Resulta alarmante los casos de corrupción que aparecen en
los medios de manera rutinaria, como algo habitual, a lo que nos estamos
acostumbrando y que se va introduciendo en nuestra cotidianidad como “normal”
de manera que la noticia, lo excepcional, sería encontrar instituciones y/o
personas de relevancia social que se distingan por su honradez y dedicación al
bien común y no al latrocinio.
Tras los “escándalos y estafas”del mundo de las finanzas que
nos han llevado a la mayor crisis económica desde el crack del 29, y del que
todos los días seguimos conociendo nuevos casos de directivos “bien pagados e
indemnizados” por llevar el banco o caja a la ruina, hay que añadir los de
políticos, que como consecuencia de unas bien lubricadas “puertas giratorias”
van de lo publico a lo privado y viceversa, de manera que hoy son ministros,
vicepresidentes o presidentes de gobierno y mañana nos los encontramos
dirigiendo grandes empresas -eléctricas sobre todo- o bancos o gestoras
sanitarias o cualquier cosa en la que la influencia del puesto anterior se
pueda convertir en una máquina de hacer dinero para su propio beneficio.
“Estoy en política
para forrarme”, esta frase es posible que no se la oigamos a ningún gobernante
en público, pero no tengo claro que en los círculos próximos no se jacten con
ella y desde luego en el ámbito personal estoy convencido que debe ser como un
“mantra” que se repiten día a día ante el espejo. A los hechos y hemerotecas me
remito.
Otros, como financieros y banqueros especuladores, no solo
lo dicen en privado sino que presumen públicamente de los enormes beneficios
que obtienen con sus criminales especulaciones que, entre otros desastres, están
produciendo miles de muertes diarias, de manera escandalosa con la especulación
de los alimentos y la epidemia de suicidios que los desahucios están provocando.
Los casos son demasiados para reseñarlos, pues parafraseando
a Carlo M. Cipolla y su primera ley fundamental de la estupidez humana diríamos
“Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de
individuos “corruptos” -estúpidos,
diría él- que circulan por el mundo”.
Para intentar buscar una explicación ante tanta
manifestación de corrupción por parte de las instituciones mas importantes de
nuestra sociedad (monarquía, gobierno, justicia, patronal, iglesia, etc.) me
parece pertinente traer a colación la máxima orteguiana: “Yo soy yo y mis
circunstancias”.
La primera observación que hemos de hacer es que todo lo que
está ocurriendo es consecuencia de conductas humanas que se realizan en una
sociedad concreta, es decir somos nosotros y nuestro entorno, o lo que es lo
mismo el yo y mis circunstancias de Ortega y Gasset.
¿Y cuáles son nuestras circunstancias?
Pues en lo que respecta al tipo de sociedad en que nos
encontramos es el capitalismo, representado por el mercado, el cual se guía por
dos reglas básicas: el afán de lucro
y la competencia -el mal llamado “darwinismo social” ya que fue Herber Spencer
y no Darwin quien acuñó este concepto (que pone en primer plano la lucha
entre individuos o grupos humanos como fuente de progreso
social y biológico).
Lo anterior nos
lleva a comportamientos y valores por parte de los ciudadanos en consonancia
con estas reglas, así tenemos egoísmo, insolidaridad, afán de enriquecerse, competencia,
etc.
En el momento
actual el modelo social que domina es una fase del capitalismo, denominada
neoliberalismo, que se caracteriza por la ausencia de control y normas
reguladoras sobre la capacidad de especulación y enriquecimiento.
Si tenemos en
cuenta que nuestro mundo es finito, así como su capacidad de producción de
riqueza, nos encontramos en un escenario que desde la perspectiva de “la teoría
de juegos” seria de “suma cero”, lo que implica, que aquello que unos ganan
otros lo pierden, de manera que el 1% de la población que acumula la mayor
parte de la riqueza mundial es a costa de la que le correspondería al 99%
restante, o lo que es lo mismo el 99% de la población se ve empobrecido como
consecuencia del excesivo enriquecimiento del 1%.
Son con estas bases
sociales, construidas por nosotros, los seres humanos (obviamente impuestas por
una minoría a los demás), y en las que el dinero, como elemento para enriquecernos,
ha dejado de ser un medio para convertirse en un fin, las que resultan un
terreno abonado para la corrupción como herramienta para el enriquecimiento
personal.
Y que sabemos con
respecto al “yo” o lo que se denomina “naturaleza humana”, pues que todo
pensamiento, emoción, sentimiento o conducta es consecuencia de nuestra
actividad cerebral, y que el cerebro no ha evolucionado para descubrir la
verdad sino para sobrevivir y que, como han puesto en evidencia las
investigaciones de Dan Ariely, descritas en su último libro publicado en
España (“Por qué mentimos”),“todos”
tenemos una predisposición hacia conductas deshonestas, aunque,
afortunadamente, “solo un poco” en la mayoría de las personas. Normalmente existe
un conflicto entre la “buena” imagen que deseamos tener de nosotros y la
tendencia al engaño, lo que nos lleva a tolerar, en la mayoría de nosotros, solo
pequeños engaños para hacerlo compatible con nuestra imagen de personas
honradas, sin entrar en disonancia cognitiva.
Sin embargo, a una parte de los ciudadanos, situados en
puestos socialmente relevantes, es como si hubiesen sido infectados por el “parásito
de la codicia” provocando una necesidad imperiosa de enriquecerse y ello les
llevase a un exceso de deshonestidad, algo similar, aunque con consecuencias
opuestas, a lo que ocurre con el toxoplasma cuando infecta al ratón, que
parasita su cerebro modificando su conducta natural, de forma que pierde el
miedo innato a los gatos, facilitando que sean atrapados y comidos por ellos.
Además, Ariely
demuestra que las conductas deshonestas son contagiosas, especialmente cuando
estas las realizan personajes relevantes de nuestro entorno, poniendo de
manifiesto lo decisivas que son otras personas en la demarcación de los limites
aceptables para nuestra conducta, incluido el engaño. Es como si, al observar
la mentira y los comportamientos deshonestos de otros miembros de nuestros
grupos sociales, reconsiderásemos la brújula moral interna y se nos estuviera
“dando permiso” para que adoptemos su conducta como modelo propio. Y si el
miembro de nuestro grupo afín,
además, resulta ser una figura con
autoridad o alguien a quien respetamos, aún hay más posibilidades de que
nos veamos arrastrados a ello.
El que la deshonestidad sea contagiosa, de manera similar a
como lo son las enfermedades producidas por virus o bacterias plantea un grave
problema en nuestra sociedad actual, en la que, como decíamos al principio, se
ha institucionalizado el fraude y la estafa de manera que parece lo “normal”.
Nuestro actual presidente del gobierno, si tiene alguna
característica que lo haga sobresalir es la de haber mentido a los ciudadanos con
su programa y promesas electorales. Resulta
bochornoso ver y escuchar la vehemencia con la que nos decía a los posibles
votantes las cosas que nunca haría cuando llegase a la presidencia y comprobar
como nada de lo prometido ha sido respetado una vez conseguida su elección,
siendo un ejemplo paradigmático de lo que nos decía Richard Feynman (Premio
Nóbel de Física): “El primer principio estriba en que no debe engañarse a sí
mismo y que uno mismo es la persona más fácilmente susceptible al engaño”.
Padecemos un gobierno de “autoengañados” o “mentirosos
compulsivos”.
Cuando escribo estas lineas estamos siendo testigos del
patético espectáculo que la cúpula del Partido Popular están dando ante los
medios de comunicación cuando tienen que responder sobre el “Caso Bárcenas” o
el exmarido de la ministra de sanidad, un tal Sepulveda.
Verdaderamente bochornoso verlos mentir de manera tan descarada.
No sabemos de que estan mas escasos si de vergüenza o de inteligencia.
En definitiva nos encontramos con un modelo de sociedad cuyo
objetivo para considerarse un triunfador es el enriquecimiento y por otro unos
seres humanos con una ligera predisposición al engaño, ello favorece que dentro
del grupo hegemónico de la misma sea habitual las conductas corruptas en grado
elevado, sin que aparezca un rechazo social fuerte.
Necesitamos aún un largo proceso evolutivo que nos lleve a
un modelo social en que a los ciudadanos nos repugnen los actos deshonestos
propios y ajenos.
Todos hemos sido testigos de la capacidad de movilización
que produce en las masas los equipos de futbol, de manera que salen a las
calles decenas de miles de personas para celebrar el triunfo de su equipo, o el
malestar que sienten cuando pierde.
Mientras los ciudadanos ante la evidencia de escándalos como
los que estamos conociendo en estos días no seamos capaces de movilizarnos con
la misma pasión, ante el rechazo de las mismas, como lo hacemos con los
resultados del futbol, la sociedad podrá seguir siendo estafada sin que “nadie”
pague por ello y los ciudadanos seguiremos de brazos cruzados contemplando como
nos saquean.
La parte positiva es que “hay alternativas”, las cosas
pueden ser diferentes, como decíamos el modelo social que tenemos es un
constructo de los seres humanos y podemos cambiarlo, frente al capitalismo
neoliberal podemos aspirar a una economía del bien común que se asienta sobre
otros valores como “dignidad humana, solidaridad, sostenibilidad ecológica,
justicia social y democracia”, frente a la banca especulativa tenemos la “banca
ética” como Triodos y Fiare, frente al mercado especulativo y explotador apoyo
al comercio justo, frente a un sistema energético contaminante y que esquilma
los recursos naturales un sistema de energía limpias, frente a políticos que
apoyan el modelo neoliberal y sus consecuencias tenemos otros como Equo que defienden
y practican los valores anteriores, frente a los dogmas religiosos recuperar
los principios y valores de la Ilustración, y lo mas importante, que al igual
que la corrupción es contagiosa, la honradez también lo es, y existen personas
en todos los ámbitos que lo son, solamente necesitamos cambiar el foco, de
manera que los corruptos paguen sus delitos de manera discreta e iluminemos a
quienes destacan por su honradez y bien hacer.
Y todo este cambio de un modelo a otro está en nuestras
manos, no necesitamos ni a políticos ni a financieros para que se produzcan,
solo depende de que nosotros cambiemos nuestros hábitos de vida y de consumo,
pues en una sociedad capitalista como la nuestra el consumismo constituye uno de los pilares
básicos sobre los que se asienta en consecuencia los consumidores tenemos un
gran poder, solo tenemos que ejercitarlo, dejando de ser seres pasivos
siguiendo las directrices que nos marca la publicidad y la rutina habitual,
para convertirnos en agentes proactivos y críticos (Como los integrantes del Movimiento
15M) orientados hacia un consumo que respete el medio ambiente, la dignidad de
las personas y responda a necesidades “reales” y no a deseos inculcados por la
propaganda consumista del capitalismo.
Córdoba 1 de Marzo de 2013.
Muy interesante tu análisis. Me gusta además el mensaje positivo: las cosas pueden cambiar. PODEMOS contribuir a cambiarlas con nuestros actos,y nuestros gestos. Me apunto a cambiar el foco y a iluminar a todos los que trabajan por mejorar nuestra sociedad.
ResponderEliminarY con la educación, propiciando actitudes y comportamientos críticos y solidarios, tan lejos del modelo que nos impone la LOMCE. Buena entrada, como siempre. Herpes simplex
ResponderEliminarMuy buena tu observación.
EliminarGracias
Eres, Antonio, un verdadero experto en el análisis del comportamiento humano. Lo que escribes es tan creíble y cercano que no necesitaría el refrendo de tu tan ilustrada biblioteca. Más que por los ojos, tu mensaje se nos cuela por la boca como una limonada fresquita en agosto.
ResponderEliminarAparte del gen o del virus del engaño, creo que las criaturas, el yo tuyo y de Ortega, hemos dotado a nuestros cerebros, de tanto forzarlos, del mecanismo compensatorio de la autojustificación. Dado que no podemos vivir con mala conciencia no nos queda otra que justificar nuestro comportamiento. Razones de lo más peregrino se cargan de fuerza convincente. Estoy convencido que la gente de ETA creen obrar en conciencia. Todos hemos visto en la tele a magnates financieros justificar, sin pizca de escrúpulo, las millonarias operaciones especulativas y admitir como "normal" la fuga de capitales a los paraisos fiscales.
Creo, sinceramente, que no tenemos arreglo.
Un abrazo.
Querido José Mª, muchas gracias por tus comentarios.
EliminarYo pienso que lo tenemos dificil y desde luego no tenemos ninguna garantia de que seamos capaces de superar este modelo social, pero es posible y aunque tengamos que ir "contranatura" podemos cambiar las cosas, es cuestión de ir sumando voluntades y no rendirnos a los poderosos de hoy.
Fili, mientras lo arreglamos y no, vamos a hacer una cosa al menos: denunciarlo. Bien, Antonio.
ResponderEliminarSaludos amigos.
Muchas gracias, Antonio, porque incluso para uno como yo, calificado en su día por sus amigos de "liberal histórico vulgaris", leerte proporciona una dosis de decencia que no se da en los círculos profesionales en los que nos movemos generalmente.
ResponderEliminarPor otra parte, si de cada uno que te leemos, un porcentaje muy pequeño pusiera en práctica una pequeña dosis de lo que dices, ya sería posible considerarlo el comienzo de algo
Gracia Paco por tu comentario y ojalá se produjese lo que tu comentas, lo que haría que me sintiese útil y afortunado por aportar un granito en esa dirección.
ResponderEliminarUn abrazo