que aparecen los valores ideales, de manera que sea
posible armonizar “lo que se dice” con “lo que se hace”, como avance ético y de
respeto a sí mismo. Para conseguirlo necesitamos producir una
cantidad suficiente de bienes y servicios que satisfagan las necesidades
básicas de todos con unos estándares de confort razonables, combinado con una
reducción en la cantidad de trabajo necesario (situación que se da actualmente
en los países desarrollados), a fin de liberar tiempo para el ocio, entendido
como actividad guiada por uno mismo, sin presiones externas.
Habría que garantizar una distribución menos desigual de la
riqueza y los ingresos como se propone en el modelo económico de “la economía
del bien común”, además de implantar una “renta básica” según las posibilidades
económicas del país o territorio afectado, con lo que mejoraríamos las condiciones
sociales para la salud, personalidad, respeto y amistad.
Finalmente, una sociedad orientada a hacer realidad los
bienes básicos de amistad y armonía con la naturaleza tendrá que hacer más
hincapié en el localismo, (en potenciar la agricultura y ganadería ecológica,
cambiar el modelo energético de los fósiles a las renovables…) y menos en la
centralización y la globalización.
Profundas reflexiones. Gracias. Herpes simplex
ResponderEliminarYa sabes que soy fan incondicional de lo que escribes. Una vez más tengo que darte la razón.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo Antonio.
Hasta que la mayoría de la población no se de cuenta de todo lo que dices creo que no habrá un cambio sustancial, pero soy optimista, creo que aunque lentamente el cambio está empezando a dar frutos.
Ojalá vivamos para ver esa sociedad tan equitativa y feliz.
Gracias una vez más por tus palabras.